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Por Miguel Ángel Cid Cid

Altice

Los líderes políticos del patio tienen una mala costumbre. Piensan que las ocurrencias que, en un momento dado fueron graciosas, surtirán el mismo efecto en cada campaña electoral. La constante viene desde el Dr. Leonel Fernández Reyna hasta Luis Abinader.

En otros tiempos, cuando el siglo XX estaba presto a cerrar sus puertas, Hipólito Mejía Domínguez, por el contrario, avanzaba decidido a abrir para él, las puertas del Poder Político. Aspiraba a ser presidente de la República Dominicana.

Mejía Domínguez logró su propósito a ritmo de una campaña electoral fuera de serie. Marchó armado del lenguaje campechano donde todo se expresa entre chistes y sabiduría popular. Por la cruzada se ganó el mote de bruto.

El autoproclamado Guapo de Gurabo, a pesar de lo anterior, arrasó con los intelectualoides que se mofaban de él. Es decir, se alzó con el santo y la limosna.

Ni tan siquiera la agronomía fusionada con la psiquiatría pudo descodificar la estrategia del ¿burro? candidato.

La campaña que parecía absurda, en realidad, respondía a los intereses de los votantes. Hipólito Mejía se convirtió en presidente constitucional en el periodo 2000-2004.

Mejía, no obstante, creyó que la estrategia de campaña que lo llevó al Poder le serviría para reelegirse 4 años más. Los chistes que antes eran celebrados por todos, terminaron cansando por repetitivos. Fracasó en el intento.

Leonel Fernández antecedió al presidente Mejía en el gobierno. O sea, gobernó en el periodo 1996-2000. Él llegó al Poder apalancado por Balaguer. El paso por el Poder le sirvió para concretar su sueño de convertirse en encantador de serpientes.

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Fernández Reyna hizo creer a los ciudadanos incautos que, en el país, nadie era más brillante que él como intelectual. Y que más allá de las fronteras nacionales el presidente dominicano se la lucía tanto como el que más.

Pocas veces la propaganda y el marketing políticos han sido tan efectivos al vender una idea o un producto. Los clientes compraron la falsa concepción política sin regateos. Leonel Fernández volvió a ser presidente en el 2004 y se reeligió otra vez en el 2008.

El León abandonó el Poder, ¿o será que el poder lo abandonó a él? Todo fue cuestión de tiempo, repetir la misma cantaleta en el 2012 le valió poco, por no decir nada. Pero todavía —a 12 años de su salida— suenan las consignas de “El Nuevo Camino”.

O, se repite por igual la ilusión que promete un “Nueva York chiquito”.  Logrado, según Fernández. Por eso, ahora la proclama para el 2028 viene con la variante, ofrecer un “Nueva York mediano”.

Se repite

Estará el Presidente Luis Rodolfo Abinader Corona trillando el mismo camino seguido por sus antecesores. Es probable. De no ser así, al menos su camino lleva a un destino similar.

Lo peor de todo es que, el mandatario parece no darse cuenta que las acciones celebradas antes como valor agregado, ahora se traducen en metidas de pata.

Pongamos como ejemplo de lo anterior, la práctica del mandatario de echar para atrás decisiones del gobierno tomadas con mucho ímpetu. Durante el primer periodo de gobierno, Luis Abinader mostró disposición y voluntad a eliminar todo lo que le demostraran ser dañino al gobierno.

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Abinader, coherente con lo anterior, echa para atrás todo lo que se revela como perjudicial para el país.

Un segmento de la población valoró la práctica como una muestra de humildad. Como una manera de demostrar a los ciudadanos que el Presidente —al igual que ellos— se equivoca. La aptitud es rara en un gobernante, más aún, si es dominicano. Aquí se endiosa al presidente, y él se lo cree.

Pero ahora Luis Abinader está en su segundo mandato. La ciudadanía supone que el pasó el centro. Que dejó de ser prepa. Que aprendió el ejercicio, aprendió a mandar y aprendió a dirigir, etc. Los ciudadanos ahora creen que cuatro años son suficientes para aprender a ser presidente.

Sin suposiciones, las élites nacionales deberían tener seguridad plena de que cuatro años bastan para adquirir experiencias infinitas. Que cuatro años son garantía para una mejor planificación, una mayor previsión sobre lo que se espera con una u otra decisión.

El Presidente debería poner sus asesores a trabajar en evitarle improvisaciones odiosas. Él debería aplicar sanciones ejemplarizantes a los consejeros que lo pongan a meter la pata. 

Por todo lo anterior, cada vez son más los ciudadanos que dicen que ya a Luis Abinader no le luce recular.

Con todo, recular es una vieja práctica, tanto en la guerra como en la política. A sabiendas de que la política es la continuidad de la guerra en tiempos de paz. Recular puede ser una táctica o una estrategia, todo depende de las circunstancias.

Pero ¿Será que la obnubilación, propia del que ostenta el Poder, atrofia la creatividad?

Miguel Ángel Cid

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Twitter: @miguelcid1

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