Stephen Curry insiste en recordarnos por qué nos enamoramos del baloncesto
Venimos de demasiados años de borrachera. Demasiados años de triples desde el logo del medio del campo y de doscientos tiros libres para engordar las estadísticas. Demasiados años de marcadores históricos, superando sistemáticamente los doscientos puntos entre los dos equipos. Demasiados años, en definitiva, sin perspectiva, con la sensación de que anotar era fácil, era normal. Ese tipo de competición en el que Dame Lillard se te cuela entre los setenta y cinco mejores jugadores de la historia y nadie levanta una ceja.
El cambio de reglas de este año, beneficiando al defensor o, más bien, dejando de privilegiar al atacante, ha desnudado por completo al emperador. Prácticamente todos los anotadores compulsivos han bajado sus promedios, los partidos muchas veces se ganan con menos de cien puntos, la Conferencia Este vuelve a bullir entre defensas extremas y equipos ordenados. El escenario ideal para, limpiado todo el polvo, aparezca de nuevo el gran tesoro: los Golden State Warriors y, sobre todo, su estrella, Stephen Curry.
just getting loose @Oracle || Game Ready pic.twitter.com/dwIu9UAJps
— Golden State Warriors (@warriors) November 22, 2021
El gran problema al que se enfrenta cualquier análisis de Curry es que gastamos todos los adjetivos allá por 2015 y 2016, cuando los Warriors fueron uno de los mejores equipos de todos los tiempos. De 2017 a 2019 aún llegarían a otras tres finales, pero la sombra de Kevin Durant era razonablemente alargada. Digamos que, hasta cierto punto, con Curry hemos normalizado lo asombroso y hemos dejado de disfrutarlo. Ocho triples en un partido, nueve triples, diez triples… es algo tan habitual que casi ni le prestamos atención. No pasa nada porque frene un contraataque a diez metros, con dos tíos vigilándole y la clave sin tocar el aro. No pasa nada porque busque al hombre abierto con un pase imposible o porque entre a canasta y anote ante hombres que pesan treinta kilos más que él.
No pasa nada siquiera porque, ya sin Durant por supuesto, pero también sin Klay Thompson o la supuesta nueva estrella James Wiseman, Curry haya colocado a los Warriors como el mejor equipo de este primer mes de la NBA. Por supuesto, es muy pronto y el calendario ha influido… pero el nivel de los Warriors y el nivel de Curry ha sido estratosférico. No solo eso: ha sido divertido. Durante cinco años, ver un partido de los Warriors era asistir a lo imprevisible. Ese era su encanto. No solo el triunfo sino el método. La variedad, los pases, la defensa, el ataque a rachas…
Nosotros nos enamoramos de ese baloncesto que llegó a 73 victorias en una sola temporada, un récord que durará décadas. Un baloncesto que, de alguna manera, nos remitía a nuestras propias posibilidades. Nosotros nunca seremos pívots de 2.15 que dominen la zona. Nunca tendremos físicos privilegiados que nos permitan correr de un lado a otro de la cancha y anotar a voluntad. Ahora bien, sí podemos tirar. Y podemos botar. Y podemos pasar y celebrar la canasta del compañero. Cada partido de los Warriors era una fiesta -hay que decir que, en ocasiones, excesiva- y nosotros éramos invitados de lujo.
El anfitrión, el gran Gatsby de todo ese lustro, fue Stephen Curry. Puede que Kevin Durant fuera más importante para las victorias, puede que LeBron James sea un jugador más completo, puede que Kawhi Leonard impresione más en ambos lados de la cancha... pero Curry era -y vuelve a ser- especial. Curry se mete entre dos o tres, sale como si nada, vuelve a entrar, se para desde donde sea y tira. No avasalla a nadie, simplemente les vuelve locos. El año pasado, después de su grave lesión, ya dio muestras de ello, acabando como máximo anotador de la liga... pero eran puntos que sabían a poco, puntos de “play-in” y poco más.
Los puntos de este año, además de la involucración en el juego de Jordan Poole, Gary Payton II, Andrew Wiggins y compañía, se viven de otra manera porque son los puntos que hacen líder a su equipo. Curry es una anomalía del tiempo y el exceso nos lo había vulgarizado. Ahora que Bradley Beal no mete treinta puntos con la gorra y que James Harden o Luka Doncic no pueden tirarse contra su defensor para forzar la falta, es cuando se vuelve a ver quién está por encima de todos, quién puede permitirse los mismos números y los mismos porcentajes sin que haya cambio de reglas que le afecte: Stephen Curry, por quien no pasan los años ni las lesiones. El chico que todos soñamos con ser cuando pisábamos una cancha: recibo, me cuadro y la meto. Así de simple. Así de complicado. es.yahoo.com/sports
Por Guillermo Ortiz