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José Rafael Sosa

Altice

Los vientos que soplan en la reapertura de los escenarios, son promisorios.

En apariencias, La golondrina, que se monta en Sala Ravelo del Teatro Nacional, es obra de Guillem Clúa, gira en torno a inclusión, ausencia, luto, diversidad o estereotipos, pero no es así.

La golondrina es la pieza teatral que con mayor emotividad y aguda precisión replantea el concepto de aceptación y su montaje en Santo Domingo que convoca fantasmas y ángeles, es un suceso verdadero que tuvimos el gusto de ver en su estreno. Y que toda la gente sensible a la consistencia de un teatro hecho a conciencia, debería ver.

Es esta una golondrina de altos vuelos, desde su estreno en el Cervantes Theatre de Londres en septiembre 25 de 2017, inspirada en el ataque terrorista del bar Pulse de Orlando (EE.UU.) en junio de 2016, en el que fueron asesinadas 49 personas.

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La presentación de La golondrina tiene en su favor el atractivo de su libreto y la sentida y memorable actuación de sus dos protagonistas, Xiomara Rodríguez (Amelia) y Josué Guerrero (Ramón), dirigidos por Elvira Taveras y la versión dominicana de la canción La golondrina, escrita por Clua, al final del montaje.

Esa balada es una pieza tristísima y valiente, interpretada por Frank Ceara, por mucho uno de los vocalistas más extraordinarios que ha dado el país y que, pese a todo, frente a él, seguimos ciegos y sordos.

Rodríguez y Guerrero logran transmitir las oleadas y sus giros dramáticos, desarrollando procesos de intensidad interpretativa. Las acciones de la palabra son incesantes y cortan la respiración.

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En su discurso van desgranando el concepto de la pieza, y que recorre el luto, las partidas, el dolor, la tragedia, el prejuicio, el temor compartido y el reencuentro, pero de lo que trata es de aceptación.

Esos parlamentos que demandan el dominio de la técnica expresiva y la consistencia para saben montarse en un carrusel de emotivos planos actorales, ofreciendo una experiencia teatral.

Hay que agradecer el talento de los dos intérpretes y la asertividad de su directora, la tenacidad de Raúl Méndez y la escenografía de Scene, de Fidel López.

Esta obra teatral es de esas que se recuerdan más allá del paso de tiempo. No se la pierda. Por nada.

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