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Por JUAN T H

Altice

Son cada vez más frecuentes los accidentes de tránsito en la República Dominicana, con resultados fatales de muertos, heridos y desaparecidos, sin que las autoridades le presten la debida atención para impedirlos.

La República Dominicana es el primer país del mundo en accidente de tránsito, un ranking en el que no deberíamos estar.

El último accidente, entre una patana y un autobús de pasajero, ha costado once muertos y decenas de heridos.  Es común. La velocidad excesiva y el irrespeto por la ley, sin consecuencia alguna, son los factores.

 Las tragedias se producen cotidianamente. Ya estamos acostumbrados a contar los muertos y heridos. ¡En este país la vida no vale nada, como dice la canción de Pablo Milanés! Sobre todo, la vida de los pobres, que son los que mayoritariamente perecen en los accidentes de tránsito.

La principal causa de muertes en el país no son el resultado de accidentes cardiovasculares, infartos cardiacos, cáncer y otras enfermedades; la principal causa de muertes de este pequeño país de poco más de 48 mil kilómetros cuadrados, son los accidentes de tránsito, lo cual es alarmante.

La inversión en salud para reparar los daños causados por los accidentes de tránsito es cada vez mayor, al igual que el número de discapacitados. Personas que pierden un brazo, una pierna o cualquier otro órgano, los vemos luego como mendigos en los semáforos.

El parque vehicular es excesivamente grande para un país tan pequeño como el nuestro. La tendencia es a seguir aumentando con las ferias de automóviles y las importaciones que se realizan todos los años, lo cual es un gran negocio para los bancos, dealer y el gobierno que recibe más de 25 mil millones de pesos solo en el pago de impuestos.

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No hay parqueos para tantos carros, yipetas, motocicletas, camiones, patanas y autobuses. Las calles y las carreteras están saturadas. Los agentes de tránsito no dan abasto. (Así, como “las agrias no se pagan”, las multas tampoco)

Nadie sabe, exactamente, cuantas motocicletas transitan por las calles, carreteras y avenidas del país. Algunos hablan 4 millones. Nadie lo sabe; lo que sí sabemos es que conducen como locos, sin documentación alguna, sin cascos, sin respeto por la ley.

Los vehículos pesados transitan con neumáticos vencidos, totalmente gastados, a velocidades excesivas, tanto por el carril derecho como izquierdo, rebasando imprudentemente, sin luces delanteras ni traseras, sobrecargados, sin lona protegiendo los materiales de construcción o de cualquier otra índole, con choferes o conductores sin educación, muchas veces borrachos o drogados. Nadie los detiene. Nadie revisa sus documentos. Nadie los detiene ni los obliga a cumplir con el ordenamiento jurídico. ¡No hay autoridad! ¡No hay consecuencias para los infractores de la ley! Nada es más peligroso que transitar por las calles, avenidas y carreteras del país. ¡La muerte asecha en cada esquina, en cada rincón!

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Santo Domingo es una selva de cemento donde sobrevive el más aguerrido, el más fuerte, el más imbécil. Si no te mata el accidente, de mata un conductor armado con un arma de fuego, un bate o un machete. Todos estamos expuestos a morir fruto de un accidente de tránsito. Y lo peor: ¡a nadie parece importarle!

El gobierno invierte miles de millones de pesos en construir y reparar calles y carreteras; invierte igualmente miles de millones de pesos en la reforma policial, pero no invierte lo suficiente en educación vial, no invierte en una rigurosa ley de tránsito, en su cumplimiento irrestricto. No hay consecuencias para los violadores de la débil ley de tránsito. El semáforo no lo respeta nadie; la luz roja, amarilla o verde parecen estar de lujo, como los arbolitos de navidad. Las señales de tránsito son letras muertas. Los carriles parecen desaparecer ante la imprudencia de los conductores. Una calle de una vía es como si no existiera. A los agentes policiales no los respeta nadie: ni los conductores de vehículos livianos, ni las patanas, ni los motociclistas. Los agentes policiales no están en capacidad de controlar el tránsito. Hacen falta policiales, hacen falta recursos; hace falta valentía, hace falta actitud, coraje y mucha voluntad política. ¡Y hacen falta cojones para hacer lo que hay que hacer en materia de transporte público!

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