Los virus que causan daño al hígado son muy diversos. Los que afectan a este órgano de forma más patente son los clásicos de la hepatitis (A, B, C, D y E), pero hay otros que también pueden causar alteraciones hepáticas, aunque generalmente de menor importancia. Los adenovirus, Epstein-Barr, citomegalovirus…
El hígado es uno de los órganos más importantes del cuerpo humano, ya que cumple funciones esenciales como almacenar vitaminas, minerales, hierro y azúcares; procesar los alimentos y convertirlos en sustancias y energía; descomponer las sustancias químicas que entran o se producen en el organismo y son perjudiciales; limpiar el cuerpo de toxinas como el alcohol y de bacterias; producir proteínas que ayudan a combatir infecciones y coagular la sangre…
Los virus representan una amenaza muy relevante para la salud de este órgano, pero no la única. Entre las principales causas de enfermedad hepática se encuentran también el alcohol y el hígado graso metabólico, hasta hace poco denominado hígado graso no alcohólico.
Otro apunte importante tiene que ver con la asociación entre enfermedad hepática y cirrosis. La relación no es tan directa como se suele pensar: ni es la consecuencia final de todas las patologías del hígado ni es un proceso inevitable. “Cuando se hace un diagnóstico a tiempo, esa cirrosis va a ser prevenible”, asegura Joaquín Cabezas, hepatólogo del Hospital Valdecilla de Santander y coordinador del grupo joven de la Asociación Española para el Estudio del Hígado (AEEH).
Virus con mayor o menor afinidad por el hígado
En cuanto a los tipos de virus que pueden causar enfermedad hepática, es indudable que los más relevantes son los clásicos de la hepatitis, pero hay otros que, aunque no tengan una afinidad por este órgano, también pueden causar patología. En palabras de Antonio Rivero, investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Infecciosas (Ciberinfec), “existe un amplio rango de virus que pueden afectar al hígado en mayor o menor medida; desde los virus puramente hepatotropos, como los de la A a la E, hasta virus como el herpes, adenovirus o Epstein-Barr, así como virus transmitidos por artrópodos, como el dengue”.
El término hepatotropo significa que esos virus muestran un tropismo o preferencia por las células del hígado para replicarse. Del mismo modo, los virus neurotropos afectan sobre todo al sistema nervioso y los linfotropos a las células inmunitarias, por poner dos ejemplos.
Por este motivo, cuando virus no hepatotropos como los herpes, adenovirus, Epstein-Barr o citomegalovirus afectan al hígado, no suelen provocar problemas graves a este órgano. En esos casos, según Cabezas, “el hígado es como un espectador más en esa infección; puede inflamarse, pero suelen ser infecciones agudas que se resuelven solas”. El especialista hace una salvedad: las personas inmunosuprimidas, cuya capacidad para combatir las infecciones está reducida.
Hepatitis infantil de origen desconocido
Los casos de hepatitis aguda infantil de origen desconocido que han salido a la luz en las últimas semanas han llamado la atención de los especialistas, precisamente, por su gravedad a pesar de que no están producidas por un virus hepatotropo. Una de las cosas que primero se descartaron es que se deban a los virus de las hepatitis A, B, C, D o E. Rivero expone el estado de la investigación, en la que todavía abundan las incógnitas y ni siquiera es seguro que estén causados por un agente viral: “Actualmente se desconoce por completo la causa. Entre las hipótesis de trabajo que incluyen virus están las siguientes: adenovirus, en concreto el tipo 41; reinfecciones por SARS-Cov-2 y un virus nuevo”. Además, se está planteando la posibilidad de que sea “una de las tres anteriores junto a algún cofactor, como un tóxico o algún factor ambiental”.
El grupo de Rivero tiene experiencia en este terreno, ya que a mediados de marzo publicó un estudio en el que comunicaba la identificación en Europa de los primeros casos de hepatitis aguda provocada por un nuevo virus. Se llama Orthoherpesvirus C y “es un nuevo virus zoonótico cuyo hospedador principal son los roedores y su diana principal, el hígado, produciendo hepatitis”, expone el investigador, quien puntualiza que todavía se desconoce la verdadera dimensión de esta enfermedad. Hasta la fecha se han identificado tres casos en pacientes con esta hepatitis aguda de origen desconocido previamente.
Cómo prevenir y tratar los virus clásicos de la hepatitis
Mientras que el Orthoherpesvirus C y el agente causante de los casos de hepatitis aguda y grave de origen infantil están rodeados todavía de una gran incertidumbre, los virus clásicos de la hepatitis (A, B, C, D y E) se pueden considerar viejos conocidos y, por ello, existen estrategias de prevención y tratamientos eficaces.
Hepatitis A y E
“Las hepatitis que son vocales producen típicamente infecciones agudas que no suelen requerir tratamiento y se resuelven por sí solas”, reseña Cabezas. En otras palabras, las hepatitis A y E no son, por norma general, peligrosas.
La hepatitis A se transmite por vía fecal-oral y también por contactos sexuales sin protección. Existe una vacuna eficaz para prevenirla, que está recomendada en adultos que viajan a zonas endémicas, pacientes candidatos a trasplantes, adictos a drogas por vía parenteral, pacientes con hepatitis crónica B y C, hemofílicos, personal de guarderías y personas que trabajen en entornos donde puede haber aguas contaminadas.
La hepatitis E no dispone de vacuna y constituye una zoonosis emergente procedente de los cerdos. Cocinar bien la carne y conservarla adecuadamente pueden ayudar a prevenir la infección por este virus. En general, causa enfermedad leve, pero puede tener consecuencias graves en embarazadas y personas inmunosuprimidas.
Hepatitis B y C
Un pequeño porcentaje de las personas que se infectan con los virus de la hepatitis B y C se curan de forma espontánea sin tratamiento, pero en el resto tienen un carácter crónico.
La hepatitis B se transmite a través del contacto con la sangre de una persona con infección activa, algo que puede producirse de madre a hijo durante el parto, por transmisión sexual o también por el uso de jeringas compartidas -en usuarios de drogas- y por procedimientos quirúrgicos realizados sin asepsia. Este virus cuenta con una vacuna eficaz introducida en el calendario de vacunación infantil, por lo que su prevalencia ha disminuido considerablemente en los últimos años en España y otros países.
La hepatitis C se transmite de una forma similar a la B, es decir, por la exposición a sangre infectada. No existe vacuna frente a ella.
Cabezas subraya la existencia de herramientas para cribar y diagnosticar a las personas afectadas con una sola analítica de sangre. “Cuando detectamos una hepatitis B, también hay que descartar hepatitis C y VIH, y viceversa”.
El tratamiento actual de la hepatitis C se basa en la administración de los denominados antivirales orales de acción directa, que permiten la erradicación completa del virus y se administran de forma inmediata a todas las personas a las que se les detecta.
En cambio, tal y como precisa Cabezas, la instauración de tratamiento frente a la hepatitis B requiere algo más de tiempo y las terapias vigentes, centradas en el empleo de análogos de nucleósidos, frenan la infección, pero no la eliminan completamente. Cuando se retira, el virus puede volver a actuar.
Hepatitis D
El virus de la hepatitis D (delta) se considera un virus deletéreo, lo que se traduce en que solo afecta a personas ya infectadas con el de la hepatitis B. No es capaz de funcionar solo, sino que necesita de las herramientas y la estructura del virus B. “Cuando una persona se infecta por B y delta, su enfermedad va a ir mucho más rápido hacia el desarrollo de cirrosis”, precisa Cabezas.
Tradicionalmente, el virus delta se trataba con interferón, pero desde hace poco existe también un fármaco específico, llamado bulevirtida. Su tasa de eficacia global es del 30%.