Todos los que nos dedicamos a informar sobre ciencia llevamos dos meses realmente extraños. No solo tenemos que lidiar con una actualidad cambiante y, en ocasiones, contradictoria, sino que los estudios científicos que solían ser la base de nuestro trabajo no resultan demasiado fiables, se encuentran en estado de preprint, la mayoría no ha pasado revisión por pares, los grupos de control han volado por los aires y el número de individuos analizados en los estudios (n) suele ser tan bajo que las vagas conclusiones no son significativas. Vivimos en estado de duda constante mientras que el público demanda certezas y afirmaciones tajantes a cientos de cuestiones.
La propia revista Nature, claro ejemplo de conocimiento científico de vanguardia, durante las últimas semanas está publicando un inusitado número de artículos en los que tan solo plantea interrogantes, y una de las cuestiones más importantes que deberemos abordar es la siguiente: ¿somos capaces de fabricar las dosis de vacuna que el mundo va a necesitar?
Conseguir una vacuna, eficaz y segura, se ha convertido en el objetivo prioritario en esta crisis sanitaria. En Nature Reviews informaban hace solo unos días que ya están en marcha, al menos, 78 proyectos confirmados de diferentes países y equipos, que están desarrollando su propia vacuna. Además, cinco de esas vacunas candidatas se encuentran ya en fases de desarrollo clínico, incluyendo mRNA-1273 de Moderna, Ad5-nCoV de CanSino Biologicals, INO-4800 de Inovio, LV-SMENP-DC y aAPC específico de patógeno del Instituto Médico Geno-Inmune de Shenzhen. Las previsiones más optimistas sitúan la llegada de esa ansiada vacuna a finales de año o principios de 2021… lo que nos lleva a la siguiente etapa: ¿Contamos con las infraestructuras necesarias para la fabricación y distribución de miles de millones de dosis?
La respuesta más directa a esa pregunta es que no. Nature advierte que que las limitaciones de producción y el acaparamiento podrían limitar el suministro de vacunas contra el SARS-CoV-2. Dos graves problemas que ya hemos sufrido con otros productos sanitarios, como las mascarillas o los respiradores, y que llevan a los investigadores a adelantar dos asuntos preocupantes:
- Podría ser imposible fabricar suficientes dosis para todos, al menos durante mucho tiempo.
- Los países más ricos podrían acumular suministros vitales para otras partes del mundo.
La primera cuestión nos lleva a plantear múltiples factores como la infraestructura necesaria de fabricación de vacunas. Pocos países están en disposición de mantener una producción tan alta y en un espacio de tiempo limitado. Por poner un ejemplo cercano: a pesar de que en España ya están en marcha algunos proyectos de vacuna muy prometedores, sin embargo, incluso si se consigue desarrollar a tiempo, existen serias dudas de que podamos llegar a fabricarla sin contar con la ayuda, presupuesto e instalaciones del exterior. Muchos investigadores están alzando ya la voz para que se empiece a tratar este tema antes de que sea demasiado tarde: hay que comenzar la coordinación, negociación y cooperación internacional para que la futura vacuna llegue a todo el mundo.
Otra de las grandes incógnitas es cómo se realizará esa inmensa producción de vacunas contra la COVID19 sin que el resto de vacunas se vean afectadas. Los recursos son muy limitados y deberán equilibrarse para no crear un problema mayor del que se soluciona. En España existe un refrán que dice que es inútil desnudar a un santo para vestir a otro, por lo que habrá que ser muy cuidadosos con los recursos de otras vacunas… no sería conveniente vacunar contra el coronavirus y dejar desatendidos otros virus altamente contagiosos como, por ejemplo, el sarampión.
La segunda cuestión nos acerca a qué tipo de sociedad estamos construyendo. Los países ricos son también los países que más infraestructuras científicas poseen y serán quienes, con toda probabilidad, desarrollen antes la vacuna y por tanto los primeros en aplicarla a su población. En estas últimas semanas hemos asistido a un panorama desalentador donde se retenían o confiscaban equipos sanitarios y productos de primera necesidad. Aviones que desviaban, millones de toneladas que no llegaban a su destino, recursos paralizados… Gestos humanitarios de cooperación internacional se han mezclado con actitudes egoístas y restricciones en todas partes del mundo.
Si no empezamos ya a organizar la distribución de esa futura vacuna, cuando llegue volveremos a enfrentarnos a los mismos problemas que ya hemos vivido. El desabastecimiento en las regiones más pobres del planeta tendrá un efecto mucho más letal si no contamos con la cooperación y planificación adecuadas.