El presidente de EE UU asegura que Corea del Norte pretendía el fin de todas las sanciones
Un gran fiasco. La cumbre de Hanoi entre el presidente de EE UU, Donald Trump, y el líder norcoreano, Kim Jong-un, ha concluido sin acuerdo, sin una hoja de ruta sobre cómo proceder y con la credibilidad del proceso de negociación considerablemente tocada. Después de que los líderes se marcharan cada un por su lado del histórico hotel Metropole, les corresponderá ahora a los equipos negociadores de los dos bandos recoger los pedazos. Y sobre Trump pende ahora la responsabilidad de demostrar que este proceso de conversaciones puede arrojar resultados y es algo más que un carísimo reality show diplomático.
“Podíamos haber firmado un acuerdo, pero no creí que fuera apropiado”, declaró Trump, en una rueda de prensa pensada, inicialmente, para lanzar las campanas al vuelo sobre un acuerdo, y que al final tuvo que dedicarse a dar explicaciones sobre el fracaso. “Hay veces en que te tienes que marchar”.
El problema se debió a diferencias insalvables en las expectativas de cada equipo y a un aparente error de cálculo sobre lo que cada parte estaba dispuesta a ceder. Un error de cálculo tan craso como inexplicable: ¿no era obvia la enorme diferencia en posiciones antes de la cumbre? Y si lo era, ¿cómo no se llegó a Hanói con una contraoferta aceptable para Pyongyang? Y si no había contraofertas aceptables, ¿para qué celebrar la cumbre?
Trump y Kim Jong-un se reunirán en Vietnam a finales de febrero
El secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, lo aclaraba ya a bordo del avión de regreso a Washington: “cuando te las ves con un país de la naturaleza de Corea del Norte, a menudo ocurre que solo los líderes más altos tienen la capacidad de tomar esas importantes decisiones”.
Según explicó el presidente estadounidense en su rueda de prensa, Corea del Norte había accedido a desmantelar su centro nuclear de Yongbyon, el corazón histórico de su programa de armamento, a cambio del levantamiento de todas las sanciones impuestas contra este país. Algo que Estados Unidos no quería dar. Y Pyongyang se negaba a incluir otras instalaciones nucleares, como le exigía Washington.
“Estaban dispuestos a desnuclearizar una gran parte de las áreas que queríamos, pero no todas. Así que tuvimos que levantarnos de la mesa”, explicó el presidente.
En suma, el gran escollo principal de todo el proceso, la diferente interpretación que cada parte hace de la palabra “desnuclearización”, ha podido más que todos los buenos deseos. Para Corea del Norte, se trata de un término vago, algo a conseguirse en algún momento en el futuro y que debe incluir la desaparición del paraguas nuclear estadounidense que protege a Corea del Sur pero amenaza su territorio. Para Estados Unidos, es el desmantelamiento completo y verificado del armamento no convencional norcoreano y sus instalaciones de producción.
Pese a todo, la parte estadounidense quiso poner buena cara. No se han levantado de la mesa y han dejado plantados a sus interlocutores, insisten. Hubo un apretón de manos final. Las conversaciones van a continuar, aunque ahora a nivel técnico, para tratar de aproximar posiciones.
De momento, no hay una tercera reunión de los líderes en el horizonte. Y la sensación que deja Hanói es la de una oportunidad desperdiciada que, quizá, no vuelva a presentarse.
El problema que ha quedado de manifiesto, según el profesor Koh Yu Hwan, de la Universidad Dongguk en Corea del Sur, es la “falta de confianza” entre las dos partes. Ninguna de las dos está dispuesta a ofrecer demasiado.
Y lo malo es que el tiempo corre. Pronto el Gobierno de Trump y todo Estados Unidos dedicará toda su atención a la campaña electoral del año próximo. No conseguir resultados puede pasar factura en las urnas al presidente estadounidense, que ha hecho del problema norcoreano su principal prioridad en política exterior. El reloj no está tampoco del lado norcoreano: la prioridad que la Casa Blanca ha concedido a este proceso hasta ahora puede verse relegada en aras de asuntos más rentables en el área doméstica.
Antes de romperse abruptamente, las conversaciones habían comenzado este jueves en un tono aparentemente cordial, tanto que incluso Kim accedió a contestar algunas preguntas de la prensa internacional, algo que no había ocurrido nunca. ¿Qué perspectivas ve a la cumbre? “Es demasiado pronto para pedirlo, pero no puedo decir que sea pesimista. Tengo el presentimiento de que veremos buenos resultados”, apuntaba el líder norcoreano.
Mesa en la que se suponía que tenían que almorzar este jueves Trump y Kim.
Mesa en la que se suponía que tenían que almorzar este jueves Trump y Kim. LEAH MILLIS REUTERS
Los dos líderes mantuvieron primero una reunión a solas, por espacio de 45 minutos, asistidos únicamente por sus intérpretes. Más tarde se les agregaron sus respectivos equipos para una sesión negociadora de dos horas. La cancelación llegó inmediatamente antes del almuerzo: en el comedor del Metropole quedó abandonada la mesa, ya con la vajilla puesta, donde hubieran comido las dos delegaciones.
Entre las medidas que habían barajado los dos líderes, y que según Trump ya se encontraban impresos y listos para la firma, se encontraba —además del desmantelamiento de Yongbyon— un acuerdo para declarar el fin formal de la guerra de Corea (1950-1953), técnicamente solo detenida hasta ahora por un armisticio que ya dura 70 años. Aunque no tendría la fuerza de un tratado de paz —un paso mucho más complejo y que requeriría, entre otras cosas, la aprobación del Congreso estadounidense—, sí hubiera representado un paso de una enorme importancia simbólica. El cese formal de las hostilidades entre los dos países habría parecido impensable en 2017, cuando Corea del Norte probaba todo tipo de misiles balísticos y los dos líderes intercambiaban insultos a cual más colorido e hiriente.
Se habría cumplido así una de las grandes exigencias de Corea del Norte en este proceso de negociación, además del levantamiento del régimen de sanciones internacionales.
A ello se habrían sumado la entrega norcoreana de más restos de soldados estadounidenses caídos en la guerra —un paso que ya prometió en Singapur— y el establecimiento de oficinas de enlace en los respectivos países.
“La estrategia de Trump no ha conseguido nada nuevo y no se ha acercado siquiera a resolver la amenaza nuclear norcoreana”, explicaba desde Pekín Paul Haenle, director del centro Carnegie-Tsinghua de Política Global.
La primera reunión de los dos en Singapur, el único encuentro hasta ahora entre líderes de EE UU y Corea del Norte, se había saldado con una vaga declaración de intenciones. Desde entonces, apenas se habían producido progresos en las conversaciones, debido principalmente a las grandes diferencias entre las dos partes sobre lo que significa “desnuclearización”. elpais.com