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La soledad de Donald Trump es cada vez más evidente. Su manera de gestionar la crisis social generada tras el asesinato de George Floyd no sólo le está distanciando de figuras imprescindibles como el jefe del Pentágono, Mark Esper, o históricas como la de su exsecretario de Defensa entre 2017 y 2019 – militar de alto rango condecorado en múltiples ocasiones – James N. Mattis o provocado la reciente dimisión del asesor del Departamento de Defensa, James Miller. Además, varios senadores republicanos están siendo muy críticos con sus formas. Sus discursos incendiarios, su falta de empatía y compromiso con el problema racial en Estados Unidos, su mano dura contra los manifestantes, la amenaza de sacar al Ejército o el episodio de fotografiarse con la Biblia en la Iglesia Episcopal de Saint John mientras, en sus inmediaciones, manifestantes pacíficos eran gaseados por la policía, están aislando al presidente de EE.UU. y alejándole cada vez más de figuras trascendentales en cualquier Gobierno; entre ellas, cuatro de sus predecesores.

Altice

Barack Obama, George W. Bush, Bill Clinton y Jimmy Carter han tomado posturas similares entre ellos y absolutamente contrarias a las del actual máximo mandatario estadounidense. Se trata de la primera ocasión en la historia reciente en la que tantos antecesores toman un posicionamiento tan crítico – y orquestado – con la gestión de un presidente en el cargo. Todos ellos han sentido la necesidad de intervenir ante lo que califican como una “injusticia racial”, no sólo eso, sino que han defendido la “respuesta social de la nación” y su derecho a protestar pacíficamente. Su condena a la excesiva fuerza policial y a la utilización del Ejército ha sido unánime.

George W. Bush
La exprimera dama, Laura Bush, y el expresidente, George W. Bush (Getty Images)

Quizás los comunicados y las comparecencias de Obama, Clinton y Carter eran de esperar al tratarse de expresidentes del partido Demócrata, sin embargo, la intervención de Bush, representante del partido Republicano, ha sido de lo más significativa. El marcado corte conservador que evidenció durante las dos legislaturas que estuvo en el poder (2001-2009) se ha ido moderando con el paso de los años. Sus intervenciones sosegadas desde la retaguardia política han sido más frecuentes que durante su presidencia, y han dejado discursos a favor de la igualdad, de la justicia racial y en contra de la intolerancia. En 2017, sintió la necesidad de condenar la marcha de extrema derecha en Charlottesville, Virginia, en un discurso que fue interpretado como una denuncia al apoyo, a veces silencioso y otras evidente, de Trump a este tipo de organizaciones extremistas. Tres años después, ha vuelto a tomar un posicionamiento totalmente contrario al del actual presidente.


“Estamos angustiados (incluyó a la exprimera dama, Laura Bush) por la brutal asfixia de George Floyd, y perturbados por la injusticia y el miedo que están afectando a nuestro país. Es hora de que en EE.UU. examinemos nuestros trágicos fracasos”, afirmó refiriéndose a la brutalidad policial; y añadió, “muchos dudan de la justicia de nuestro país, y tienen razón. Los negros ven sus derechos repetidamente violados, sin que haya una respuesta urgente y adecuada por parte de las instituciones americanas”.

Le hicieron falta pocas frases para demoler la retórica de Trump y su gestión basada en la “ley y orden” en una proclama en la que no pretendió “dar lecciones” sino escuchar el sentir de una nación en la que cientos de miles de personas están exigiendo un cambio de rumbo en el trato a las minorías, especialmente a la población afroamericana.

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“Es una fortaleza cuando los manifestantes, protegidos por la aplicación responsable de la ley, marchan por un futuro mejor. Esta tragedia, en una larga serie de tragedias similares, plantea una pregunta: ¿Cómo acabamos con el racismo sistémico en nuestra sociedad? La única manera de que veamos la luz verdadera es escuchando las voces de tantos que están sufriendo y que se sienten afligidos. Los que se proponen silenciar esas voces no entienden el significado de América – o cómo – nuestra nación – se convierte en un lugar mejor”, afirmó en el comunicado publicado esta semana.

Bush reflejó el sentir de los que votan azul, pero también el de una gran cantidad de republicanos que, desde las instituciones y en la calle, no se sienten identificados con Trump. La bofetada a su gestión por parte de expresidentes no quedó ahí. Obama sintió la necesidad de hacer lo propio y en una comparecencia realizada este miércoles en la plataforma, “My Brother’s Keeper”, un programa que forma parte de la Fundación Obama. Se trató de la primera aparición pública del primer presidente de raza negra de la historia de EE.UU. desde que Floyd fue asesinado y en su exposición quiso brindar esperanza a una juventud afroamericana que se siente desprotegida, exigir cambios en la legislación local para controlar a las fuerzas policiales y así evitar abusos como el de Floyd y otros miles de afroamericanos y personas de tez negra en general, y enviar un recado a Trump por su postura de reprimir el clamor popular en las calles por la fuerza. El último episodio de la mano dura policial que se ha hecho viral ha sido el de un anciano de 75 años de edad que mientras se manifestaba fue empujado por dos agentes. Al caer, se golpeó la cabeza “gravemente”, según fuentes del Washington Post. Ambos policías han sido apartados.

“Por muy trágicas que hayan sido estas últimas semanas, por muy difíciles y aterradoras e inciertas que hayan sido, también se ha tratado de una increíble oportunidad para que la gente se despierte y ofrezca una oportunidad para que todos trabajemos juntos. Para lograr un cambio real, tenemos que destacar un problema y hacer que la gente en el poder se sienta incómoda. Pero también tenemos que traducir eso en soluciones prácticas y leyes”, agregó. “Se está produciendo un cambio de mentalidad, un mayor reconocimiento de que podemos hacerlo mejor. Y eso no es una consecuencia de los discursos de los políticos… es un resultado directo de las actividades, de la organización, de la movilización y el compromiso de tantos jóvenes”.

Clinton (fue máximo mandatario de EE.UU. desde 1993 hasta 2001) no se refirió a las protestas que se están llevando a cabo, pero sí dedicó un comunicado publicado esta semana a dar su perspectiva sobre la injusticia racial reinante en EE.UU.

“Hace 57 años, el Dr. King (Martin Luther King) soñó con un día en que sus ‘cuatro hijos pequeños serían juzgados no por el color de su piel, sino por su carácter’. Hoy en día, ese sueño parece aún más inalcanzable, y nunca lo alcanzaremos si seguimos tratando a la gente de color con la suposición tácita de que son menos humanos”, afirmó.

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Carter, por su parte, el más longevo de los cuatro expresidentes, con 95 años de edad, y cuyo paso por la Casa Blanca se produjo desde 1977 a 1981, fue el último de todos en dar su perspectiva sobre la situación a través de un comunicado.

Jimmy Carter
El expresidente de EE.UU. Jimmy Carter. (Getty Images)

“En mi discurso inaugural de 1971 como gobernador de Georgia, dije: ‘El tiempo de la discriminación racial ha terminado’. Con gran pena y decepción, repito esas palabras hoy, casi cinco décadas después. Deshumanizar a la gente nos degrada a todos; la humanidad es hermosa y casi infinitamente diversa. Los lazos de nuestra humanidad común deben superar la división de nuestros miedos y prejuicios”, escribió. “Las personas con poder, privilegio y conciencia moral deben alzar la voz y decir, ‘se acabó’ a un sistema policial y judicial discriminatorio en lo racial, a las inmorales disparidades económicas entre blancos y negros, y a las acciones gubernamentales que socavan nuestra democracia unificada. Somos responsables de crear un mundo de paz e igualdad para nosotros y las generaciones futuras. Necesitamos un Gobierno tan bueno como su gente, y somos mejores que esto”.


El contraste entre todos los mensajes anteriores y el que ofreció Trump es total y evidencia una realidad que para muchos es aterradora e inexplicable en el año 2020. Ninguno de los valores básicos expuestos por los cuatro expresidentes forman parte de la retórica del actual mandatario. Ni siquiera ha habido un mínimo de simpatía por Floyd y todos la población negra, víctimas de la violencia policial y de los sectores más racistas de la sociedad estadounidense. Nada de eso existe en su discurso amenazante, incendiario y divisor, ése que traza una línea insuperable entre la unión y la segregación.

Trump se aísla, se separa de figuras que serían trascendentales en cualquier Gobierno, se desmarca de la autocrítica que innumerables sectores de la sociedad realizan sobre el problema de racismo que arrastra EE.UU. Pero ahí, en el rincón de la incomprensión de sus contrarios, encuentra el cobijo de los que le abanican cada vez que abre la boca. La fragmentación social que propone le afianza entre sus adeptos incondicionales, aquellos que alaban su foto con la Biblia en la mano, y a la vez celebran la represión contra los que se manifiestan fuera de la iglesia. La cuestión es si este órdago sin término medio, esta demostración de fuerza sin un ápice de conciliación, le perjudicará o le beneficiará en las próximas elecciones del 3 de noviembre. ¿Le valdrá con el voto incondicional? ¿Atraerá a sectores que de repente se identifican con su desafío a la Constitución, su tono bélico o su gestión de la pandemia? ¿O por el contrario, la indignación será mayoría en los comicios?

Los próximos tres meses y medio serán eternos y podrían suponer la consolidación del populismo irreverente de Trump. También es posible que, por extensión, sirva para afianzar a los Jair Bolsonaro en Brasil o Boris Johnson en Reino Unido, entre otros. Quien sabe, quizás este castillo de naipes se derrumbe. Lo único que parece claro es que se augura uno de los futuros más inciertos en décadas. Es lo que hay cuando en un contexto extraordinario la coherencia en el país más influyente del mundo la ponen los de antes, no el de ahora.

Gonzalo Aguirregomezcorta
Yahoo Noticiashace 

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