Para los musulmanes, el día más importante es el viernes. Para los judíos, el sábado. Para nosotros, el domingo, el primer día de la semana, cuando Jesucristo resucitó. Podemos, entonces, afirmar que nuestra semana tiene “ocho días”: siete días medidos con el calendario cronológico y, otro, el octavo, como tiempo de gracia, de Kairós, de gracia. Esto quiere decir que el tiempo que vivimos, todo él, tiene valor de eternidad. Lo definitivo y último está implantado en nuestro mundo para siempre, hasta el fin de la historia, cuando Jesucristo, el Resucitado, venga a ser Todo en todo y en todos.
No podemos ver la existencia, pensar la existencia, sentir la existencia, hacer en nuestra existencia como si Jesucristo no hubiera resucitado. Él, con su Misterio Pascual, de muerte y de vida, ha marcado un antes y un después en la historia de la humanidad y para cada uno de nosotros.
Ante la Bondad y Belleza de este Misterio Divino, del Resucitado y de nuestra resurrección, no es verdad que el mal y el sufrimiento, la enfermedad y la muerte, sean algo que ciega nuestra mente, ni el triunfo de la negatividad; ni que tengamos que esperar al transhumanismo/posthumanismo para vencer todo mal y hasta la misma muerte.
Desde el Resucitado, el mundo creado en el que vivimos no es sólo “algo finito, limitado y cerrado”: es, siempre un ser+, una finitud infinita, un misterio con sentido muy profundo. Con un triple convencimiento: primero, que antes de todo mal y del pecado, ya existían el Bien y el Amor que nos crearon; segundo, que, desde la Encarnación y Resurrección del Hijo de Dios, todo va encaminado hacia la plenitud, porque el futuro absoluto es del mismo Dios Trinidad-Creador-Redentor; y, tercero, que en Jesucristo, y por gracia en María-Virgen y en San José, tenemos la evidencia y la prueba del futuro que nos espera a todos y cada uno de nosotros y al cosmos creado en su conjunto: una Vida eterna para siempre.
¿Qué tenemos que hacer, entonces, mientras peregrinamos en la historia de la humanidad?...
- Creer y vivir, al mismo tiempo, como criaturas, como hijos de un mismo Padre, como hermanos y Carne de Jesucristo, y como Templos Vivos del Espíritu. Siempre en Iglesia, en comunidad.
- Creer y vivir como una gran familia humana, en comunión y sinodalidad: todos somos hijos de un mismo Creador, y hermanos de Jesucristo.
- Creer y vivir buscando verdaderas alternativas humanas, con la Luz y fuerza del Espíritu, para todo mal que sufrimos: guerras, pandemias, crisis…
- Creer y vivir que venimos del Amor Trinitario y a él volveremos.
El Papa Francisco, en este momento histórico tan dramático, es consciente de una cuádruple misión, como Jesús: anunciar, con profetismo, la Buena Noticia del Evangelio; alentar a la comunión y a la fraternidad humana universal, acompañando preferencialmente a los más necesitados y sufrientes; ayudar a sanar toda enfermedad y herida, en personas y en pueblos; y liberar todas estructuras de opresión y de violencia, de pecado y de cultura de la muerte. ¡Es Pascua! ¡Es tiempo de renacer! ¡Vivamos desde el Octavo Día, desde el arte de vivir como Resucitados!