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“No puedo, se me ha cerrado el estómago”, respondemos cuando ante un plato de comida nos vemos incapaces de probar un solo bocado. ¿Los culpables de este bloqueo? Los nervios, manifestación de numerosos estados de ánimo. La pérdida de apetito es una consecuencia del impacto de aquello que sentimos en un momento determinado, pero no la única. Alteraciones mentales como el estrés influyen directamente en el sistema digestivo y, más allá de los mecanismos que regulan el hambre, pueden ser causa de complicaciones que comprometen nuestra salud física. 

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“El estrés (agente agresor ambiental) y la respuesta de nuestro cuerpo a esa agresión (ansiedad) afecta al aparato digestivo porque este es el sistema corporal más conectado con el sistema nervioso. De hecho, es denominado el segundo cerebro”, explica Domingo Carrera, médico especialista en nutrición del Centro Médico-Quirúrgico de Enfermedades Digestivas (CMED). Esta conexión, continúa el experto, se produce también a nivel emocional y es mediada por neurotransmisores segregados en el sistema nervioso que intervienen en el digestivo.  

Asimismo, “el estrés genera una secreción hormonal, el cortisol, que actúa sobre el aparato digestivo”, señala Carrera, quien destaca que en el mismo se puede producir una reacción de inflamación al generarse una estimulación y activación del sistema inmune. “Esta conexión nerviosa, hormonal y neuroinmunitaria está mediada por la microbiota digestiva en lo que se llama el eje cerebro-microbiota-intestino”, aclara. 

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¿Qué enfermedades digestivas puede desarrollar el estrés?

El estrés es un estado mental que se manifiesta cuando una persona se ve envuelta por una serie de situaciones que supera los recursos con los que cuenta para enfrentarlas. De esta manera, el individuo experimenta una sobrecarga que altera su bienestar, tanto físico, como psicológico y personal

Una situación de estrés que se mantiene en el tiempo puede ser la causa de diferentes enfermedades a nivel digestivo. Una gastritis de estrés o gastritis crónica superficial, así como una dispepsia no ulcerosa en el estómago son algunos de sus efectos. El intestino también es probable que se vea afectado, “ya que el estrés podría ser responsable del Síndrome de Intestino Irritable, una patología crónica inflamatoria del intestino que cursa con hinchazón o dolor abdominal, gases, diarrea o estreñimiento”, detalla Carrera.

Además, un estado de estrés es el principal motivo de los desequilibrios en nuestra microbiota intestinal o disbiosis intestinales, que provocan malestar digestivo; y razón que se esconde tras el sobrecrecimiento bacteriano en la microbiota (SIBO, por sus siglas en inglés).

Por otra parte, debido a la secreción de cortisol, el estrés está involucrado de manera indirecta con el acúmulo de grasa en el hígado o hígado graso no alcohólico, “aunque el responsable directo es el sobrepeso y la obesidad”, aclara el médico especializado en nutrición, quien añade que este estado anímico “podría producir enfermedad por reflujo esofágico, así como úlceras gástricas y duodenales (en la primera parte del intestino delgado)”. 

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Como ya se ha mencionado, el estrés afecta al sistema inmunitario. En este sentido, es posible que se desarrolle “una reacción de inflamación e inmunosupresión en el estómago, lo que nos deja más vulnerables frente a la aparición de patologías autoinmunes y cáncer”. En concreto, Carrera detalla que los cuadros de inflamación predisponen al padecimiento de tumores intestinales, Enfermedad de Crohn y colitis ulcerosa. 

Cómo prevenir problemas digestivos causados por el estrés 

El experto consultado por CuídatePlus apunta qué pueden hacer las personas que sufren de estrés para evitar problemas digestivos:

  • En la fase aguda de la gastritis de estrés, habrá que tomar fármacos protectores del estómago que frenan la producción de jugo gástrico.
     
  • Llevar una alimentación en la que suprimamos o reduzcamos el consumo de alimentos ácidos (cítricos, kiwi, fresa, etc.), los picantes, el alcohol, las bebidas gaseosas, los azúcares refinados y la grasa en general.
     
  • Tomar probióticos, que contribuyen a estabilizar la microbiota y a reducir el grado de inflamación.
     
  • Realizar actividades que nos ayuden a reducir el estrés como el ejercicio cardiovascular (caminar, correr, ir en bicicleta, natación…), el yoga, la meditación o las técnicas psicológicas de reducción de estrés (mindfulness o terapia cognitiva-conductual). Ocupaciones que nos relaje como pasear o leer también ayudan. 
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