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POR: GERARDO CASTILLO JAVIER – Educador Reside en Santiago Rodríguez.

Altice

La vida social se alimenta de sí misma. Causa y consecuencia se suceden ad infinitum y con frecuencia, nuestra capacidad de prestar atención se aturde ante la maraña de datos que nos acosa, feroz y voraz. Sin embargo, a veces ocurre que un olor, un destello, un roce nos remite a algún deleite del pasado. Es lo que ocurrió con quienes leyeron la novela Un mediocre exitoso en un país de estúpidos, del escritor y abogado Marcos Rodríguez, al leer en el Diario Libre la noticia: “De recolector de basura a aspirante a ser miembro de la Junta Central Electoral”.

La novela, que nada tiene que ver con la noticia que ofreció el periódico bajo la firma de Icell Suero, el día 02 de los corrientes, salvo que el protagonista inicia su vida laboral como colector de basura y asciende en la escala social hasta llegar al Palacio Nacional sin leer Las 48 leyes del poder, ignorando por completo la existencia de El príncipe, de Maquiavelo y la de El arte de la guerra, de Sun Tzu, cobra inusitada actualidad.

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El relato, que crece y se desarrolla entre lo imposible y lo ridículo, también se aproxima a lo absurdo en un amago impensado de coqueteo con a la picaresca.

Con Un mediocre exitoso en un país de estúpidos una vez más la vida nos ilustra con ejemplos y experiencias de primerísima mano, que nuestras ocurrencias son apenas sombras de lo que puede ocurrir o de lo que realmente ocurre. Claro, ya lo había advertido la extraordinaria Camila Henríquez Ureña en “El arte de leer” en Invitación a la lectura (2006) cuando dijo: “Aristóteles nos dice que la historia nos presenta lo que ha pasado, y la literatura lo que puede pasar, lo que es general y probable, en los aspectos esenciales que el tiempo no puede alterar. Ante la literatura nos hallamos, pues, ante la eternidad de lo probable”.

A quienes estudian la historia, unos tiempos suelen parecérseles a otros. Tal vez por eso, Jules Michelet afirmó que “la historia es una resurrección de la vida en su totalidad (…); a quienes estudiamos la literatura unas obras se nos parecen a otras, unas tramas, unas escenas, unos personajes, las líneas de un diálogo, una coordenada social que es el espejo de un guiño, una suerte de profecía… Y a pesar de su riqueza, la literatura nos promete lo que no nos puede dar.

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La historia que nos cuenta Marcos Rodríguez es la hipérbole de una caricatura. Y por supuesto, nada tiene que ver con persona viva alguna. Sin embargo, decepcionado de la vida política y de los políticos, asuntos que conoce de primera mano, el autor nos ofrece un fresco que parece anticiparse al futuro que acechaba. Otros autores, con otra sensibilidad, percibieron la pandemia; Marcos, desde su particular experiencia percibió la comedia, el drama, la farsa ad infinitum… ¿Acaso la tragedia? Los días por los que discurre el mundo son ominosos. Está predicho.

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