SANTO DOMINGO.- Inundaciones, filas de pasajeros, conductores temerarios, vehículos que se esquivan unos a otros: todo eso y mucho más asoma a diario en la avenida 27 de Febrero, entre la Duarte y la Cámara de Cuentas, en la Capital. Ese cuadro dramático tiene dos razones: troneras en el pavimento y filtrantes tapados.
El cuadro es agravado por las lluvias. Así, las precipitaciones -y recientemente llovió a borbotones- anegan el lugar y los pasajeros tienen que apiñarse en filas, a la espera de carros del concho. Los dos tramos -la avenida principal y su marginal, separadas por el elevado- quedan ahogados durante días, y así permanecen bajo las aguas. Esto abruma aún más a choferes y peatones, todos apremiados por el tiempo y tragados por las inundaciones. Es curioso ver cómo un enorme elenco de empleados, transeúntes, comerciantes y pasajeros quedan allí atrapados. El entorno se vuelve una pesadilla.
Hay una parada de carros y otra de autobuses que viajan al Suroeste, ese jardín profundo y exuberante. Los autobuses giran a la izquierda -si lo observas de Este a Oeste, o sea, desde la Duarte- y los carros también, a través de una verdadera maniobra. El pavimento, sepultado por las lluvias, dificulta la acción y retrasa a los desamparados transeúntes. No pocas veces los carros, llenos de pasajeros y listos para arrancar, deben esperar que los autobuses terminen de girar y les permitan avanzar.
Yo lo viví. Tuve que esperar 40 minutos, metido en una tediosa fila. Los vehículos casi me salpican. Creo que tuve suerte: pude observar más de cerca la situación, captando imágenes y compartiendo la angustia de la muchedumbre. Ahora sé lo que se siente. Ya puedo contarlo, como lo estoy haciendo aquí. Mi experiencia es una pesadilla diaria, recurrente: por allí debo pasar siempre, siendo un testigo diario del horror.
Las troneras son hoyos grandes y enormes, y crean un pandemónium. En realidad, el horror abunda por doquier: el país es poco menos que una selva vehicular. Claro, esa selva es más animalesca en el contorno de la Duarte, donde hay muchos animales al volante.
Esas grietas provocan maniobras de los conductores: guagüeros, motoristas, carreros, esquivan los hoyos y casi se embisten uno a otro. No es difícil descubrir la ley del más fuerte y la fuerza de la sinrazón. Todo es un caos.
Los filtrantes están abarrotados por la avalancha de basura que se genera en la zona, tan comercial como populosa. Repito: todo es un caos.
Me horroriza la indiferencia de las autoridades, que prefieren ver el centro de la ciudad antes que la periferia. Reconozco que la Ciudad Colonial es la madre de América y su resplandor más fulgurante, pero hay otros espacios y otras gentes.-