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Con gol del brasileño Vinicius Jr, los Merengues superaron 1-0 a los Reds en el Stade de France, de la capital de Francia. Incidentes en las afueras del estadio retrasaron el comienzo del partido

Altice

Por ORFEO SUÁREZ

‘Je t’aime, Madrid’. ‘Je t’aime, Real’. De esa forma le llaman cuando se aleja de las murallas del Bernabéu como un tercio español perdido en el tiempo. ‘Je t’aime’, le susurra esta París como una amante atrapada en sus contradicciones, que se equivoca como una primeriza y mancha una final, al mismo tiempo que muestra la silueta de su desnudo imperial a este equipo que es un imperio en sí mismo.

París aparece en su historia como en el álbum de fotos de una pareja de enamorados, desde aquel 1956 hasta este 2022, en blanco y negro, y color. La Decimocuarta no lo cierra, eso jamás, porque esta pasión es más larga que una vida. Es un amor eterno: la Copa de Europa, la Champions.

Mbappé ha decidido no aparecer en sus páginas, fiel al París en el que nació y fiel al París que dispara con pólvora de emires, pero infiel al París que ama y siente cualquier grandeza como propia, con sus aciertos y sus errores. Es como el Madrid, tejida su identidad por una legión de futbolistas de fortuna, desde Di Stéfano y Puskas a Benzema, Vinicius o Courtois, clavado en Saint Denis como el estandarte del tercio. Es universal. Es para quererlo.

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Los jugadores del Real Madrid celebran con el trofeo tras ganar la final de la Liga de Campeones contra el Liverpool. 28 de mayo 2022.Tony Hicks / AP

Lo cantaba su gente en Notre Dame como en el Stade de France, todos en su sitio sin retrasos, y lo canta en Cibeles, dos diosas, sean cristianas o paganas. No importa. El fútbol es una religión que no necesita altares ni servidumbres y el Madrid es su mayor acto de fe, ante el que la razón cae derrotada. Esta Champions es la prueba, en su camino y en su forma de conquistarla en la final frente a un Liverpool dominador del juego, que disparó hasta 24 veces, sujeto de Courtois como de un mástil hasta encontrar el rastro de sangre que siguió Vinicius, mitad guepardo, mitad hiena.

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A ganar, no a jugar, partieron los de Carlo Ancelotti, convertido en el único entrenador con cuatro Champions. Tan confiado está el Madrid en que aparecerá su oportunidad que no quiso intercambiar golpes. Una estrategia que intenta evitar los riesgos, porque cierra espacios al rival, pero que engendra otros males derivados de entregarle la pelota. A los de Jürgen Klopp les gusta la estampida, pero no había pradera. El ataque posicional no pone tanto en valor las condiciones de Luis Díaz o Mané, que se despliegan de la misma forma que lo hace un látigo, pero el Liverpool tiene, por supuesto, calidad para crear peligro en cualquier situación.

Donde no podía correr, el equipo inglés tocaba, triangulaba, en perpendicular al balcón del área, o llegaba por las bandas. Desde la derecha lo hizo Alexander-Arnold para centrar finísimo, como si enhebrara una aguja, a Salah. El portero del Madrid puso mano en tierra. Con sus dos metros de altura, aterrizar con esa rapidez es como si un bombardero lo hiciera en un portaaviones. Mané, en cambio, disparó desde la línea y Courtois volvió a volar bajo para tocar lo justo el balón. La madera evitó el resto. Si en ese tramo impidió que el Liverpool se adelantara, en el desenlace evitó que empatara, de nuevo ante el egipcio, con la mano y con el pie. Salah lo verá en sus pesadillas. Los madridistas, en sus sueños.

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Las ocasiones eran, pues, producto del decorado, con un Liverpool dominador sin necesidad de ser frenético. El Madrid intentaba contrarrestarlo de forma errática. Primero, con balones largos de Courtois que siempre encontraban ganadores a los gigantes del equipo inglés, fueran Van Dijk o Konaté. Después, sin armonía en la presión, lo que facilitaba a Thiago maniobrar con facilidad. El mediocentro español se retiró del grupo de titulares en el calentamiento, después de haber sido duda debido a una lesión. Finalmente, estuvo en el once.

EL MÚSCULO DE VALVERDE

El poco protagonismo de los centrocampistas del Madrid en el primer tiempo favoreció a Thiago, que podía girar sobre sí mismo con la cabeza levantada, como en un tiovivo. Lo de mirarse en el espejo al mismo tiempo ha quedado atrás, por su bien. El Madrid pedía más Modric, pero el croata estaba ahogado. Ancelotti se había decidido por Fede Valverde para poner músculo. Acertó de lleno. El de Casemiro no está tan suelto ni tan rápido como de costumbre. elmundo.es

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