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Banco Popular

Por Miguel Ángel Cid Cid

Altice

El pago por aparcar su vehículo en las calles de uso público representa una renta con la que se podría mantener una familia promedio. El costo a pagar por un parqueo en las calles oscila entre los 50 – 200 pesos. Por lo tanto, se hace necesario que el Estado regule los parqueadores ambulantes.

Porque, en primer lugar, comprar un automóvil conlleva, además del monto inicial, pagar decenas de miles de pesos por el derecho a movilizarse legalmente. Los impuestos por la placa, por la revista y por el peaje, sumados a la adquisición de un seguro regular, representa un desembolso superior a los 15 mil pesos anuales.

Y, en segundo lugar, los gravámenes por la compra de combustibles son tan altos que llegan al límite del abuso. Le dan ganas a uno de comprarse un burro. Los impuestos por la gasolina representan el 37.8% del costo final por galón. En el 2019, por ejemplo, el Gobierno recaudó por el cobro de esos tributos una friolera superior a los 62 mil millones de pesos.

Pero esa carrera impositiva pagada al Estado por usar un vehículo de combustión es insuficiente para ganarse el derecho de estacionarlo en una calle cualquiera. Los espacios públicos en República Dominicana terminan, por lo regular, en manos de particulares. Es una práctica normal, a veces violenta, ver a un desconocido cobrando porque usted estacionó su vehículo en la calle.

La celebración de toda actividad pública de asistencia masiva de personas conlleva la presencia de los padres de familias que se la buscan como la Tora o como los toros. Son supuestos parqueadores que se auto asignan el derecho a cobrar por el uso de los espacios públicos, sin que medie una orden oficial que los avale. Les ofrecen a sus víctimas el señuelo de que su vehículo estará bien cuidado.

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En Santiago están apostados en el área monumental, próximo a las oficinas públicas. También en las inmediaciones de los bares, restaurantes y hoteles. Pasa igual si visitas una playa o, simplemente, si vas al mercado. Algunos son tan meticulosos que hasta parecen negocios formales. Tienen tickets impresos con el valor del parqueo. Es una ilegal práctica que ocurre en todo el territorio urbano nacional. Para muestra dos botones:

Primer botón

El festival de caretas Puro Carnaval se celebró en el Parque Central de Santiago. Asistí los tres días que duró el concurso. El primer día de celebración, al llegar al parque, se me acercó un señor y esperó que yo saliera del carro. En cuanto me desmonté, me pasó un ticket que decía: “Parqueo: RD100.00 pesos”, así, con el cien resaltado en negritas. A regañadientes metí la mano en el bolsillo y pagué lo exigido. Es mejor así, porque negarse puede acarrear consecuencias mayores.

Al rato de estar disfrutando del evento apareció otro visitante visiblemente molesto. Se quejó ante los organizadores por el abuso del cobro.

— ¿Si este es un evento para el pueblo por qué están cobrando cien pesos por el parqueo? –, preguntó él.

Adalberto de León, principal organizador, aclaró que ese era un servicio gratis. Pero el visitante insistió, mostró un boleto para documentar lo que decía. Yo, ni tonto ni perezoso, aproveche la insistencia para sacar del bolsillo el comprobante que me habían entregado.

— Mira el ticket mío, me lo dieron como prueba de haber pagado por adelantado –, le dije.

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Adalberto de León, entonces, decidido a cortar el problema en ese mismo instante, tomó prestados los dos boletos. Luego se dirigió de inmediato al estacionamiento.

No sé qué hablaron entre ellos. Pero parece que la banda fue desmantelada. Los dos días siguientes no cobraron por dejar los autos estacionados. ¡Potente!

Segundo botón

Me retiré antes de concluir el concierto de cierre del Festival 35 de Arte Vivo. Me acompañaban mi hijo César Augusto, Jonattan Flores, periodista y su esposa. Los cuatro nos dirigimos hacia la calle Máximo Gómez, donde estaba estacionado el auto. Cuando nos acercábamos al lugar, vi que había dos personas en medio de la calle discutiendo por la propiedad de la vía.

Listo para abrir y abordar el vehículo uno de los que discutía se dirigió con pasos acelerados hacia nosotros. Tenía la intención de cobrar la cuota de cincuenta pesos por el uso del estacionamiento. De repente, su contrincante, en tono no muy agradable le gritó desde el otro lado de la calle haciéndole una advertencia.

— Oiga amigo, deje quieto a ese señor que ya él pagó su parqueo.

Entré al carro, encendí el motor y lo puse en marcha. Iba pensativo, buscando en la memoria ¿cuándo fue que le pagué el parqueo? Luego, dos cuadras adelante recordé que quien hacia la advertencia era el “amigo” que a media tarde me pidió que le regalara cincuenta pesos para comprar un “beeper”. Lo complací sin pensar que más tarde esos 50 pesos se transformarían en el pago del parqueo.

Dios, hasta cuándo.

Miguel Ángel Cid

[email protected] Twitter: @miguelcid1

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