Donald Trump se ha convertido este miércoles en el tercer presidente de la historia estadounidense que se verá sometido a un impeachment. Una Cámara de Representantes completamente dividida ha aprobado llevar a Trump a juicio en el Senado por abuso de poder y obstrucción del Congreso a raíz de un escándalo de presiones a Ucrania para obtener beneficios electorales. Tras un debate largo y hosco, por momentos teatral, la mayoría demócrata ha votado a favor a favor de los dos cargos, con todos los republicanos en contra, en un claro reflejo de lo partidista, casi tribal, de este proceso. Los fundadores de la Constitución lo idearon para destituir a un mandatario en caso de “delitos graves o faltas”. Sus herederos lo han transformado en una guerra sin cuartel.
La resolución 755 para juzgar al presidente del país más poderoso del mundo vio la luz pasadas las ocho de la noche, ya madrugada en España, tras una jornada wagneriana en el Capitolio. Fueron casi nueve horas de choque de trenes para decidir sobre los cargos contra Trump, los llamados artículos del impeachment. El cargo de abuso de poder salió adelante con 230 votos a favor y 197 en contra (195 republicanos y dos demócratas) y el de obstrucción al Congreso, con 229 a favor y 198 en contra (también con tres deserciones demócratas). Se trata de legisladores centristas, en territorios bisagra, donde esto les puede pasar factura política.
“No nos ha dejado otra opción”, afirmó la presidenta de la Cámara, la veterana demócrata Nancy Pelosi, al abrir el debate. “Estamos aquí para defender la democracia del pueblo”, añadió. Pelosi, tercera autoridad de la nación y líder de los demócratas en Washington, compareció vestida de oscuro y habló con tono sereno y grave, tratando de transmitir una idea de solemnidad institucional que contrarreste las críticas de Trump y los republicanos, que acusan a la oposición de actuar por revanchismo político. “Este será el impeachment más rápido y débil de la historia”, advirtió el líder de la minoría republicana, Kevin McCarthy, al final del debate.
El caso estalló en septiembre al trascender las presiones al Gobierno de Kiev para que iniciara unas investigaciones que le favorecían electoralmente. Pelosi citó a la Constitución y calificó al presidente de “amenaza continua a la seguridad nacional”. Mientras, Donald Trump escribía en su cuenta de Twitter, en letras mayúsculas y varios signos de exclamación: “¡Qué mentiras tan atroces de la izquierda radical! (…) ¡Este es un ataque a América y el Partido Republicano!”.
Fue un día de frases grandilocuentes y frases rudas, de manifestaciones en la calle y manifestaciones en las redes sociales. Los legisladores recordaron a los padres fundadores y el presidente pidió a los ciudadanos que rezasen. La política estadounidense estaba a punto de escribir un capítulo importante en su historia. Y, sin embargo, una extraña sensación de calma ha dominado este proceso desde que comenzó, pese a las astracanadas habituales del mandatario. No solo se debe a que su absolución se da por segura en el Senado, sino a que su presidencia lleva instalada en la tormenta desde el día que llegó a la Casa Blanca.
Solo un líder tan insólito como Trump puede conseguir que un impeachment parezca un día más en la oficina. Antes incluso de jurar el cargo, estalló el escándalo de la trama rusa y se empezó a hablar de iniciar un proceso de destitución, algo muy poco habitual en la historia de Estados Unidos. La investigación independiente no halló pruebas de su connivencia con el Kremlin, pero reveló sus intentos por torpedear las pesquisas, sentando las bases para acusarle de obstrucción. También es sospechoso de un delito de financiación ilegal de campaña por los pagos a una mujer para callar sus presuntas relaciones sexuales a pocas semanas de las elecciones de 2016 y está en el punto de mira por aceptar dinero de Gobiernos extranjeros a través de su imperio hotelero.
Todos estos conflictos han ido sacudiendo tres años de Administración que, de por sí, ha roto todos los protocolos imaginables y ha convertido los ataques e insultos del presidente en la tónica habitual.
La crisis ucrania combustionó de forma rápida. Un informante anónimo, empleado en el Gobierno norteamericano, denunció en verano que Trump estaba presionando al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, bloqueando incluso 391 millones de dólares en ayudas militares, para lograr que anunciase dos investigaciones que le beneficiarían electoralmente en las presidenciales de 2020. También ofreció una invitación a la Casa Blanca como anzuelo.
En concreto, Trump reclamaba pesquisas sobre Joe Biden, precandidato demócrata, y el hijo de este, Hunter, que estuvo a sueldo de una empresa gasista en ese país cuando su padre era vicepresidente. La otra indagación que pedía tenía por objeto una teoría desacreditada según la cual hubo una campaña de injerencia lanzada desde Ucrania en las elecciones presidenciales en Estados Unidos de 2016 para favorecer a los demócratas. Trump está ahora acusado de abuso de poder por estas maniobras y de obstrucción al Congreso por haber boicoteado este proceso, negando la entrega de 71 documentos o declaración de 12 miembros de la Administración.
Doug Collins, un pastor de Georgia, fue uno de los primeros en tomar la palabra este miércoles e insistió en que los demócratas buscan destituir a Trump desde el primer día y les dan igual los hechos y las pruebas. “Hoy es un día para el impeachment, pero no es un día para la verdad”, enfatizó. El argumento de Trump y los republicanos consiste en que se preocupó por la corrupción de buena fe y que no hubo quid pro quo.
En el juicio, que se desarrollará en el Senado tras la luz verde de la Cámara baja, los legisladores están obligados a repasar los testimonios, llamar a nuevos testigos si lo ven necesario, examinar los documentos, las pruebas y decidir si, en efecto, el presidente de Estados Unidos ha cometido algún “crimen o falta grave”, como dice la Constitución, que haga necesaria su destitución.
Los senadores están obligados a tomar sus decisiones independientemente del color político del presidente al que se juzga, pero la deliberación se antoja una pantomima. El grueso de los legisladores demócratas ve a Trump culpable y la totalidad de los republicanos lo considera inocente. Este miércoles, con 233 de los 431 escaños ocupados por demócratas, el juicio al presidente se daba por descontado. En el Senado, con 53 senadores republicanos del total de 100, también está amarrada la absolución, ya que un veredicto culpable requiere la mayoría de dos tercios.
Una de las grandes conclusiones de este proceso es que el Republicano sigue siendo el partido de Donald Trump. La formación, al menos de momento, ha cerrado filas con el presidente. Sin embargo, en el impeachment a Bill Clinton, iniciado el 19 de diciembre 1998 —hace casi 21 años— por el escándalo Lewinsky, al menos 31 demócratas votaron a favor de iniciar la investigación del demócrata. Otro demócrata, Andrew Johnson, que se sometió al juicio político en 1868, lo superó en el Senado por un solo voto.
La hora de la verdad de Trump llegará en noviembre de 2020. Su base, de momento, no parece afectada por este escándalo. Su índice de aprobación, pese a lo baja, ha mejorado seis puntos desde septiembre, hasta un 45%, según Gallup. Por la noche se dio un baño de masas en un mitin en Michigan. En la calle la lluvia de los últimos días dio una tregua en Washington y bajo un sol intenso, pero un frío atroz, las protestas contra Trump de la mañana recordaban esa otra parte de América. Elpais