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Los sondeos a pie de urna han otorgado en la noche de este jueves al candidato conservador, Boris Johnson, una holgada victoria en las elecciones generales y han pronosticado el hundimiento del Partido Laborista. Johnson lograría 368 diputados en la Cámara de los Comunes, según la encuesta compartida por la BBC, ITV y Sky News. 42 diputados por encima de la mayoría de 326. Se despejaría de este modo el camino hacia el Brexit. Jeremy Corbyn habría hundido a la oposición hasta los 191 escaños —el peor resultado desde 1935—, y tendría difícil seguir al frente de su partido. Los nacionalistas escoceses serían, con 55 diputados de los 59 asignados a Escocia, la tercera fuerza de Westminster, pero con escasa influencia.

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Las claves: los partidos, la cuestión territorial y los asuntos principales
Los votantes del Reino Unido, especialmente los más cercanos a la izquierda, se enfrentaban a un doble dilema. Por un lado, entregarse a la corriente de hartazgo y resignación que domina el país y aceptar el Brexit como un mal irremediable que hay que dejar atrás cuanto antes, o plantar cara una vez más a ese destino incierto. Por otro, decidir si las cosas deben seguir como hasta ahora o si es necesaria una revolución económica y social como la que propone el Partido Laborista para acabar con una década de austeridad y desigualdades. El número dos del partido, John McDonnell, ha admitido en la BBC después de conocer los sondeos a pie de urna que se trataba “de unos resultados extremadamente decepcionantes”. Sería, de hecho, el peor resultado de los laboristas desde 1935.

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Boris Johnson, este jueves con su perro Dilyn ante el colegio electoral en el que ha votado en Londres. FRANK AUGSTEIN AP

Paradójicamente, las elecciones que se vieron en un principio como un nuevo plebiscito camuflado sobre la salida de la UE, acabaron cargándose de un contenido político profundo y sustancial. Frente a las vagas promesas de cambio de un candidato como Johnson, plenamente confiado en su carisma personal para hacerse con la victoria, comenzaron a cobrar tracción y resonancia las propuestas de la izquierda. Los conservadores dedicaron más tiempo a agitar el fantasma de un “Gobierno marxista y lunático” encabezado por Corbyn, que a esbozar las bondades de un nuevo mandato conservador en Downing Street.

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Johnson, sin embargo, se ajustó al guion y repitió con insistencia el lema de su campaña: Get Brexit Done (Cumplamos ya con el Brexit), mientras los medios debatían día tras día cada una de las propuestas de la oposición: nacionalización del agua, la electricidad y los ferrocarriles; banda ancha gratuita para todos los hogares; aumento del impuesto de sociedades que pagan las grandes corporaciones (del 19% al 26%). Y, sobre todo, la salvaguarda del sacrosanto Sistema Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés). El futuro de esta red de asistencia se convirtió en el asunto más debatido. Johnson tuvo que esforzarse en negar sus intenciones de privatizarlo, como aseguraban los laboristas. Y contribuyó a la sospecha con su mayor error de campaña: negarse a mirar la foto de un niño de cuatro años, aquejado de neumonía, que yacía en el suelo de una sala de espera de urgencias en un hospital público de Leeds.

Jeremy Corbyn comenzó la campaña de unas elecciones que le pillaron por sorpresa en sus niveles más bajos de popularidad. Su ambigüedad sobre el Brexit, los casos de antisemitismo en el seno de su partido, y sobre todo la imagen martilleada por los medios conservadores de un fósil político rescatado de los años setenta, desataron dudas y pesimismo entre sus votantes y entre los miembros de su partido. No solo peligraba el voto de las clases medias progresistas que parecían decantarse por el europeísmo sin matices del Partido Liberal Demócrata. También lo hacía el de los feudos laboristas tradicionales del centro y norte de Inglaterra (la llamada muralla roja), que en 2016 habían votado a favor del Brexit y en los que el conservador Johnson había puesto su punto de mira.

Colas en los colegios
La decisión de convocar elecciones generales un 12 de diciembre provocó pánico entre los partidos. Habituados a celebrarlas en primavera, cruzaron los dedos para que la ciudadanía no respondiera con desdén al hecho de ser convocada a dos semanas de las Navidades, con frío, lluvia —este jueves la hubo en todo el Reino Unido— y noche cerrada a partir de las cuatro de la tarde hora local (una más en la España peninsular). Sin embargo, los colegios electorales vieron colas de votantes como no se habían visto en años. Casi dos millones de electores menores de 35 años se registraron para poder participar, una señal difícilmente interpretable pero que puso nervioso al equipo de campaña de Johnson.

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Los ciudadanos británicos decidieron tomarse en serio unos comicios considerados por muchos como los más trascendentales en una generación, con el afán de comenzar a dejar atrás la división generada por el Brexit durante tres largos años.

A medida que avanzaba la campaña, comenzó a quedar claro que el fantasma de la fragmentación política no era tan amenazante. Las infladas expectativas del Partido Liberal Demócrata y de su candidata, Jo Swinson, fueron rebajándose en los sondeos. Y el Partido del Brexit, del ultranacionalista Nigel Farage (convertido en copia ramplona frente al original que representa Johnson), desapareció de los titulares.

Los dos principales partidos temieron, sin embargo, que sus expectativas pudieran verse dañadas por estas formaciones minoritarias. No fue así, según los sondeos a pie de urna. Los liberaldemócratas habrían obtenido 13 escaños y el Partido del Brexit se queda fuera del Parlamento. Solo una formación ajena al bipartidismo partió con buenas expectativas y las mantuvo durante toda la competición electoral. El Partido Nacional Escocés (SNP, en sus siglas en inglés) no dejó de consolidar apoyos durante las cinco semanas, con un mensaje claro entre su electorado: contribuir a detener el Brexit y lograr que el año que viene haya un nuevo referéndum de independencia.

Como en el cuento de Monterroso, los británicos despertarán este viernes y el dinosaurio del Brexit seguirá allí. El 31 de enero, la última prórroga concedida por Bruselas, estará a la vuelta de la esquina, pero si se confirma la aplastante mayoría de Johnson adelantada por los sondeos a pie de urna, el Reino Unido saldrá de la UE en esa fecha.    elpais.com

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