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La celebración del Día Mundial Contra el Dolor (el 17 de octubre) es un buen momento para hacer un repaso de lo que se sabe sobre este mecanismo de defensa del cuerpo y lo que es necesario conocer para mantenerlo a raya. Las llamadas a la acción son múltiples y variadas. Un buen exponente es la propuesta que ha hecho el grupo de Abordaje Transdisciplinar de Dolor Persistente (TraDop) de la Sociedad Catalana de Medicina Familiar y Comunitaria (Camfic), que ha instado a “medicalizar menos el dolor persistente (también llamado crónico) y combinar el tratamiento terapéutico con la prescripción de ejercicio y educación en neurociencia”.

Altice

Los avances en neurociencia están detrás de los grandes logros en el tratamiento de los distintos tipos de dolor. Pero mucho antes de que se desvelaran ya existían opciones para aliviarlo. En palabras de Rafael Maldonado, catedrático de Farmacología de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, “el opio ya se utilizaba hace más de 4.000 años para combatir el dolor de una manera tremendamente eficaz”. Cuando se empezó a emplear se desconocía por completo el sistema endógeno (propio del organismo) de analgesia. Hoy en día, con el paso de los milenios y el avance de la investigación, “tenemos el conocimiento de cómo una planta como es el opio es capaz de frenar el dolor”. Y no solo eso: se han podido desarrollar un buen número de fármacos opioides con una eficacia optimizada.

Mecanismos naturales del cuerpo frente al dolor

¿Cómo combate el dolor el cuerpo humano? Es preciso aclarar, apunta Maldonado, que el dolor tiene una razón muy poderosa para existir: “Es un mecanismo de defensa para proteger nuestro organismo de todo aquello que nos pueda hacer daño, tanto externo como interno”. No obstante, una vez que se ha producido esta señal de alarma y la reacción a la agresión, el siguiente cometido es frenar el dolor para evitar el sufrimiento. Y es ahí donde entran en juego los mecanismos de analgesia natural de los que dispone el organismo.

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Agustín Mendiola, coordinador del Grupo de Trabajo de Dolor crónico de la Sociedad Española de Anestesiología, Reanimación y Terapéutica del Dolor (Sedar), subraya el papel que juegan las moléculas denominadas neurotransmisores tanto en la generación como en el alivio del dolor. Las células nerviosas no forman redes continuas, sino que existe un pequeño espacio entre ellas -sinapsis- que debe atravesar el impulso nervioso para pasar de una a otra. Los mensajeros químicos que permiten que ese impulso nervioso se transmita entre neuronas en la sinapsis son los neurotransmisores. 

Ante una agresión (una caída, una quemadura, etc.) hay neurotransmisores que son potenciadores del impulso eléctrico relacionado con el dolor y otros que lo inhiben.  “En cuanto los estímulos dolorosos llegan al cerebro, se activa un sistema que se llama de inhibición descendente que se encarga de frenar el dolor”, expone Maldonado. Esto es posible gracias a la participación de numerosos neurotransmisores, entre los que cabe citar los siguientes:

Sistema opioide endógeno

En él destacan las famosas endorfinas, que son sustancias que genera el propio organismo y, según explica Mendiola, “tienen los mismos efectos o parecidos a los de los fármacos opioides -una sensación de bienestar y de placer– y también pueden producir una inhibición de ese impulso eléctrico” que da lugar al dolor. Es decir, actúan tanto sobre el dolor físico como sobre los estímulos negativos (ansiedad o malestar) asociados a él. 

Este sistema fue el primero que se identificó y su conocimiento ha servido para encontrar dianas terapéuticas y desarrollar medicamentos contra el dolor. “Los opioides son los fármacos analgésicos más eficaces -y también los que tienen más efectos indeseables-”, apunta Maldonado.

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Sistema cannabinoide endógeno

También se encarga de frenar la entrada de estímulos dolorosos y de evitar sus consecuencias emocionales negativas. Todavía no se ha aprobado ningún analgésico que actúe sobre este sistema pero, según Maldonado, “tiene un potencial muy grande”.

Neurotransmisores monoaminérgicos

El que guarda una mayor relación con la inhibición del dolor es la serotonina, que actúa en un nivel distinto al de los opioides y cannabinoides endógenos y juega un papel importante en el control emocional. Los fármacos que inhiben la recaptación de la serotonina (y también de la monoamina noradrenalina) son especialmente eficaces frente al dolor neuropático; por ejemplo, la duloxetina.

¿Hay personas más resistentes al dolor de forma natural?

La genética juega un papel en la regulación de los mecanismos del dolor y, por lo tanto, en la mayor o menor percepción o aguante del dolor de cada persona. Sin embargo, Mendiola considera que no se puede magnificar su efecto. “Es verdad que hay factores genéticos y personas con trastornos que les confieren una mayor facilidad para la transmisión del impulso nervioso relacionado con el dolor”, reconoce, pero añade que se trata de algo minoritario. Lo que más influye es “la experiencia personal de cada uno, la situación emocional y psicosocial…”. En este sentido, apunta que las personas mayores “suelen tolerar el dolor mejor que los jóvenes porque tienen más experiencia, así como capacidad de sufrimiento y de trabajo”. 

Ante la aparición del dolor -y especialmente si se cronifica- una cuestión importante es, según Mendiola, “la capacidad de adaptación de cada persona a la nueva situación, que  influye en gran medida en cómo va a mejorar porque una de las cosas más importantes es el componente emocional asociado”.

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