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Por Luis González Fabra

Altice

A tres años de recibir el mando constitucional del pueblo que lo eligió en las urnas para que encabezara un gobierno decente, transparente, cercano y honesto, Luis

Abinader no ha defraudado la confianza de quienes depositaron el voto a su favor.

La honestidad es un valor considerado como uno de los pilares fundamentales para la construcción de una convivencia armónica y un desarrollo personal y social sólido. Implica actuar con sinceridad, veracidad y transparencia en todas las acciones y situaciones.

En la sociedad actual, donde la información fluye a velocidades inimaginables, la honestidad se convierte en un activo invaluable. La deshonestidad puede tener efectos devastadores en la confianza entre las personas, en la credibilidad de las instituciones y en la estabilidad de los sistemas. Las noticias falsas, las estafas en línea y la corrupción son ejemplos de cómo la falta de honestidad puede erosionar los cimientos de la sociedad.

Por otro lado, la honestidad fomenta la transparencia en la información, lo que a su vez permite tomar decisiones informadas y promover un debate público constructivo.

En el trabajo de Luis Abinader como jefe de Estado resalta su conducta honesta que conduce a la transparencia en el manejo de los bienes comunes puestos bajo su administración como gobernante.

No digo que Abinader es el único político honesto que tenemos, desde Duarte pasando por Espaillat hasta nuestros días y dentro de una historia llena de altibajos y maniobras alrededor del poder, hubo y hay hombres que honraron su compromiso con el pueblo transitando su camino hacia la historia con su conducta honrosa a cuestas.

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Ahora bien, en los días que vivimos, los lideres actuales de la oposición que gobernaron nuestro país por veinte años, se pelearon con la honestidad y cayeron de bruces en el fango de la corrupción. Ante ellos emerge la figura de Luis Abinader como un obstáculo insalvable que les impide regresar a sus prácticas malsanas. Su rastro es visible y su daño muy grande y la conciencia pública, aunque se esfuercen por aplicar viejas tácticas perversas de confusión en la comunicación de masas, tardará mucho tiempo en olvidar el agravio corruptivo de que fue víctima, si es ese perdón a que aspiran, está lejos.

En el ámbito personal, la honestidad es esencial para el desarrollo de la autoestima y la autoaceptación. Ser honesto consigo mismo implica reconocer tanto las fortalezas como las debilidades, lo que a su vez abre la puerta a la mejora personal. Cuando uno es capaz de admitir sus errores y trabajar en su crecimiento, se abre la posibilidad de establecer una relación más genuina consigo mismo y con los demás

En el entorno laboral, la honestidad es un factor crucial para la construcción de equipos efectivos y la creación de un ambiente de trabajo positivo. Los líderes honestos inspiran confianza y fomentan una cultura de transparencia y colaboración.

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La comunicación honesta es esencial para resolver conflictos de manera constructiva y para evitar malentendidos. La falta de honestidad   puede generar resentimiento y distancia emocional, mientras que la transparencia y la sinceridad fortalecen los lazos y permiten un entendimiento profundo entre las personas. La honestidad también implica ser consciente del impacto de nuestras palabras y acciones en los demás, lo que promueve una mayor empatía y consideración hacia sus sentimientos.

En conclusión, la honestidad es un valor esencial que permea todos los aspectos de la vida humana. Desde la construcción de una sociedad justa y transparente hasta el desarrollo personal y las relaciones interpersonales saludables, la honestidad desempeña un papel central.  En un mundo cada vez más complejo y conectado, la honestidad se erige como un faro ético que guía nuestras decisiones y acciones hacia un futuro más prometedor.

Es sobre ese faro ético que el Presidente Abinader propone que los votantes le otorguen cuatro años más para consolidar su obra de gobierno sustentada en cambios conductuales y grandes obras de infraestructura vial, independencia de la justicia, recuperación del turismo, apoyo con subsidios a los grupos sociales más vulnerables, seguir el programa de redes viales y fortalecer la institucionalidad para que nuestra débil democracia caribeña  se fortalezca  como instrumento de paz, armonía y desarrollo.

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