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A Eddy Olivares

Altice

POR JUAN T H

El problema de la democracia -lo he dicho muchas veces- es que les da derechos a todos los ciudadanos, por lo menos conceptualmente, aunque la realidad sea otra, porque, si hay un sistema político que impide que todos los hombres y mujeres de un país tengan los mismos derechos, es precisamente el sistema democrático.

Teóricamente todos somos iguales ante la ley, pero solo teóricamente, porque en la práctica no es así. La sociedad está dividida en clases sociales, donde unos están arriba y otros están abajo; unos gobiernan y otros son gobernados; unos gozan de educación, salud, vivienda, bienestar y confort, mientras otros carecen de todo. No hay igualdad ni siquiera ante Dios. Ricos y pobres no son iguales, aunque todos terminen bajo tierra a la hora de la muerte. Ni en el cementerio hay igualdad. No entierran en las mismas condiciones ni en las mismas fosas a ricos y pobres. La segregación es una realidad hasta en la muerte. Por eso no me engaño ni pretendo engañar a los demás con falsos discursos de igualdad. En cualquier caso, prefiero el socialismo porque es más justo, más solidario, más democrático y humano. En algún momento de la historia la socialización de los bienes y servicios tendrán que imponerse en el mundo. Entonces habrá más equidad, más igualdad. El derecho a la vida será universal, no el derecho al voto que niega derechos, aunque sea universal.

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La democracia, que nos iguala, es una mentira, la libertad que nos protege, es otra mentira. En nombre de la democracia y de la libertad, se han cometido los mayores crímenes contra la humanidad. El voto, universal o no, no nos hace libre, no nos da derechos, no es democracia en el sentido estricto, porque los que patrocinan y organizan las elecciones, los que cuentan los votos, los señores amos del poder son los que en última instancia deciden ganadores y perdedores. Si todos tuviéramos los mismos derechos y las mismas libertades, si fuéramos iguales en verdad, no habría necesidad de armas letales, de bombas, misiles, de ejércitos militares y policiales armado para reprimir, apresar, torturar y matar. El Estado ería distinto. Pero, como decía Federico Engels, el Estado es un instrumento político que permite y garantiza que una clase se imponga sobre las demás utilizando la fuerza y los elementos de coerción ideológicos sobre la población a través de diversos medios como la religión, el cine, los diarios, la televisión, etc. Mientras exista el Estado -decía Engels y repetía Juan Bosch- no habrá libertad.

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El voto individual no nos hace libre; el voto universal, tampoco, como dicen muchos. Es -podemos decir- un derecho ganado tras largas y dolorosas luchas populares que, si bien han contribuido a liberalizar las sociedades, sirve para afianzar y legitimar los modelos de dominación de las oligarquías dueñas del poder.

No pocas veces me he preguntado para que ir a las urnas, que ganamos con votar si al fin y al cabo no cambiamos nada, si todo seguirá igual, si los de arriba seguirán arriba, aunque sea con otros nombres y con otros rostros. El “gatopardismo” repitiéndose una y otra vez. Los cambios tienen que ser estructurales. Y las “elecciones”, no importa como sea la manera de votar, no producen esos cambios.

El voto solo sirve para legitimar el poder de la clase en el poder, valga la redundancia y la repugnancia social que me provoca.

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