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«La vanidad es tan fantástica que nos induce a preocuparnos por lo que pensarán de nosotros después de muertos y enterrados… o incinerados». Ernesto Sábato

Altice

En el S. XVII, el Abad Bérulle escribía: «No hay peor estado, más vil y abyecto, después del de la muerte, que la infancia». Esto podría explicar muchas cosas, la idea del niño como ser perverso y corrupto que debe ser socializado y moldeado mediante la disciplina y el castigo para alcanzar cuanto antes la adultez. (C. Macías)

Al leer esas líneas sentimos pasmo. Sin embargo, lo descrito allí podemos endosarlo sin tapujos a los que se lanzan por sí mismos al vertedero de la historia.

Toda vez que nos pasamos de listos, seamos empresarios, profesionales, empleados privados o servidores públicos, y afectamos el progreso integral de nuestras sociedades, incluyendo en el paquete nuestro medio vital, que no es otra cosa que el planeta en sí, estamos cometiendo un crimen contra nuestra propia descendencia, la de cada quien, a mediano y a largo plazo.

Se ha documentado de miles formas sobre el impacto de la explosión demográfica en los hábitats del mundo en los últimos cien años. Más preocupante que el número poblacional es la calidad de las mentes de toda esta gente. Con pobreza mental y moral se agrava todo el escenario. 

Vivir hoy por hoy, y que el que siga asuma las consecuencias, no solo es un concepto cruel e inhumano, sino una creencia degradante y aberrante para nuestra especie y para las demás con las que compartimos el planeta.

Vivimos en una cápsula en medio de un vacío aterrador, hostil y peligroso. Procúrese una conversadita con un astronauta para que lo tenga claro. Este es el planeta donde evolucionamos, es el hogar único para nuestra especie. Y actuamos con repulsión depredadora hacia nosotros mismos, y hacia nuestros propios hijos, y hacia los hijos de estos, devastando los sistemas vitales naturales.

La peor amenaza que tiene la República Dominicana y nuestros países hermanos en toda Latinoamérica somos nosotros mismos, por nuestra indolencia,  complicidad, irresponsabilidad, complacencia e indiferencia. 

Un político del sistema se despachó con una arenga patriótica en un acto público: “No más talleres y reuniones, ¡ha llegado la hora de actuar!”, y sería a tono preguntarle: ¿Hacia qué dirección y cuáles objetivos? 

A usted, “servidor público”, electo o designado, ¿cuánto cuesta a su país pagarle por sus servicios anualmente? ¿Lo justo? ¿Y usted, señor empresario? ¿Qué tanto extrae de su país con su emprendedurismo? ¿En exceso? ¿Se está recuperando el crecimiento de la economía dentro de la pandemia? ¿A qué costo? Preguntas que se lleva el viento…

Todo luce como un entramado complejo con final infortunado: el deterioro de la vida. Aunque para el acomodado todo luce relativamente bien y recuperable, no es el mismo sentir de las mayorías. Pero las mayorías solo importan para sostener el sistema, por el lado político, y como masa consumidora, por el lado industrial, financiero, etc.

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Los Estados Unidos, con una mentalidad de embudo tuvo un siglo de erráticas políticas hacia Latinoamérica hasta lograr asimilar hace apenas unas décadas que los aliados se cuidan, no se debilitan. Su antagonista en esta nueva edición de una Guerra Fría, China, se está filtrando por el nivel de descontento entre las masas en el Hemisferio. Latinoamérica debió progresar, junto al Imperio del Norte, para ser el asombro del resto del mundo y a todas luces estamos muy lejos de ello. 

Esa política de embudo impuesta por los Estados Unidos, a través de sus agencias gubernamentales y sus corporaciones transnacionales, ha resultado en pueblos latinoamericanos con cargas y deudas sociales que son una vergüenza tomando en cuenta nuestras riquezas naturales y potenciales humanos.

«Se conoce como ley del embudo a una expresión acuñada popularmente para denunciar una injusticia evidente que nadie se atreve a subvertir y que a menudo surge de alguna confrontación o disputa en la que vence siempre el más fuerte, no el que tiene más razón, atentando contra el justo principio de la equidad. El mandato único de esta ley puede resumirse en: “La ley del embudo: / lo estrecho para otros, / lo ancho para uno” (refrán), en referencia a la forma del embudo. En países con síntomas de cleptocracia se tiende a legislar aplicando tal práctica. Es una “ley” contraria a los principios de igualdad ante la ley y de equidad; el uso de esta locución, en algunos casos, puede llevar implícita una crítica contra los poderes fácticos». (D. Welles)

O como ‘Martín Fierro’ de José Hernández:

La ley es tela de araña,

y en mi ignorancia lo explico,

no la tema el hombre rico,

no la tema el que mande,

pues la rompe el bicho grande

y solo enreda a los chiquitos.

Hay muchos que son doctores,

y de su ciencia no dudo,

mas yo que soy hombre rudo,

y aunque de esto poco entiendo

diariamente estoy viendo

que aplican la del embudo.

Los vertederos comunes esperan por basuras, residuos y escombros. Este vertedero al que aludimos en particular tiene otra dimensión intangible: las basuras que recibe no son físicas. Son las  reputaciones infames, las trayectorias corruptas y las acciones y hechos perversos los que se vierten aquí. Algunos le llaman el zafacón de la historia. Cada quien gestiona el ingreso en él tan solo con actos muy cuestionables en la vida: «Todos tenemos un precio, todo se compra y se vende, el traficante y el artista intercambian sus divisas, y en el horno se verá que todos somos igual». (P. Andión)

Se estima que estamos perdiendo el equivalente a veintisiete campos de fútbol cada minuto en todo el mundo a causa de la deforestación. Una parte del problema si vamos a la sobreexplotación de otros recursos no renovables, la contaminación (aire, mar y tierra), la desertificación y la idiotización de las sociedades alejándolas de la política responsable: ese desempoderamiento que es el resultado de procesos destructivos para el individuo y la sociedad, y que ocurren o proceden desde estructuras de poder.

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También los cambios irresponsables en el uso de la tierra y el mar, el cambio climático y la introducción de especies invasoras, son agregados a la acelerada pérdida de ecosistemas. Otras tienen un impacto directo en la naturaleza, como el vertido de desechos en el océano.

El consumo excesivo (resultado del mismo cacareado crecimiento del que alardean los bancos centrales) despoja a la tierra de recursos naturales, como bosques, peces, suelo, minerales y agua, lo que colapsa los ecosistemas, arruina los hábitats y pone en peligro la supervivencia de innumerables especies que contribuyen a un intrincado y vibrante círculo de la vida. El dinero/deuda es la herramienta depredadora más eficiente para ese trágico logro.

“En 25 años habremos consumido tanto como en toda la historia del ser humano”, explica Alicia Valero, experta en eficiencia energética y ecología industrial. Y continúa: “La voracidad humana por las materias primas es en parte culpable de todo esto. La población aumenta con una tasa del 1% anual y la falta de recursos se acentúa en torno a un 3% cada año. Si la población aumenta más o menos el 1% anual, pero las aspiraciones de cada individuo son la de consumir el triple, más o menos, estamos agotando los recursos a una tasa muy alta. Hasta que no frenemos drásticamente esa curva de crecimiento continuo, vamos a seguir teniendo problemas de desabastecimiento de absolutamente todo. Para revertir esta situación, hay que repensar el modelo”. Ver artículo completo: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-59082543

Mientras tarareaba muy bajo en una librería el estribillo de un vallenato popular colombiano: «La ley del embudo, lo ancho pa’ ellos y lo estrecho pa’ uno…», un curioso personaje, con acento español, me susurró: “Suerte te dé Dios, que saber de nada vale”.

La única cosa justa, al examinar el mundo y su historia, es la muerte. En ese portal, como cantó Serrat, «…el prohombre y el gusano, bailando se dan la mano, sin importarles la facha». Allí uno podría advertir a los agraciados de turno, aunque ya quizá sin mérito alguno: «No midas tus logros, ni tu riqueza, ni tu poder… mide solo tu corazón». Así pueda usted dejar atrás una buena semilla que dé buen fruto en su memoria.

Por Agustín Perozo Barinas

Autor del libro sociopolítico La Tríada II en Librería Cuesta.

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