Lo que la gente quiere ver de “Canelo” es el derroche de su ataque, el poder de sus puños y la determinación de su planteo. Y eso fue lo que no se vio…
Ni euforia, ni emoción. Ni drama, ni alegría. El público se sintió aliviado después de saber que los jurados le habían dado la pelea a “Canelo” Álvarez por la mínima diferencia de dos y tres puntos. “Canelo” para ser grande necesitó de grandes peleadores. El último ilustre fue Gennady Golovkin. Después de aquel triunfo a nadie le quedaron dudas que “Canelo” reunía todas las condiciones del boxeador respaldado por la estirpe mexicana: guapeza, entereza y riesgo.
Pero en el T-Mobile Arena de Las Vegas se encontró con un rival que lo forzó a llevar a cabo una faena incómoda y difícil. Daniel Jacobs es un clásico boxeador de estilo, alguien que con sus constantes cambios de guardia, sus giros pendulares y la velocidad de su jab le impuso condiciones a las que debió someterse para sacar adelante la conservación de sus coronas.
El combate no fue una pelea porque Jacobs lo impidió. Y en la lógica de tener que someterse a la mayor precisión, velocidad y condiciones de su adversario, el mexicano mostró una faceta pendiente: aceptar las condiciones del rival con paciencia y responderlas con potencia.
Los permanentes cambios de guardia de Jacobs de diestro a zurdo y viceversa le fueron modificando la geografía del ring de tal manera que el espacio posible para poder replicar estuvo más cerca de las cuerdas que del centro del cuadrilátero. Es así como en lugar de atacar, que le resulta la fase más positiva, “Canelo” Álvarez se convirtió en un contragolpeador de espacios reducidos con la posibilidad de devolver los golpes propuestos por un contendiente más movedizo, más inteligente, más estratégico y más técnico.
Cuando un combate no tiene drama es porque por lo menos uno de los actores lo impide. Este fue el caso de esta pelea ya que Jacobs prefirió boxear antes que pelear, anticiparse antes que cambiar golpes, salir rápido de las zonas de riesgo antes que asumirlos y mantenerse siempre en la larga distancia para evitar los potentes golpes de “Canelo”. Después del nocaut propinado a Rocky Fielding parecía que el camino de Álvarez estaría amortizado por una confortable alfombra de rivales dóciles o proclives a la pelea mecánica. Sin embargo, nada de esto le ocurrió y es por ello que en el balance aséptico del combate, minuto a minuto, round por round, no resulta arriesgado afirmar que los mejores golpes del combate los pegó el norteamericano, que la pelea se celebró en la distancia que Jacobs pretendió y que nunca se alteró el clima de una lucha sin sobresaltos.
Probablemente al retador le faltó una dosis de potencia para que cualquiera de los tres mejores golpes de la pelea –zurda en el tercer round, séptimo y octavo– pudieran derribar a su adversario. El potente fue “Canelo” para resistirlos, probar que la mano más vigorosa no lo dañaría y plantear el contragolpe con confortable impunidad.
Este triunfo tiene más que un valor estadístico para el amplio camino que aún le queda por recorrer a “Canelo” Álvarez. Habrá otros Daniel Jacobs en su futuro y esto significa haber vivido la experiencia de pelear con alguien que no pelea, de adecuarse a la incomodidad y de resolver los jeroglíficos que siempre generan los cambios de guardia y de giro. Quedó abierto el sendero con más certeza que nunca que el “Canelo” de la vibración será el “Canelo” que enfrente a los Golovkin que le esperan.
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— Golden Boy (@GoldenBoyBoxing) 5 de mayo de 2019
Lo que resulta innegable es que a pesar de un fallo técnicamente discutible lo que la gente quiere ver de él es el derroche de su ataque, el poder de sus puños y la determinación de su planteo.
Y eso fue lo que no se vio… infobae.com