El exmandatario de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva ha decidido entregarse a la Policía Federal tras permanecer a lo largo de los últimos días en la sede del Sindicato de los Metalúrgicos en São Bernardo do Campo, en la provincia de São Paulo.
En un primer intento Lula no logró abandonar las inmediaciones del sindicato. Sus seguidores no querían que se entregara a las autoridades e impidieron el paso de su vehículo. Finalmente, el expresidente de Brasil salió del sindicato sin auto, rodeado de una multitud de seguidores, que lo llevaron en andas antes de que se entregara.
Ahora Lula da Silva será trasladado a una sala reservada de la superintendencia de la Policía Federal en Curitiba, donde permanecerá detenido separado de los demás presos.
Este jueves el juez Sergio Moro ordenó el arresto del expresidente brasileño luego de que un día antes el Supremo Tribunal Federal (STF) del país rechazara el pedido de ‘habeas corpus’ presentado con carácter preventivo por sus abogados, en el caso de presunta corrupción que se le sigue por la adquisición de un departamento triplex.
Durante todo el viernes no se movió de la segunda planta del edificio. Una romería de políticos, amigos y simpatizantes entraban para darle un último abrazo. Sus abogados buscaban alternativas legales para conseguirle unos días más de libertad. El juez Sergio Moro, el primero en condenarle a nueve años y medio de prisión por lavado de dinero y corrupción pasiva, y el Tribunal Regional Federal de la 4ª Región de Porto Alegre (TRF-4), que ratificó la sentencia y aumentó la pena para doce años y un mes de cárcel, se habían saltado los protocolos legales para adelantar la orden de prisión. Por eso la defensa de Lula tenía esperanzas. Pero a lo largo del viernes se difuminaron.
Un recurso en el Tribunal Superior de Justicia: denegado. Una medida cautelar en el Comité de Derechos de Naciones Unidas de Ginebra: sin respuesta. Un último recurso ante el Supremo Tribunal Federal: denegado. Pasadas las 11 de la mañana del sábado se supo que esa última apelación, el as de la manga que le quedaba a Lula, también se rechazaba.
“Lula sois vosotros
“El Sindicato de los Metalúrgicos estaba completamente abarrotado. En las escaleras discutían si Lula se parecía más a Mandela o a Jesucristo. Juliana Salles había montado un campamento infantil con sus hijos Gabriel (7 años) y Diogo (7meses) para entretenerles lo que hiciera falta: “Queremos que resista, porque la persecución no es sólo contra Lula sino contra nuestra democracia”, nos decía esta médica de 33 años. Pedro Vieira (68) seguía sentado en la misma silla del día anterior con los ojos igual de húmedos. Este compañero de huelgas del ex presidente, jubilado de Volkswagen, estaba completamente hundido.
En la calle Joao Basso 231, donde se levanta la mole de cemento del sindicato más emblemático de Brasil, se había montado un camión de sonido para hacer la misa homenaje a la fallecida mujer de Lula, y donde el metalúrgico dio uno de esos discursos que pasan a la Historia. Consoló a sus militantes como el padre antes de morir consuela al futuro hijo huérfano. Parece exagerado, pero no. Jóvenes y jubilados lloraban y se abrazaban: “Yo estoy destrozada y él sigue cuidándonos”, decía Inês dos Santos (55 años). “Han acabado con el único que se ha preocupado por su pueblo, han acabado con nuestro país”, nos decía entre sollozos, la profesora Lucía Teresa, recién llegada desde Rio de Janeiro para decirle adiós.
Lula no flaqueó y dio esperanzas a un público que se quedaba sin ellas. Presentó a futuros líderes de la izquierda de partidos más radicales que el PT, como Guilherme Boulos (PSOL) y Manuela D’Ávila (PCdoB). Había convencido a sus fieles de que entregarse a la policía era la mejor opción y les aseguró que no estaría mucho tiempo en la cárcel: “La Historia va a probar que el único culpable fue el delegado de policía que me acusó y el juez que me condenó”. También mandó deberes: “Lula sois vosotros y vais a ir por el país haciendo lo que debe ser hecho. Mis ideas ya están en el aire, no pueden detenerlas”.
A las tres de la tarde -horario de Brasil- los helicópteros de la policía sobrevolaban San Bernardo. Los vítores, las lágrimas y el samba quedaron en la calle Joao Basso 231. En el aeropuerto de Congonhas (Sao Paulo) un avión de la Policía Federal esperaba al mayor líder de la historia de Brasil. Una cárcel de Curitiba, debía ser su próximo destino.