Rusos apoya las enmiendas a la Constitución para que Putin gobierne hasta el 2036
Putin ha dado otro paso para garantizarse que conserva el poder absoluto. Los rusos dieron este miércoles vía libre definitiva a la reforma de la Constitución, que concede al presidente ruso la opción de perpetuarse en el poder otros dos mandatos; hasta 2036. Y lo ha hecho como deseaba, con un gran respaldo en una larga votación popular —un 65% de participación según datos de la Comisión Central Electoral— aunque empañada por la pandemia de coronavirus. Apoyo abrumador esperado (más de un 78% de positivos, según el 96% de los sufragios contabilizados) con el que, pese a las denuncias de irregularidades, pretende dar legitimidad a su maniobra. Con la popularidad en mínimos históricos y un creciente descontento social, Putin, que lleva dos décadas a los mandos y ha vuelto a jugar la carta del garante de la estabilidad y el patriotismo, calma así las especulaciones sobre su sucesión. Sale con más autoridad, pero también consciente de que ha quemado una baza y tendrá que navegar un país con una ciudadanía exhausta y una economía en crisis.
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Las enmiendas, la revisión más importante de la Ley Fundamental desde que Rusia emergió del derrumbe de la Unión Soviética, en 1991, dan a Putin no solo la opción de volver a postularse a las presidenciales cuando acabe su actual mandato, en 2024, convirtiéndose en el líder que más tiempo ha estado en el poder en la historia moderna de Rusia, también le proporcionarían más influencia sobre la labor de los tribunales y los fiscales.
Putin, que controla la escena política, ha evitado pronunciarse sobre su futuro, pero hábilmente, e invocando las turbulencias y los enemigos dentro y fuera de Rusia, ha sugerido que “podría” volver a la carrera electoral; por el bien del país. Otra de sus tácticas para laminar más la ya debilitada y fragmentada oposición rusa, pero también de acallar cualquier tipo de crisis interna para disputarse su sillón en el Kremlin. También tranquiliza a todo un enjambre de funcionarios y empresarios que han crecido durante sus 20 años en el poder y que, ante el temor de perder su posición, podrían decidir maniobrar para apoyar a un sucesor. Eso habría dejado cojo a Putin, habría debilitado su mandato y perjudicado su legado. “Un presidente que no puede postularse a otro periodo no puede ser una figura fuerte”, señaló hace unas semanas el alcalde de Moscú y firme aliado de Putin, Serguéi Sobianin.
La consulta sobre la reforma de la Constitución que terminó este miércoles y duró siete días para evitar las multitudes en los puntos de votación y tratar de alentar participación, era en realidad un trámite innecesario. Las enmiendas recibieron el visto bueno del Parlamento y del Tribunal Constitucional. Sin embargo, el líder ruso se afanó por recalcar que solo firmaría las enmiendas si la ciudadanía las respaldaba. “Con esto, el presidente ruso trata de dar la apariencia de proceso democrático a lo que en realidad es una maniobra autoritaria; otra más”, opina la politóloga Marina Litvinóvich. “Putin tiene miedo a dejar el país en manos de alguien, piensa que Rusia se va a desintegrar si suelta el mando, pero de esta manera reconocer que ha creado un sistema que solo puede funcionar bajo su mano; y eso es una gran debilidad”, añade la politóloga.
Cristalizaba así una maniobra que empezó hace seis meses, con el anuncio de la reforma de la que poco se sabía y tomó fuerza cuando, en marzo y con una sincronización digna de un guión de cine, Valentina Tereshkova, la primera mujer cosmonauta, ahora diputada, propuso ante la Duma estatal que Putin pudiera volver a presentarse. El líder ruso no se hizo rogar y aceptó la propuesta de la respetada ingeniera.
El antiguo agente del KGB que se ha convertido en uno de los hombres más poderosos del mundo, que se anexionó la península ucrania de Crimea, en 2014, tomando impulso en una resonante ola de nacionalismo, que devolvió a Rusia a la mesa de los grandes de la geopolítica internacional delante y detrás de las bambalinas, con su política para Oriente Próximo y que fue señalado por interferir en la política de otros países, vive sin embargo su peor momento de popularidad. Sus índices de aprobación han caído del 80% en abril de 2018 al 59% en el mismo mes de este año, según datos del centro independiente Levada. Sin embargo, no tiene un adversario y eso hace que la poca resistencia que pueda tener quede rebajada.
Rusia, con una economía ya anémica antes de la pandemia debido a las sanciones occidentales y la falta de reformas estructurales para hacerla menos dependiente de los hidrocarburos, ha recibido un gran impacto por la pandemia de coronavirus y por la caída de los precios del petróleo. Se espera que su PIB se contraiga hasta un 6%, según el Banco Central. Y los rusos afrontan la crisis sin ahorros, con los ingresos reales mermados y con el temor a engrosar las listas de desempleo, que se ha incrementado más de tres veces, desde el principio de la pandemia, según confirmó el primer ministro, Mijaíl Mishustin, la semana pasada. En mayo, por primera vez desde 2012, la tasa de paro superó el 6%.
Todo este caldo de cultivo, unido al temor a una segunda ola de coronavirus en otoño, ha llevado a Putin a celebrar la votación —que originalmente iba a hacerse en abril pero se aplazó por la covid-19— en medio de la crisis sanitaria, con Rusia como tercer país del mundo con más infectados. “Si se pospusiese aún más la consulta, habría menos participación y menos gente habría dicho que sí a las enmiendas. Cada semana significa una caída de la popularidad”, remarca la reputada politóloga Ekaterina Schulmann. La experta, que advierte que aún quedan parlamentarias y regionales que pueden cambiar el paisaje político, señala que la clave ha sido hacer una votación extendida. Los datos del voto online en algunas regiones que se contabilizó como definitivo este miércoles, dieron algunas claves: en Nizhni Novgorod un 40,3 votó en contra; en Moscú un 37,67% apostaron por el no.
La influencia extendida que le dan las nuevas enmiendas, sin embargo, no garantizan a Putin una época sin turbulencias. Aunque con sus políticas de control de los medios de comunicación, una maquinaria de propaganda potente y la represión de los movimientos sociales ha dejado a la oposición muy debilitada. Ahora todavía más maniatada, además, por las restricciones de reunión derivadas del coronavirus. Sus campañas han tenido que hacerse online y han denunciado irregularidades en varias regiones.
Algunos, como Yábloko o el bloguero anticorrupción Alexéi Navalni, pidieron no acudir a votar. Otros, como el movimiento Rusia Abierta, llamaron a votar en contra. También el Partido Comunista ruso, en la oposición en la Duma estatal pero que en muchas ocasiones apoya al partido del Gobierno, se mostró en contra. Defienden la constitución soviética. “Putin tiene ahora más poder que un zar, un faraón y un secretario general [del partido comunista de la URSS] juntos”, declaró, el líder de esa formación, Guenady Ziuganov, que criticó un proceso de votación que consideró muy difícil de controlar de forma independiente.
También la organización de monitoreo electoral independiente Golos ha advertido de que el proceso se presta al fraude. “Las reglas de esta votación están tan mal escritas que básicamente se puede manipular de distinta forma. Y en una consulta extendida durante siete días, online y con voto a domicilio es extremadamente difícil que los observadores del proceso puedan verificar que no hay fraude”, advirtió Andréi Buzin, jefe del departamento de monitoreo de Golos. Además, la oposición y las organizaciones de derechos civiles documentaron casos de empleados públicos –desde profesores a funcionarios o sanitarios—que aseguraron haber recibido presiones de sus superiores para votar.