Santo Domingo.- En un giro significativo en la política internacional, Estados Unidos y Rusia han iniciado contactos diplomáticos para preparar una posible cumbre entre el presidente Donald Trump y su homólogo ruso, Vladimir Putin, destacando un cambio en la estrategia diplomática estadounidense.
El secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, sostuvo una conversación telefónica con el ministro de Relaciones Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, reafirmando el interés de Trump en buscar una resolución pacífica al conflicto en Ucrania. Esta comunicación marca un esfuerzo renovado por parte de la administración Trump para abordar los desafíos globales a través del diálogo, contrastando con la postura más confrontativa de administraciones anteriores.
Según el Kremlin, esta nueva fase de relaciones propone “hablar de paz y no de guerra”, señalando un cambio notable respecto a la gestión anterior que, según el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, no buscó el diálogo. La posible reunión entre Trump y Putin, que podría tener lugar en Arabia Saudita, busca no solo discutir la guerra en Ucrania sino también fortalecer las relaciones bilaterales que han sido tensas en los últimos años.
Además, esta aproximación se produce después de que el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, expresara su preocupación por un acuerdo propuesto por Trump que permitiría a Estados Unidos acceder a recursos mineros estratégicos en Ucrania sin las garantías de seguridad necesarias. Zelensky bloqueó este acuerdo, destacando la necesidad de vincular cualquier trato a garantías de seguridad robustas para su país.
La preparación de la cumbre implica esfuerzos diplomáticos significativos y un cambio en la política exterior de EE.UU., que ahora parece dispuesta a utilizar el diálogo como herramienta principal para resolver conflictos. Este cambio se refleja en la declaración de Rubio sobre los recursos minerales ucranianos, proponiendo una estrategia que no solo busca compensar a Estados Unidos sino también reinvertir en la reconstrucción de Ucrania.
Este desarrollo sugiere un cambio potencialmente transformador en la política exterior que podría tener profundas implicaciones para la seguridad y estabilidad de Europa del Este y las relaciones internacionales en general.