Por Pavel De Camps Vargas
El activismo siempre ha sido la chispa del cambio, pero en el siglo XXI ha encontrado un combustible revolucionario: la inteligencia artificial (IA). A medida que nos acercamos al 2028, la fusión del ciberactivismo y la tecnología digital está redefiniendo cómo se organizan las protestas, se amplifican las voces y se desafía el poder. La IA no solo potencia la capacidad de los movimientos sociales para llegar a millones en segundos, sino que también introduce dilemas éticos y riesgos inéditos. ¿Cómo está cambiando esta alianza el panorama de la resistencia global?
La revolución del megáfono a los algoritmos
El ciberactivismo ha roto las barreras del espacio y el tiempo. Lo que antes requería pancartas y megáfonos ahora se logra con hashtags, plataformas digitales y estrategias impulsadas por IA. Esta transformación ha dado lugar a movimientos más rápidos, globales y precisos. Algunos ejemplos destacan su impacto:
- #MeToo : Una ola mundial que utilizó redes sociales y análisis de IA para identificar patrones de abuso, empoderando a sobrevivientes y desafiando estructuras de poder.
- #BlackLivesMatter : Con herramientas digitales y algoritmos, este movimiento mapeó la violencia policial y coordinó protestas transnacionales en un tiempo récord.
- Fridays for Future : Greta Thunberg y su generación aprovecharon la IA para viralizar mensajes climáticos y organizar movilizaciones masivas.
- Primavera Árabe 2.0 : En Medio Oriente, activistas usaron tecnología para burlar la censura, comunicarse encriptadamente y mantener viva la resistencia.
La IA permite analizar datos masivos, predecir tendencias y segmentar audiencias, convirtiendo el activismo en una ciencia estratégica. Sin embargo, este poder no está exento de sombras.
IA: el doble filo del activismo moderno
La inteligencia artificial (IA) se ha convertido en un pilar del ciberactivismo, ofreciendo herramientas revolucionarias que potencian la lucha social, pero también abriendo la puerta a riesgos que podrían socavarla. Este doble filo define el presente y el futuro de los movimientos globales.
Por un lado, la AI empodera a los activistas con capacidades sin precedentes. Plataformas como IBM Watson analizan en tiempo real la opinión pública en redes sociales, permitiendo ajustar estrategias al instante, mientras algoritmos como los de Google DeepMind rastrean patrones de desinformación y generan contra narrativas en segundos. La microsegmentación, impulsada por sistemas como los usados en campañas políticas de Cambridge Analytica (aunque controversiales), asegura que los mensajes lleguen a audiencias clave con precisión quirúrgica. Además, los chatbots basados en modelos como ChatGPT de OpenAI automatizan tareas: organizan eventos, responden preguntas y difunden información 24/7, liberando a los activistas para enfocarse en la acción.
Los éxitos políticos recientes demuestran el poder transformador de la IA con datos irrefutables. En 2016, la campaña de Donald Trump utilizó la microsegmentación vía Cambridge Analytica, analizando 87 millones de perfiles de Facebook para personalizar anuncios con una efectividad que inclinaba estados clave, logrando un retorno estimado de 5:1 en inversión digital, y en la campaña del 2024 no solo aprovechó la IA para repetir éxitos pasados, sino que la llevó a un nuevo nivel de sofisticación y audacia. Emmanuel Macron, en 2017 y 2022, integró análisis de sentimientos con IA, procesando millones de tuits diarios para adaptar su discurso en tiempo real, mientras sus chatbots atendieron a 1.2 millones de interacciones únicas en 2022. Joe Biden, en 2020, optimizó su publicidad programática con IA, redirigiendo el 70% de su presupuesto digital a estados bisagra en las últimas 72 horas, según métricas de comportamiento en X y Tendencias de Google. Narendra Modi, en 2019, desplegó los chatbots en WhatsApp que alcanzaron a 300 millones de usuarios, con un 92% de respuestas automatizadas personalizadas, consolidando su victoria con un alcance sin precedentes. Estos casos prueban que la IA no solo amplifica: domina el juego político con precisión algorítmica.
En política, estas tecnologías ya han dejado huella. Durante las elecciones estadounidenses de 2020, herramientas como Themis ayudaron a grupos activistas a combatir noticias falsas, mientras que en India, el partido BJP utilizó sistemas de análisis predictivo para movilizar electoralmente a los votantes en 2019. En Hong Kong, los manifestantes de 2019 emplearon aplicaciones con IA básica para coordinarse y evadir la vigilancia estatal.
Sin embargo, los riesgos son igualmente reales y alarmantes. Gobiernos y corporaciones usan IA para manipular movimientos desde dentro: sistemas como los desarrollados por Palantir permiten infiltrarse en redes activistas y sembrar discordia. La censura se ha sofisticado con algoritmos de vigilancia, como los de China basados en SenseTime, que bloquean contenido crítico antes de que se viralice. Y la desinformación ha alcanzado un nuevo nivel con deepfakes generados por modelos como DALL-E o Stable Diffusion , capaces de fabricar videos falsos que desacreditan causas legítimas en cuestión de horas.
El equilibrio entre el uso ético y el abuso de estas tecnologías será decisivo. Mientras IA como Grok (de xAI) podrían usarse para optimizar estrategias activistas con transparencia, su mal uso en manos de actores poderosos amenaza con silenciar las voces que pretenden amplificar. El futuro del ciberactivismo dependerá de quién controle el código y con qué propósito.
República Dominicana: el despertar del ciberactivismo
En República Dominicana, el activismo digital está ganando terreno. Movimientos como la Marcha Verde , contra la corrupción y las protestas antiminera han demostrado el poder de las redes sociales para unir a la ciudadanía. De cara al 2028, la IA podría transformar esta escena:
- Denuncias automáticas: chatbots recolectarán informes anónimos sobre corrupción o abusos, agilizando la acción ciudadana.
- Predicción de conflictos: algoritmos analizarán datos socioeconómicos para anticipar focos de protesta.
- Campañas estratégicas : contenido automatizado llegará a audiencias clave en plataformas como WhatsApp y en redes sociales.
Sin embargo, el país enfrenta retos: la brecha digital actual que supera el 11%, el poco uso de la regulación tecnológica actual y la posible vigilancia estatal podrían limitar este potencial.
El futuro en 2028: oportunidades y desafíos
De cara al 2028, el ciberactivismo potenciado por IA promete movimientos más organizados, inclusivos y globales. Las campañas ya no dependen solo de la pasión, sino de la precisión tecnológica. Sin embargo, el éxito dependerá de cómo las sociedades gestionen los riesgos: desde la manipulación de datos hasta el uso de IA por regímenes autoritarios.
Organizaciones internacionales ya alertan sobre la necesidad de marcos éticos para la tecnología activista. En un mundo hiperconectado, la transparencia y la educación digital serán tan cruciales como los mismos algoritmos.
El clic que redefine el poder
La inteligencia artificial ha encendido una revolución imparable en el activismo y la política, transformando cada clic en un arma de cambio global. Para 2028, esta fuerza tecnológica no solo habrá amplificado las voces de los marginados, sino que también habrá reescrito las reglas del poder, desde las calles de Santo Domingo hasta los corredores de Washington. En República Dominicana, donde movimientos como la Marcha Verde ya han probado el sabor de la movilización digital, la IA promete ser el catalizador de una nueva era: chatbots denunciando la corrupción en tiempo real, algoritmos prediciendo estallidos sociales y campañas que convierten a cada ciudadano en un activista con un teléfono inteligente. Pero este futuro luminoso tiene un reverso oscuro. ¿Quién controlará esta tecnología: los pueblos que luchan por justicia o los poderes que buscan silenciarlos? ¿Podrá la sociedad dominicana, con su brecha digital y su historia de resistencia, domar la IA para fortalecer su democracia, o será víctima de su potencial manipulador? El 2028 no será solo un año de promesas: será un campo de batalla donde cada byte decidirá si la humanidad avanza hacia la libertad o se pierde en un espejismo algorítmico. El clic ya no es solo un sonido; es el eco de un mundo que está por definirse.