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Confinados en pisos pequeños y atenazados por el miedo al coronavirus y a su impacto económico, muchos rusos están preocupados por el regreso de un viejo demonio: el alcoholismo.

Altice

“Cuando me encontré sola en casa, lo primero que pensé fue ‘ah, es un buen momento para emborracharme’”, cuenta Tatiana, de 50 años, que lleva casi siete años sobria y está confinada en la región de Moscú.

“No todo el mundo puede resistirse durante el confinamiento”, comenta mientras se conecta a una reunión virtual de Alcohólicos Anónimos.

Desde la primera semana de aislamiento, las ventas de alcohol aumentaron un 65% en Rusia, según el instituto de estudio de mercado GFK. Según una investigación de la asociación Rusia Sobria, el 75% de los encuestados compró más alcohol de lo habitual, tanto como para las fiestas de fin de año.

Este pico se debe en parte a la acumulación de provisiones, pero también a peligrosas creencias populares: “el 80% de los encuestados piensa que el alcohol inmuniza contra la COVID-19, cuando es todo lo contrario, reduce la inmunidad y exacerba las enfermedades crónicas”, afirma Sultan Khamzaev, jefe de Rusia Sobria.

El consumo de alcohol en el país cayó más de un 40% entre 2003 y 2016, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), gracias a una agresiva campaña de las autoridades. Ahora los rusos beben en promedio menos que los franceses o los alemanes.

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Los estragos del alcohol, exacerbados en tiempos de crisis, siguen en mente de todos.

“En el confinamiento, el nivel de ansiedad en pacientes frágiles aumenta” y la población de riesgo “comienza a beber” para relajarse, dice Vasili Shurov, un psiquiatra especializado en adicciones. Asegura que la clínica privada que dirige en Moscú recibe una avalancha de llamadas.

En los pasillos del establecimiento, donde todas las camas están ocupadas o reservadas, los pacientes demacrados se dirigen a una sala donde pueden fumar.

Es el caso de un treintañero que llegó hace tres días y asegura, bajo anonimato, que “es mejor así para todos en casa”.

Las asociaciones de lucha contra la violencia de género han constatado un aumento de las agresiones desde el comienzo del confinamiento.

 – “El alcohol despierta al diablo” –

Aunque es demasiado pronto para establecer una correlación con el aumento del consumo de alcohol, Anna Rivina, directora del centro “No a la Violencia”, afirma que “el alcohol despierta al diablo”.

Mari Davtian, una abogada de derechos humanos, constata un aumento de las quejas relacionadas con el alcohol.

Como la que recibió de Irina, una mujer de 32 años con un hijo de dos años, en la región de Moscú: “Mi marido fue despedido, empezó a beber y a pegarnos. Quería ir a casa de mis padres, pero me amenazó con denunciarme a las autoridades y decirles que puse al niño en peligro saliendo de casa”.

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Lo mismo le pasó a Ksenia, de 26 años, y a su hijo de 8 meses: “Mi marido empezó a beber todos los días y me pega por cualquier cosa. No sé qué hacer, los tribunales están cerrados y ni siquiera puedo divorciarme”, dice.

“El alcohol y la pobreza aumentan la violencia doméstica”, afirma Aliona Popova, una activista que apoya la adopción de una ley de emergencia durante el confinamiento, que despenalice a las mujeres maltratadas que huyen del hogar, mientras que los desplazamientos están prohibidos.

Rusia Sobria, por su parte, pide a las autoridades que limiten la venta de alcohol por persona o que cierren las tiendas especializadas.

“Se ha hecho un trabajo inmenso en los últimos años. Pero ahora estamos en una situación de emergencia. Corremos el riesgo de perder lo que hemos logrado si la gente se encuentra sin trabajo, deprimida. Y cuando la cuarentena haya terminado, nos espera una larga y profunda crisis económica”, afirma Khamzaev.

El doctor Shurov también teme el desconfinamiento: “La gente se habrá perdido la Pascua, las fiestas de mayo. Y de repente podrán salir, beber (…) como si no hubiera un mañana”.

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