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Los presidentes de EE UU y Brasil cierran acuerdos en materia de defensa y aparcan sus diferencias sobre una posible intervención militar en Venezuela

Nada más verse en el Despacho Oval, los líderes de los dos países más poblados de América echaron mano de esa socorrida y popular diplomacia que es el fútbol. Bolsonaro regaló a Trump una camiseta de la selección brasileña con el número del héroe nacional Pelé y el estadounidense hizo entregando a su homónimo una de Estados Unidos. Ambos juegan en el mismo equipo en más de un sentido —el discurso de corte nacionalista y populista o su uso incendiario de las redes sociales—, aunque gobiernen situaciones políticas y económicas muy dispares. Para Bolsonaro, Trump es mucho más que el líder de la primera potencia del mundo, es el modelo en el que se inspiró para ganar contra pronóstico y en el que se inspira a diario con un discurso constante de ellos contra nosotros a costa de ahondar en la polarización. “Respetamos a la familia tradicional, somos temerosos de Dios, en contra de la ideología de género, de lo políticamente correcto y de las fake news” dijo el brasileño en la rueda de prensa posterior a la cita, en los jardines de la Casa Blanca.

Altice

Brasilia buscaba el apoyo de Washington para entrar en la OCDE, acuerdos en defensa que permitirían a las empresas brasileñas participar en licitaciones del Pentágono —lo que sería agua de mayo para la aeronaútica Embraer— y comprar material estadounidense a mejores precios. Washington por su parte buscaba que sus empresas puedan utilizar la base espacial militar de Alcántara, en el Estado de Maranhão (noreste), para lanzar satélites comerciales. Hubo consenso en esos aspectos y, en un momento de la rueda de prensa, Trump se sintió tan entusiasmado incluso se comprometió, de forma algo ligera, a espaldar un hipotético ingreso de Brasil en la Alianza Atlántica, algo que para lo que, admitió, habría que “hablar con mucha gente”.

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Ambos evitaron abordar los aspectos que les separan en la crisis de Venezuela, uno de los asuntos clave en la relación de estos países. Los dos rechazan a Nicolás Maduro, reconocen a Juan Guaidó como presidente interino del país sudamericano y reclaman la celebración de elecciones. Pero la Casa Blanca insiste hasta la saciedad que la opción de una intervención militar esta sobre la mesa y Brasil no quiere participar en ello. Preguntados por esta posibilidad, Trump recalcó que Washington todavía no ha empezado a aplicar “las sanciones más duras” contra el régimen chavista, dando a entender que todavía queda recorrido hasta hacer uso de la fuerza. Y su homólogo brasileño evitó pronunciarse sobre si permitiría la presencia de tropas estadounidenses en su territorio en ese caso.

Sin embargo, Venezuela sí les sirve a ambos presidentes para azuzar en clave doméstica el miedo al socialismo. “Creo que Trump va a ser reelegido en 2020, creo que la gente repetirá su voto. Es lo mismo que me pasó a mí: ven lo que es el socialismo y ese es el sentimiento”. Trump, por su parte, tuvo dos guiños clave con su invitado. Alabó el “fantástico trabajo de su hijo” Eduardo Bolsonaro, a quien hizo levantarse en la rueda de prensa para recibir un aplauso. El también diputado es la persona que ha acompañado al presidente brasileño en el Despacho Oval en vez de su ministro de Exteriores. Ese también es otro aspecto que une a ambos mandatarios: Trump también recurre a la familia, y ha dado a su yerno, Jared Kushner, un papel preferente en las relaciones con países como Israel o México.

Más allá de los resultados tangibles, sentarse en la Casa Blanca es una bendición para el entorno más antiglobalista y la base más ultraconservadora del Trump del Trópico. “Tenemos una gran alianza con Brasil, mejor que nunca”, concedió el magnate neoyorquino. El viaje oficial selló el inicio de una nueva era en las relaciones entre ambos países tras años de enfriamiento, agudizado a raíz de que, en 2013, tras las filtraciones de Edward Snowden, se conociera que la CIA había estado grabando conversaciones con la entonces presidenta Dilma Rousseff. Pocos ejemplos tan claros de este cambio de tercio como que Bolsonaro visitase el cuartel general de la agencia de inteligencia en Langley (Virginia) y su hijo Eduardo, el diputado, la alabase en su cuenta de Twitter.

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“Por primera vez en mucho tiempo, un presidente brasileño que no es antiamericano llega a Washington. Es el comienzo de una alianza por la libertad y la prosperidad”, afirmó Bolsonaro el domingo, nada más aterrizar en Washington. Lo que Bolsonaro retrata como el antiamericanismo de Luiz Inácio Lula da Silva y de Dilma Rousseff es la suma de la tradición diplomática de Brasil de no injerencia, que ha mantenido al gigante sudamericano ensimismado, y las alianzas forjadas por el antiguo sindicalista con sus vecinos izquierdistas, que no le impidieron mantener buenas relaciones personales tanto con George Bush hijo como con Bill Clinton.

Si algo demostró el breve romance que el presidente de EE UU mantuvo con su homólogo francés, Emmanuel Macron, de visita oficial en Washington el año pasado, es que la química personal que el inquilino de la Casa Blanca muestre hacia un líder no tiene por qué traducirse en pactos concretos. En aquella ocasión, ambos dirigentes se encontraban en las antípodas ideológicas sobre globalización, cooperación internacional o medioambiente. En este caso, Trump y Bolsonaro sí coinciden en fondo y en formas en muchos terrenos, pero los acuerdos no son fáciles.  elpais.com

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