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Por Alexis Rodríguez

Altice

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. El perdón es puesto en evidencia por Jesús, a quien se le había faltado todo el respeto, tratándole como el más vil malechor. Nos enseña que debemos perdonar, no importa lo que nos hayan hecho, para poder ser perdonados por nuestro Padre Celestial.

En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Una promesa hecha por Jesús al malechor que a su derecha moría crucificado con él. Es una evidencia de que no importa cuán malos y pecadores hayamos sido; aún en el último hálito de vida podemos arrepentirnos y Dios nos perdona y nos garantiza vida eterna.

Hijo, he ahí tu madre. Madre, he ahí a tu hijo. Una muestra de la responsabilidad de Jesús con los suyos. Antes de partir de este mundo terrenal, encomienda su madre a su discípulo amado, y a su madre le encarga cuidar de su amigo. Con esta actitud nos enseña a amarnos y cuidarnos los unos a los otros. Amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a tí mismo.

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Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? En ese momento Jesús estaba cargando el pecado de toda la humanidad. Sentía el abandono del Padre, que ama al pecador, pero aborrece el pecado. Era tan grande la carga, que en su humanidad sentía que Dios lo había desamparado. Valorar el sacrificio de Cristo es nuestro mayor reconocimiento. Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo pecadores Cristo murió por nosotros.

Tengo sed. Esta sed no sólo era física, producto del proceso de deshidratación al que era expuesto al cargar la cruz, al ser laceado y perder tanta sangre, al recorrer un trayecto tan largo expuesto al sol, sin tomar agua; esa sed también era espiritual al saber que la humanidad sería justificada con su muerte. Sed de justicia, sed de salvación era la que tenía Jesús cuando emitió esta expresión.

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Todo está consumado. Al fin lograba cumplir con el propósito de su paso, como hombre, en la tierra. Es como decir: lo logré, valió la pena, he llegado a la meta; pero sobretodo ¡Misión Cumplida!

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Antes de expirar, Jesús aprovecha para encomendar su espíritu al Padre Celestial. Descansa en el regazo del Padre y se despide en paz de este mundo con la satisfacción de haber cumplido el propósito de Dios.

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