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Por Miguel Ángel Cid Cid

Altice

Antes de comenzar diciembre la brisa de adviento sopla, acaricia suavemente a pesar del calor húmedo caribeño. Ricos, pobres, menos que pobres sacan de los rincones los arbolitos, las extensiones de bombillitos y otras decoraciones. El nacimiento simulado del Niño Jesús es infaltable.

Inician con ello los preparativos litúrgicos de la Navidad.

Los colores rojo, verde y amarillo, matizados por el blanco y el negro, relucen los espacios hogareños, callejeros y comerciales. La gente desempolva los abrigos olvidados en los armarios.

Cada cultura celebra según sus tradiciones religiosas. Los dominicanos, por ejemplo, se desviven por un puerquito asado a la pulla. El que tiene recursos limitados —que son los más— celebran sus fiestas con pavo o pollo horneados.

En la mesa se aderezan las ensaladas, entre ellas prevalece la rusa o mixta, consistente en papas, remolacha, cebolla, mayonesa, todo picadito y mezclado. Y la ensalada verde, a fuerza de lechuga, repollo, pepinos, tomates, en algunos casos le agregan queso blanco picadito o pollo ripiao.

En la cultura gastronómica dominicana los postres brillan por su ausencia. No obstante, en navidad y año nuevo se estila la preparación de turrones, golosinas —gomitas, mentas, masmelo, chocolates, etc.— las frutas son imprescindibles. Dígase, uvas, manzanas y pasas.

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Poner la mesa sin nueces —coquitos— sería una ofensa a los comensales invitados. Para romper los coquitos se utiliza una piedra, en especial la mano de pilón, la que se usa para triturar los sazones.

Pero no hay navidad sin ron, sin ponche, sin vino moscatel o, sin sangría suficiente para varios días.

En una familia promedio no hay sosiego desde que comienza la mañana del 24, día de Nochebuena hasta despuntar el día siguiente. El ritual dura todo el día, pero, se intensifica entrando la noche. La cena se sirve entre las 8 o las 9 de la noche.

El día siguiente la cocina descansa, se desayuna, se almuerza y se cena con los recortes sobrantes de la Nochebuena.

Pero la noche antes del día de Año Nuevo, el 31 de diciembre, se bebe el día y la noche, hasta amanecer. La cena, contrario a la navidad se sirve próximo a las 12 de la noche. El alcohol en sus diferentes preparaciones se degusta en copas, vasos o embicados en la botella.  A pico’e botella.

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Los que se pasan el año sin tomarse un trago, el día de Año Nuevo se vuelven insaciables. Y enamoran hasta a la vecina de al lado.

En esta época los villancicos, las rondallas, las mañanitas se escuchan de bohío en bohío. Es un tiempo de celebración plena e intensa. Se festeja la vida, pero también sin hacer conciencia de ello, se celebra la muerte.

Un año muere para que el otro nazca.

Yo, en cambio, sábado tras sábado brinco de alegría al leer los comentarios de los lectores de Cultura y Municipio. Opinan sobre el contenido semanal por diferentes vías.

Con todo, desde la columna Cultura y Municipio deseo que los lectores tengan un feliz recibimiento de Año Nuevo. Que cada sábado encuentren una historia nueva. Que reciban una narración entretenida. Que conozcan una descripción diferente de los pueblos y de su gente más sencilla.

Les deseo que guarden algo para que en enero tenga aunque sea pan.

Feliz Año Nuevo lectores de Cultura y Municipio, son los deseos de Miguel Ángel Cid, gestor de esta columna.

Miguel Ángel Cid

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Twitter: @miguelcid1

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