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Martinsburg.- Decorada con antigüedades de la Segunda Guerra Mundial y reconocible desde lejos por el cilindro de franjas blancas, rojas y azules, la barbería de Jason Romage llama la atención en esta calle comercial de Martinsburg, una ciudad de 17.000 habitantes en Virginia Occidental. “Tío Joe. Establecida en 1915”, reza el cartel de la entrada. Dentro, Romage elabora un moderno corte de pelo a un joven profesor de secundaria y rompe la norma tácita de un lugar así, que solo el cliente puede permitirse enredar con temas como la política, la religión o el deporte. Esta semana, al fin y al cabo, ha ocurrido algo demasiado excepcional en el país: la Cámara de Representantes, gracias a la mayoría demócrata, ha aprobado juzgar al presidente de Estados Unidos y, si lo determinase el Senado, destituirlo.

“Este impeachment es muy partidista”, protesta Romage, de 50 años. Donald Trump está acusado de abuso de poder por haber presionado a Ucrania —congelando ayudas militares incluso— para lograr que anunciase investigaciones sobre su rival político, Joe Biden, y el hijo de este, Hunter, a sueldo de una empresa gasista del país, mientras el padre era vicepresidente. También afronta el cargo de obstrucción al Congreso por haber boicoteado la investigación sobre el caso. “Pidió que se mirase lo de Joe Biden, y es legítimo, un millón de personas, incluido yo, lo ven necesario. ¿Cuál es la verdad? No lo sé”, afirma.

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Pero el barbero entrará en todo eso más tarde. La conversación, mantenida este viernes, arranca con elogios al local: un comercio con más de un siglo de historia, un lujo… Romage, muy afable, corta enseguida y aclara que, en realidad, el negocio abrió en 2015, pero, por cuestión de marketing, pone 1915.

“La verdad no es verdad”. Ya lo dijo el abogado personal de Trump, Rudy Giuliani, el pasado verano, fabricando ipso facto una cita legendaria que sirve para hablar de casi todo en Washington, pero que se refería a la negativa del presidente a testificar por la trama rusa. También serviría para el caso ucranio. Este ha provocado tal cierre de filas entre los republicanos, sin una sola grieta, que el pleito no parece objeto de debate jurídico, político o criminal, sino de pura lealtad al partido, la misma que se respira en un feudo trumpista como el de Virginia Occidental. “Trump es ofensivo y grosero, pero también refrescantemente sincero y sus políticas se están demostrando muy productivas”, afirma el barbero.

Pasadas las dos de la tarde, entra pidiendo un corte de pelo el fiscal municipal de Martinsburg, Kin Sayre, declarado demócrata. A su juicio, el impeachment “es una pérdida de tiempo, con las elecciones que vienen en 2020, la gente que no está contenta tiene ocasión de echarlo”. Para Sayre, las maniobras del presidente para forzar la investigación sobre los Biden son “una decisión muy mala, pero no está tan claro que suponga un delito grave o falta”, que es lo que requiere la Constitución estadounidense para la destitución. “El cargo de obstrucción al Congreso, en cambio, me preocupa más, porque parece que el presidente se cree por encima de él, pero, de nuevo, ¿llega al nivel de un impeachment? No estoy seguro”, añade.

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Esto es Virginia Occidental, el Estado que en 2016 concedió a Trump la mayor ventaja electoral de todo el país, el lugar del que procede Joe Manchin, el único senador demócrata que el año pasado votó a favor del juez conservador Brett Kavanaugh, acusado de abusos sexuales, y que ahora se confiesa “dividido” sobre este asunto. Desde las presidenciales, este trozo de América se ha convertido en uno de los símbolos trumpistas por excelencia, el lugar desde el que contar por qué un multimillonario de Manhattan logró conectar así con el trabajador venido a menos: la crisis de las minas, el cierre de las fábricas, la epidemia de opioides, el descontento general.

A la poetisa afroamericana Crystal Good, de 45 años, nacida y criada en el Estado, le saca de quicio el estereotipo: “Existe ese relato de que si uno apoya a Trump es porque es un estúpido, se suele pintar a los votantes de Virginia Occidental como idiotas, como hillbillys [forma despectiva de referirse a la población blanca y obrera de zonas rurales]. Eso acaba activando aún más a las bases de Trump y creo que todo el tema del impeachment también movilizará voto para 2020”, explica Good. “Yo no encajo demográficamente en lo que se piensa de Virginia Occidental, pero soy de aquí y muy orgullosa de serlo”, añade.

El miedo al efecto boomerang del impeachment está presente entre los demócratas de distritos centristas o conservadores que temen un castigo en las urnas o que rechazan de veras el proceso abierto contra el mandatario. Aun así, también la lealtad se impone: solo tres de los 233 congresistas del partido (de Nueva Jersey, Minnesota y Maine) votaron en contra y uno de ellos, Jeff Van Drew, se acaba de pasar al Partido Republicano.

Hay motivos para el cálculo electoral: comparado con el pasado octubre, cuando la investigación acababa de arrancar en el Congreso, la popularidad de Trump ha mejorado y el apoyo al proceso ha menguado. La encuesta de Gallup hecha pública el miércoles, justo el día de la votación, señalaba que la tasa de aprobación del presidente entre los estadounidenses había subido del 45% al 51%, mientras que el apoyo al juicio político y posterior destitución había descendido del 52% al 46%. Si la pregunta se dirige exclusivamente a los republicanos, el respaldo al impeachment no pasa del 5%.

Trump es el único presidente que se enfrenta a la reelección después —o durante— un juicio político de estas características, a diferencia del precedente de Andrew Johnson (1868) y Bill Clinton (1998). Dice Rick Tayler, estratega republicano pero crítico con Trump, que el desenlace del caso de Ucrania no erosionará las bases trumpistas, pero recuerda “que Trump no puede ganar solo con su base, para ganar, necesita más” y por eso es importante esta crisis.

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Bill Clinton, el caso más reciente, vio su popularidad mejorada tras superar el proceso en el Senado por el escándalo Lewinsky, en un contexto de bonanza económica. También ocurre ahora. La economía ha crecido de forma sólida a lo largo de estos tres años de era Trump, la tasa de desempleo se halla en mínimos desde la Guerra de Vietnam y los temores a una próxima recesión que dominaban los análisis económicos se han disipado. En Virginia Occidental, pese a los problemas crónicos de algunos de los condados más pobres, también se respira optimismo. El gigante de los productos de consumo Procter & Gamble está construyendo una nueva planta cerca de Martinsburg que dará empleo a 1.800 personas y Amazon tiene un centro de distribución en el condado vecino de Frederick (Maryland).

Bajo la Administración del republicano, Virgina Occidental ha visto anunciarse incluso la apertura de unas pocas minas de carbón, industria en puro declive, y sus seguidores lo atribuyen a las políticas de Trump, que ha dado marcha atrás a buena parte de los planes medioambientales de Obama. “Los mineros han vuelto a trabajar”, sentencia Chris Hamilton, vicepresidente de la Asociación del Carbón de Estado y firme defensor del presidente. Todo el escándalo de Ucrania y el juicio parlamentario le parece “un mazazo desproporcionado, motivado políticamente por la extrema izquierda”.

La cocinera Lindy Rice, de 59 años, cambió de trabajo hace un mes, explica en su día libre, mientras toma el desayuno en la barra del Palace Lounge, un local lleno de trabajadores con chalecos amarillos. Llevaba seis años trabajando en el restaurante de abajo de la calle cuando pidió un aumento del sueldo y, como se lo racanearon, acabó por marcharse al Momma’s Country Chicken. Para Rice, la economía no es precisamente la clave del éxito de Trump, no atribuye al Gobierno que las cosas vayan bien, pero es republicana de toda la vida y, además, le gusta la idea de que un multimillonario deje sus negocios y opte por entrar en política. El impeachment es, en su opinión, “una broma, una pérdida de tiempo, la prensa está siendo ridícula”, “¿qué pruebas tienen?”, pregunta. Cuando se le cuestiona si ha seguido los detalles del caso responde rauda: “Sí, lo veo todo el día en la televisión, en la CNN”, una cadena muy crítica con Trump.

“No sé si usted lo siente también como periodista, pero siempre ha habido desconfianza en los medios de comunicación”, afirma el barbero Jason Romage. Trump “es un neoyorquino, que tiene un estilo propio de hombre de negocios de Nueva York, pero, de nuevo, es refrescante tener a alguien franco”. Nacido en una familia católica y conservadora, hoy se siente libertario más que republicano y creyente del trabajo. “El tío Joe empezó trabajando en una mina a los seis años, ¿sabe?”, comenta.

—¿Pero el tío Joe existió de veras?

—Claro, no todo es marketing, siempre hay algo real.    elpais.com

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