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El 23% de las chicas y el 12% de los chicos de entre 11 y 18 años presentan síntomas de ansiedad, según el Ministerio de Sanidad

Altice

Sitges, España.– La depresión y la ansiedad entre adolescentes y jóvenes se han convertido en una realidad alarmante que preocupa a profesionales de la salud mental. Esta creciente tendencia fue el eje central del XXIII Seminario Lundbeck, celebrado en Sitges, donde especialistas insistieron en la urgencia de una respuesta coordinada desde múltiples frentes: autoridades sanitarias, centros educativos, personal médico y familias.

Según Lorenzo Armenteros, médico de atención primaria en Lugo y miembro del Grupo de Trabajo de Salud Mental de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), el problema no se limita únicamente a trastornos mentales diagnosticados, sino que abarca toda la esfera emocional juvenil, lo cual representa un paso previo preocupante. La pandemia de covid-19, según afirma, marcó un punto de inflexión que agravó considerablemente esta situación.

Los últimos datos del Ministerio de Sanidad confirman la gravedad del panorama. El 23,2% de las adolescentes y el 12,2% de los varones entre 11 y 18 años presentan síntomas de ansiedad. Estos se manifiestan como irritabilidad, insomnio, nerviosismo y preocupación constante, incluso por situaciones menores. Muchos jóvenes también experimentan un miedo desproporcionado a lo social o a cometer errores, sintiéndose a menudo desbordados emocionalmente.

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En cuanto a la depresión, el 17% de las chicas y el 7,3% de los chicos presentan síntomas que se corresponden con episodios depresivos. Entre las señales más habituales se encuentran el aislamiento, la baja autoestima, el consumo de sustancias, la falta de motivación académica, y alteraciones en el apetito o el sueño. En casos graves, aparecen pensamientos suicidas o autolesiones.

Armenteros subrayó que las adolescentes son las más afectadas. Una de las razones, explicó la psiquiatra infantil Elisa Seijo, es que “comunican más lo que sienten”, pero también “internalizan más” las emociones, lo cual las hace más vulnerables a la depresión. Seijo es responsable del área de hospitalización psiquiátrica infantojuvenil del Hospital Universitario Central de Asturias.

Para Seijo, hay un factor biológico que no puede ignorarse. La adolescencia, por sí sola, ya representa una etapa de vulnerabilidad, marcada por profundos cambios neurobiológicos. A esto se suman retos emocionales para los que los jóvenes no siempre cuentan con herramientas suficientes para enfrentar.

Entre los factores que elevan el riesgo de padecer ansiedad o depresión, se destacan el estrés académico, los conflictos familiares, el acoso escolar o virtual, el uso excesivo de redes sociales, la soledad, los traumas no tratados y la situación económica del entorno.

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La pandemia, según los expertos, actuó como catalizador de problemas latentes. La suspensión prolongada de las clases presenciales, el distanciamiento social y la inseguridad económica agudizaron una problemática preexistente, dando como resultado una generación emocionalmente más frágil.

El confinamiento, explican, interrumpió rutinas fundamentales para el desarrollo emocional: socialización, actividades físicas, contacto con adultos de referencia y seguimiento educativo. En muchos hogares, el apoyo emocional fue limitado por las tensiones económicas y familiares.

Otro elemento clave fue el tiempo excesivo frente a pantallas y redes sociales durante la pandemia. Estas plataformas, lejos de servir como apoyo emocional, muchas veces reforzaron sentimientos de comparación, insuficiencia y aislamiento.

Los especialistas reunidos en el seminario coincidieron en que no se puede esperar a que los síntomas se agraven. Las escuelas deben implementar programas de salud mental desde edades tempranas, y los médicos de atención primaria deben recibir mayor formación para identificar señales de alerta.

También se destacó el papel de las familias. El entorno cercano del adolescente debe aprender a escuchar sin juzgar, ofrecer acompañamiento emocional y buscar ayuda profesional cuando sea necesario.

La situación requiere un enfoque integral y urgente. Sin intervención, advirtieron los expertos, el deterioro emocional de los jóvenes puede tener consecuencias devastadoras a nivel personal y social en el futuro inmediato.

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