Es como si al asumir la presidencia de EE.UU., en enero de 2017, Donald Trump hubiera recibido un auto nuevo y brillante, el mejor y más hermoso que se haya visto. Y que solo en julio de 2020 se hubiera dado cuenta de algo importante: tiene reversa
Una función del vehículo que nunca pensó que necesitaría y que ciertamente nunca tuvo la intención de usar.
Pero el pasado lunes, echó marcha atrás y se enredó con la palanca de cambios y el embrague… y ahora no puede evitar que retroceda.
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Solo para recapitular: las mascarillas, que el presidente solía ridiculizar como algo de “corrección política”, ahora son un acto de patriotismo y siempre deben usarse cuando el distanciamiento social es imposible.
El coronavirus, que hasta hace poco lo describía como un mal caso de resfriado para la mayoría, ahora es algo más gravey empeorará antes de mejorar.
Hace dos semanas, el presidente insistía en la reapertura de las escuelas, o de lo contario les quitaría su financiación. Ahora dice que, para algunas de las ciudades más afectadas, eso no sería apropiado.
Y la gran reversa fue la Convención Republicana en Jacksonville, Florida, donde aceptaría la nominación para la reelección.
El presidente ama las multitudes. Las estridentes y aduladoras. El plan original había sido celebrar el evento en Charlotte, Carolina del Norte.
Pero cuando el gobernador de ese estado dijo que tendría que haber distanciamiento social, el presidente se puso furioso, atacó al gobernador y anunció que los republicanos irían a otro lado. Jacksonville sería el lugar con miles de republicanos vitoreando y vitoreando.
Pero ya no será. Fue un revés sorprendente ydoloroso, uno que le pesó mucho al presidente.
Otro Trump ante el micrófono
Los cambios de parecer se han dado en tres tardes consecutivas de conferencias de prensa sobre coronavirus en la Casa Blanca.
En estas comparecencias el presidente ha aparecido en solitario, ya no flanqueado por sus asesores médicos.
Pero también ha sido mucho más disciplinado que cuando pasaba un par de horas en el atril, reflexionando sobre cualquier cosa como la vez que abordó si inyectarse desinfectante o el efecto de luz solar serían buen tratamiento para el coronavirus.
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En una rueda de prensa el miércoles, el presidente entró y salió en menos de media hora, se atuvo a los mensajes que quería transmitir y respondió un puñado de preguntas.
No se enfadó. No se metió en disputas. Hizo lo que iba a hacer. Y luego se marchó.
Cuesta arriba
Me senté a discutir esta semana con alguien estrechamente involucrado en las actividades del gobierno. Pasamos un tiempo discutiendo la psicología del presidente (un tema común).
Y esta persona decía que Trump tiene la mentalidad de un macho que nunca debe parecer débil. Aunque sepa que sería inteligente ceder terreno algunas veces, eso es impensable.
Para él hay una cosa peor que ser débil: ser un perdedor.
Y aunque en público, por temor a parecer débil, el presidente insiste en que su campaña está ganando y que el pueblo estadounidense lo ama, o que las encuestas que lo ponen bajo el agua son noticias falsas, la realidad es más incómoda.
Florida, donde Trump debió haber pronunciado su discurso de nominación presidencial, es el epicentro del terrible aumento en los casos de coronavirus.
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Con una población de 21 millones, la semana pasada tenía más casos nuevos por día que toda la Unión Europea (con una población 460 millones).
Un estado que Trump ganó cómodamente en 2016. Un estado que el mandatario pensó que tendría en la bolsa en noviembre. Pero la última encuesta de la Universidad de Quinnipiac tiene al candidato demócrata Joe Biden 13 puntos por delante. 13. Eso es enorme.
Y hay un montón de otros estados clave que muestran que el presidente Trump está rezagado.
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¿Nueva estrategia?
Lo que no ha cambiado en la última semana es la ciencia.
Los sufridos consejeros de salud pública del presidente han estado insistiendo en las mismas cosas como un gramófono roto: mascarillas, distanciamiento, evitar multitudes.
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Puede ser que el presidente haya escuchado a sus médicos. Es posible, pero tengo que decir que improbable.
Si estamos buscando una “cosa” significativa es esta: la semana pasada, Trump despidió a su director de campaña, Brad Parscale, y seleccionó uno nuevo, Bill Stepien.
Parece que ha sentado al presidente y le ha dado con el balde de agua helada. Que las encuestas son lamentables y van en la dirección equivocada; que no todo está perdido, pero que rápidamente podría salirse de control. Que se necesita con urgencia un cambio de dirección y tono. Particularmente cuando se trata de cualquier cosa sobre la covid-19.
Vale la pena poner una duda aquí.
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Por brillante que pueda ser Stepien, hay una especie de patrón: el presidente llega a un nuevo acuerdo y durante las siguientes dos o tres semanas hace lo que le dicen. Pero luego vuelve a seguir su instinto.
Durante tres años y medio, el presidente ha sido capaz de definir su propia realidad; doblar y confeccionar hechos para que se adapten a su propia narrativa.
El coronavirus ha sido un enemigo como ninguno al que Donald Trump se haya enfrentado. Y él ha tenido que doblegarse a su voluntad. No al revés.
Lo que sucedió esta semana es que lo que muestran las encuestas y lo que sus científicos han estado pidiendo repetidamente están totalmente alineados. Y él realmente no quiere ser un perdedor en noviembre.
El espectro de estos giros de 180° ha provocado muchas carcajadas de los analistas liberales. El hombre que solo sabe doblegar, ahora se doblegó por el dolor de estos reveses públicos.
Pero deberían ser más cautelosos. La conversión puede ser poco sincera; bien puede deberse a la necesidad de las encuestas y los estadounidenses verán que su presidente se comporta de manera racional.
¿Ya se olvidaron de todas esas cosas que dijo el presidente en marzo y abril cuando minimizó la pandemia e instó a la reapertura rápida de la economía estadounidense?, podrán preguntarse algunos.
Bueno, todo lo que diría es que el circo avanza rápidamente; todos parecen tener una memoria increíblemente corta.
¿Quién habla más del caso Mueller? ¿O Rusia? ¿O el impeachment?
Con nuestra impaciencia por lo nuevo, por las historias novedosas, por los giros de la trama, parece que sufrimos colectivamente un trastorno por déficit de atención.
Y este presidente lo entiende mejor que nadie.
Sin duda, algunos escribirán que esta ha sido la peor semana del presidente. Si gana en noviembre, será vista como la mejor.