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Rafael Baldayac

Altice

El  20 de febrero de cada año se celebra el Día Mundial de la Justicia Social. Es hora de reducir la iniquidad a nivel mundial. El tema de este año 2020 es: “Cerrar la brecha de las desigualdades para lograr la justicia social”.

Actualmente la justicia social es uno de los valores  fundamentales para establecer la convivencia pacífica, sobre todo cuando promovemos y defendemos los principios  para eliminar las barreras que enfrentan las personas debido al género, la edad, la raza, la etnia, la religión, la cultura o la discapacidad.

Lamentablemente es un concepto muy politizado, siendo usado para describir el movimiento contra la iniquidad y dirigido hacia un mundo socialmente justo. Esto se refleja en que uno de cada cinco trabajadores todavía vive en pobreza moderada o extrema, en diferentes puntos geográficos del planeta.

Esta situación impide el acceso a trabajo digno y muchos  enfrentan salarios miserables, prevaleciendo la desigualdad de género, siendo un mito en muchos países el  cacareado crecimiento económico.

La palabra clave es “igualdad”, unida esencialmente a la idea de que toda la gente debe tener los mismos (igual) derechos políticos, sociales, económicos y civiles. Esta idea, está basada en el fundamento de los derechos humanos inalienables, consagrados en documentos tales como la Declaración de Independencia.

Sin embargo, detrás del concepto de justicia social   se esconde un socialismo y comunismo rancio, que busca eliminar las barreras de la desigualdad económica, por medio de la redistribución de la riqueza.

Hay una premisa equivocada sobre las clases socio-económica, de que los ricos se han enriquecido a costa de la explotación de los pobres o el proletariado. Esta pudo haber sido la causa principal cuando Karl Marx escribió su Manifiesto del Partido Comunista, pero es historia.

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Además los estados socialistas tienden a crear más problemas de los que resuelven. La asistencia social, que utiliza los ingresos fiscales para estos programas, vuelve a los ciudadanos dependientes  del gobierno. Donde el socialismo-comunismo ha sido probado a escala nacional, ha fracasado rotundamente en eliminar la diferencia de clases en la sociedad.

Desde el punto de vista cristiano la Biblia enseña que Dios es un Dios de justicia. De hecho, “todos sus caminos son rectitud.” (Deuteronomio 32:4). Además,  apoya la noción de la justicia social, en la cual se muestra el interés y el cuidado por la situación de los pobres y afligidos (Deuteronomio 10:18; 24:17; 27:19).

A menudo la Palabra de Dios hace referencia a los huérfanos, a las viudas y los extranjeros – esto es, la gente que no era capaz de valerse por sí misma, o no contaba con ningún sistema de apoyo.

La nación de Israel era gobernada por Dios para cuidar de los menos favorecidos de la sociedad, y su eventual fracaso en hacerlo, fue en parte de la razón de su juicio y expulsión de la tierra.

Jesús exhorte al cuidado de “estos mis hermanos más pequeños,” (Mateo 25:40) y en la epístola de Santiago, se expone la naturaleza de la “verdadera religión” (Santiago 1:27). Así que si por “justicia social” queremos decir que la sociedad tiene la obligación moral de cuidar de aquellos menos afortunados, entonces es correcto.

Dios sabe que, debido a la caída, habría viudas, huérfanos y extranjeros en la sociedad, y Él dejó disposiciones en el Antiguo y Nuevo Testamentos para cuidar de estos marginados de la sociedad.

El modelo de tal comportamiento es el mismo Jesús, quien reflejó el sentido de justicia de Dios, al traer el mensaje del Evangelio aún a los marginados de la sociedad.

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Sin embargo, la noción cristiana de la justicia social es diferente a la noción contemporánea de la justicia social. Las exhortaciones bíblicas de cuidar de los pobres, son más individuales que sociales.

En otras palabras, cada cristiano es exhortado a hacer lo más que pueda por ayudar a “los más necesitados.” Las bases para tal mandato bíblico, se encuentra en el segundo de los principales mandamientos – “amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Mateo 22:39).

La noción actual de la justicia social, reemplaza lo individual con lo gubernamental, lo cual, a través de los impuestos y otros medios, redistribuye la riqueza. Esta política no provoca el dar por amor, sino el resentimiento de aquellos que ven que se les quita su riqueza ganada con gran esfuerzo.

Otra diferencia es que la cosmovisión cristiana de la justicia social, no asume que los ricos sean beneficiarios de ganancias mal habidas. La riqueza no es mala, pero hay una responsabilidad y una expectativa de ser un buen administrador de la misma (porque toda riqueza proviene de Dios).

La justicia social de hoy, opera bajo la suposición de que la riqueza explota al pobre. La tercera diferencia es que, bajo el concepto cristiano de la mayordomía, el cristiano puede dar a las organizaciones de caridad lo que él o ella quieran aportar de corazón.

El enfoque centrado en el hombre, ve al gobierno en el papel protector o benefactor, trayendo una utopía a través de las políticas gubernamentales. El enfoque centrado en Dios, ve a Jesucristo como Salvador, trayendo el cielo a la tierra a su regreso.

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