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Por JUAN T H

Altice

“Cuándo un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”. A. Cortez

Qué difícil es despedir a un amigo-hermano cuando muere lejos un fuerte abrazo, de una despedida cálida y sentida, cuánto la noticia nos llega como un rayo sin aguacero, cuándo no están los seres más cercanos para correr a su entorno y expresarles nuestro dolor, que también es infinito. La muerte de Pablo me tomó por sorpresa. Sabia -lo presentía- que sucedería en cualquier momento. Pero se había burlado tantas veces de la muerte, que llegue a pensar que no ocurriría nunca, porque había exhibido durante mucho tiempo “una pésima salud de hierro”, entrando y saliendo de un quirófano.

Lo conocí hace muchos años, ahora no recuerdo si en casa de Sonia Silvestre, Yaqui Núñez del Risco, Tommy García, Minou Tavares Mirabal o de José Antonio Rodríguez, donde era habitual una “descarga” musical. Lo cierto es que cada vez que venía al país, acompañado siempre de Amelia, su compueblana y amiga de siempre, que hoy está devastada, nos reuníamos, comíamos, bebíamos y cantábamos. Pasamos momentos memorables con Pablito, un ser humano  único, irrepetible, universal por los cuatro costados.

En su casa de La Habana, igual nos reuníamos siempre. Pablo era un anfitrión de primera. Le gustaba halagar a sus amigos, preparando comida típica que cocinaba con gusto y esmero. Pablo era un ser especial.

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La historia de la música popular contemporánea cubana y latinoamericana de los últimos 60 años no puede escribirse con justicia sin su nombre y el de muchos de los fundadores del movimiento “Nueva Trova”, que fue una expresión artística, cultural y política que contribuyó con el desbloqueo cultural de la isla que lo vio nacer. Pablito no perdió nunca el sentido critico que lo acompañó toda su vida. Era -a mi juicio- un revolucionario crítico, que pensaba con cabeza propia. Dijo lo que pensó. Cantó lo que creyó, como la “canción por la unidad latinoamericana”, “yo pisaré las calles nuevamente”, “el amor de mi vida”, “comienzo y final de una verde mañana”, “la soledad”, “amor”, “para vivir”, “el breve espacio”, “amo esta isla”, musicalizando magistralmente los versos sencillos del apóstol José Martí. Pablo no perdió nunca su esencia, su pasión por el bolero, por el “feelin”. La música cubana tuvo en Pablo un exponente muy singular y visionario. En España, donde murió, ni en ninguna otra parte del mundo, dejó de ser cubano.

QUERIDO PABLO

Pablo querido,

Querido Pablo.

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No sabes cómo duele tu partida,

cómo nos lacera el alma,

como taladra nuestros corazones,

como rompe el silencio en llanto.

No sabes cómo duele tu muerte,

querido Pablo, amigo, hermano del canto y la poesía,

del are y la cultura,

de la vida y del amor…

Y también de la muerte.

Porque yo también muero contigo.

Hace años tú partida era previsible,

pero imaginarla era un  absurda.

Inaceptable en la conciencia.

Sabíamos, sin embargo, que un día partirías,

que te irías sin decir adiós,

con esa sonrisa, grande y redonda como la luna de tu cara,

que nunca tuvo espacio en tu infinita geografía,

ni en la isla que te vio nacer.

Pablo querido,

Mi querido Pablo,

¿qué harán ahora los trovadores sin tu Trova?

¿qué será de la canción sin tu canción y sin voz?

¿qué pasará con el canto sin tu canto?,

Pablo querido,

canciones de duelo cubren tu ataúd  como un manto de tristeza,

El cielo llora. Llueve en mi alma destrozada

La congoja se convierte en un nudo que amordaza la voz.

La nostalgia es el pasado convertido en presente.

Querido Pablo,

Pablo querido,

Nos dejaste tu canto,

Es decir, nos dejas tu vida.

¡No morirás en mí! ¡No morirás!

¡Lo prometo!

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