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Por Miguel Ángel Cid Cid

Altice

Los partidos políticos repiten sin cesar la necesidad de renovación, de traer sangre nueva para volver a ser como antes. Reclaman participación de la juventud, pero los tildan de inexpertos. Les exigen aprender antes de cederles el paso.

En el fondo, el llamado a la juventud suena como si le temieran a lo nuevo, como el terror a la innovación del partido. Nadie quiere perder su posición de privilegios. Es un sí, pero no.

El dilema joven/viejo

El término joven alude a lo nuevo, a lo dinámico, al flujo de energía viva. Por el contrario, lo viejo habla de lo caduco, de lo que entra en desuso, de lo arcaico…

La vejez, en consecuencia, genera miedo a ser desechado, a ser guardado en el armario, imaginario, pero efectivo. El joven, en cambio, está en movimiento, mana energía vital, le es imposible mantenerse estático. Esas diferencias provocan un muro de contención entre los dos grupos. Grupos etarios, si lo vemos por edad.

José —Pepe— Mujica, expresidente de Uruguay expresa: “ser joven es tener un compromiso por mejorar el mundo”, es, “luchar por la felicidad humana” y dice, además, que ser joven es “trabajar para vivir y no vivir para trabajar”.

Salvador Allende, expresidente de Chile, por su lado, precisa que: “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica;” pero, reconoce que: “mantenerse como revolucionario, en una sociedad burguesa, es difícil”.

Rubén Darío, el gran poeta nicaragüense, escribió: “Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar, no lloro… / Y a veces, lloro sin querer…“.

Psicólogos, psiquiatras y pensadores sociales definen la juventud como un estado de vida. Es decir, hay quienes por más edad avanzada que tengan nunca se extingue su actitud juvenil. Pero otros se comportan como ancianos, a pesar de su corta edad. Con un pensamiento desfasado, anacrónico.

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Hay sociedades, a pesar de lo anterior, que sus autoridades se empeñan en aprobar leyes que dictan cuando se es joven o viejo. Pero los líderes políticos dominicanos hacen caso omiso a los parámetros establecidos. Sus ideas tienen tres siglos de antigüedad, pero ellos se creen jóvenes eternos.

Cunas de zancadillas

Los partidos políticos emergen como instrumentos de contención del avance de los jóvenes en la sociedad. La práctica los delata. Tres de ellos datan de más de 50 años. Sus fundadores siguen todavía tan campantes…, negados a ser sustituidos.

El primero es el Partido Revolucionario Dominicano, se fundó en Cuba en 1939 con los exiliados del régimen trujillista. La energía de los jovenzuelos brotaba a borbotones. Inclusive, en ese tiempo don Juan Bosch y Gaviño era un muchachón.

El Partido Reformista es el segundo, creado en 1963 por Joaquín Balaguer, expresidente de la República. El PR se nutrió de los remanentes del trujillismo. Balaguer era presidente —en 1960-1962— designado por Trujillo. Con el tiempo absorbió el Partido Revolucionario Social Cristiano en 1984, para refugiarse en la doctrina social cristiana. La adhesión les aportó nuevo nombre: Partido Reformista Social Cristiano.

El Partido de la Liberación Dominicana, creado por Juan Bosch en 1973, luego que este protagonizara una división del PRD. Un partido centro-izquierdista, en apariencia. Pero queriendo acabar con el Viejo Gran Partido terminaron hermanados con los conservadores. Con el PRSC. Se juntaron los extremos.

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Los tres que echaron a Peña y a Bosch en el pozo: PRD, PRSC y PLD hoy están juntos como hermanos. ¡Que ironía!

Las agrupaciones señaladas nacieron preñadas de juventud. En sus actividades la efervescencia era notable, cada uno desde su bandera. La intención de cambiar el mundo se veía a leguas.

Pero los líderes se volvieron rancios fingiendo lo contrario. Hoy parecen centros geriátricos, parecen hospitales donde se trata a ancianos enfermos. 

¿Por qué tiene que ser así?

Porque los políticos dominicanos no se retiran. Pensionarse no figura en su narrativa de acción política. La mayoría se mueren aspirando volver al Poder. Se contaminaron con el virus del vuelve y vuelve.

Lo peor, no obstante, no es el deseo de alargar indefinidamente —contrario a la biología— su vigencia política. Hasta que la muerte los separe. Peor es que, estos privan en jóvenes para cargar en árganas y serones las arcas del Estado.

Mientras, a los jóvenes todos los quieren, pero solo en teoría. A la hora de la verdad le ponen mil obstáculos. Que tienen que aprender, que son inexpertos, que son peleles, que tienes que llevarte de mí, etc.

En base a esas artimañas les niegan a los jóvenes el derecho a equivocarse para poder aprender. Por eso los partidos, después de los 50 años comienzan a languidecer. 

Da igual que sean de derecha como de izquierda. Igual si es empresario como académicos. Los ejemplos sobran.

En suma, la cacareada renovación no se alcanza con palabreríos. Hay que dejar que los jóvenes se equivoquen para que aprendan. ¿O es que los viejos de hoy nunca se equivocaron?

Miguel Ángel Cid

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Twitter: @miguelcid1

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