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Por LUCÍA GONZÁLEZ

Altice

rtve.es

Cuando Abdoul pisó el puerto de La Restinga, en el Hierro, no se lo podía creer. Había dejado atrás Mali en busca de un sueño: un futuro mejor lejos de la pobreza y la guerra que asolan su país. Y lo había conseguido, o al menos, había llegado con vida a España.

No todo el mundo llega y lo puede contar, pero este joven de 19 años sí. Tardó en darse cuenta. El viaje por tierra de Mali a la costa mauritana y los siete días en un cayuco le pasaron factura, dejaron una herida invisible, pero muy marcada que no va a ser fácil olvidar.

Lleva menos de un mes viviendo en España y ya sabe “hablar un poco de español”, cuenta a RTVE.es emocionado. Vive en uno de los centros de emergencia habilitados por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones desde las llegadas masivas que dejaron una cifra récord de entradas en Canarias el pasado mes de octubre, con casi 15.000 migrantes.

Allí cubren sus necesidades básicas, le dan comida, un techo bajo el que dormir y ropa. Pero también tratan de ayudarlos en su integración, entre otras cosas, reciben clases de seguridad vial o de primeros auxilios. El choque cultural es enorme y la vida para muchos de ellos ha dado un giro de 180 grados. Abdoul, por ejemplo, no se acostumbra a “ir por la acera sin salir a la carretera”.

Y es que detrás de su adaptación hay mucho trabajo. “Los migrantes no son números, son personas que tienen proyectos, perspectivas de futuro y nos gusta que sepan que pueden contar con nosotros en un momento dado“, recuerda a RTVE.es la trabajadora social y responsable de un centro de emergencia de Accem, Yasmina Rivas.

Este paso es fundamental en la que suele ser su primera parada en España. Algunos vienen con su trayecto migratorio muy planeado y solo necesitan un último empujón para llegar a su destino. “Cuando llegan aquí a los dos o tres días ya no están, nos están diciendo ‘tengo familia en Barcelona’, por ejemplo, y sólo los ayudamos a llegar allí“, detalla Rivas.

Pero muchos otros, como es el caso de Abdoul, llegan sin conocidos y sin un plan muy elaborado. En esos casos la atención brindada por las ONG y el Ministerio se alarga hasta “un mes”, detalla la responsable de Accem. Durante ese mes tratan de llevar una vida lo más normal posible, “tienen una rutina muy normal”. “Hacen deporte, desayunan a las ocho, tienen clases de español, se reúnen con los trabajadores sociales, comen, descansan, y disfrutan de su ocio jugando al parchís o a las cartas”.

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La importancia del apoyo durante todo el camino

La atención de emergencia suele quedarse corta en muchos casos. Y ahí se les deriva a otros recursos, gestionados por diferentes ONG en colaboración con el ministerio, en los que se les brinda una atención más completa.

Es el caso de Jenny, una migrante venezolana que llegó a España hace poco más de un año. Su trayecto migratorio puede parecer más fácil a simple vista, pero no es así. Como opositora del gobierno de Maduro no tenía mucho futuro en su país, por lo que decidió marcharse, con todo lo que implica: “Desde pedir dinero prestado a conocidos hasta pedirlo en la calle“, explica a RTVE.es.

a pesar de no tener una barrera idiomática, también se ha encontrado muchas piedras en el camino. Ella también está en España gracias al sistema de acogida, de la mano de Cruz Roja, en un primer momento, y de Cepaim a día de hoy. So

En esta etapa, la acogida se amplía hasta los 18 meses. Luego, en determinados casos excepcionales, se puede prorrogar, pero es más complicado. “Lo que hacemos durante el tiempo de permanencia en nuestros centros de acogida es garantizar una formación básica, un conocimiento de la sociedad española, de la cultura, una asistencia psicológica, una asistencia jurídica y un acompañamiento social“, explica el director general de Cepaim, Juan Antonio Segura.

Uno de esos centros está en Carabanchel, donde transcurren las mañanas con un flujo constante de gente, de trabajadores de la entidad a migrantes. La mezcla cultural se aprecia desde lejos y se confirma con solo asomarse a una de las clases de castellano que imparten: ucranianos, senegaleses o afganos son algunas de las personas que aprenden con ilusión un idioma que es solo el principio de una nueva vida.

Allí también les brindan “el calor humano y el sosiego necesario” en momentos en los que la incertidumbre de qué va a pasar con ellos los desola. “No saber si te van a echar del país es la parte más difícil”, relata entre lágrimas Jenny.

Hoy ha conseguido formarse y titularse como peluquera. Pero a escasos meses de llegar a su fin su estatus de acogida, el horizonte todavía no se divisa muy claro. “Nosotros hemos estado buscando habitación, pero ya con un niño no te aceptan, te dicen que no y no damos para los requisitos que piden y eso nos tiene preocupados porque tenemos que salir ya del sistema y no sabemos qué hacer”, sostiene la mujer.

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Las recompensas del final del camino

Pese a lo complicado de todo ese camino, en el sistema de acogida los sueños se cumplen. Cherif es el vivo ejemplo de ello. Llegó a España en 2009, había salido de su Guinea natal dos años antes, pasó por Mali, Argelia y Marruecos, desde donde cruzó en patera hasta España.

Recuerda el miedo como si fuera ayer. Él nunca había visto el mar, ni siquiera sabía nadar y lo tuvo que afrontar: “Había dos cosas, o me moría o llegaba”, relata a RTVE.es. La travesía tuvo su final feliz y, tras miles de kilómetros, Cherif llegó a las costas granadinas, concretamente a Motril.

Después de esa llegada fue pasando por todas las etapas del proceso: la primera acogida, la entrada en el sistema y, por último, el apoyo para independizarse. En esa última trabaja, entre otras, la ONG Diaconía.

Son programas de autonomía, son pisos para personas migrantes que se encuentran en situación regular, que llevan un tiempo en España, que tienen un conocimiento del idioma, y que, en definitiva, ya tienen una trayectoria en el país, tanto de inserción laboral como en inserción social”, explica a RTVE.es la coordinadora del área de migraciones en Andalucía de Diaconía, Ylenia Árraiz.

Ahí lo que hacen es proporcionarles una estabilidad en un recurso de acogida temporal para que puedan ahorrar dinero, con la idea de motivarlos a una mejora laboral o fomentar una formación. Pero también inciden en “el autocuidado, no se centran en las necesidades que ellos tienen porque están muy enfocados en únicamente el trabajo y eso es importante”, incide Árraiz.

Por uno de esos pisos pasó Cherif. Gracias a eso empezó a trabajar en una cafetería, se sacó el carné de conducir, aprobó la ESO y ahora está estudiando un grado medio. También es voluntario en Cepaim y tiene varios propósitos: estudiar un grado superior de integración social y tener su propia familia en España.

Aquí me siento como en casa, porque desde que llevo aquí hasta ahora, como los amigos que tengo, la gente que he conocido, todo el mundo me ha apoyado y me ha ayudado a ser mejor persona”.

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