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La histórica jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos, Ruth Bader Ginsburg, murió este viernes a los 87 años. En un comunicado, el máximo tribunal indicó que estaba “rodeada por su familia en su casa de Washington DC” y que su deceso fue consecuencia de un cáncer pancreático.

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Ginsburg, que se convirtió en un ícono cultural por sus posturas progresistas -especialmente en materia de género- ocupó una de las nueve bancas de la Corte Suprema estadounidense por más de 27 años. Fue la segunda mujer en llegar a ocupar un puesto de esa jerarquía.

“Nuestra nación ha perdido una jurista de magnitud histórica. En la Corte Suprema perdimos una valiosa colega. Hoy estamos de luto, pero con la confianza de que generaciones futuras recordarán a Ruth Bader Ginsburg como la conocíamos – una incansable y resuelta defensora de la Justicia”, expresó el presidente del tribunal, el juez John Roberts.

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RGB es la jueza más veterana del máximo tribunal de Estados Unidos. THE WASHINGTON POST

Ginsburg había anunciado en julio que estaba atravesando sesiones de quimioterapia, en lo que era su quinta batalla contra el cáncer.

La jueza había resistido llamados de voces progresistas para dejar su banca durante la presidencia de Barack Obama, cuando el entonces presidente podría haber nombrado un sucesor que compartiera sus posturas, considerando que es el jefe de Estado quien tiene la potestad de nominar jueces en Estados Unidos.

No obstante, cuando Obama nominó en 2016 a Merrick Garland para ocupar la banca que el conservador Antonin Scalia dejó al morir, el Senado, controlado por el partido Republicano, bloqueó su iniciativa de manera tajante. La vacante fue finalmente llenada por Neil Gorsuch, nominado por Donald Trump después de asumir y con el apoyo del oficialismo.

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En el 2018 también logró colocar a Brett Kavanaugh, cuya confirmación tuvo lugar después de una encarnizada serie de audiencias en el Congreso marcadas por acusaciones de conducta sexual inapropiada del candidato. Entre ellas se destacó la de Christine Blasey Ford, quien aseguró que Kavanaugh había intentado violarla cuando ambos estudiaban en la universidad de Yale.

Kavanaugh negó categóricamente las acusaciones, pero su tendencia a perder la paciencia y asegurar -frecuentemente con gritos- que eran parte de un intento deliberado para evitar que fuera confirmado, llevaron a sus detractores a cuestionar que tuviera el temple necesario para juzgar con imparcialidad los sensibles asuntos que llegaran a la Corte.

De lograr Trump reemplazar a Ginsburg, consolidaría la tendencia conservadora de la Corte Suprema, que hasta antes de su deceso contaba con cinco jueces calificados como tales y cuatro considerados progresistas.

Trump, de hecho, actualizó la lista de sus potenciales candidatos el pasado 9 de septiembre. Todos son firmemente conservadores, y entre ellos se destacan dos caras conocidas en el escenario político estadounidense, algo poco común cuando se trata de potenciales jueces de la corte: son los senadores Ted Cruz, de Texas, y Tom Cotton, de Arkansas.

Por su parte, su contrincante en los comicios del próximo 3 de noviembre, Joe Biden, se ha comprometido a nombrar una jueza afroamericana -y progresista- en caso de ser elegido.

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El antecedente de 2016 ilustra que Trump no tiene el camino allanado. “El pueblo americano debería ser oído a la hora de decidir la selección del próximo juez de la Corte Suprema. Por lo tanto, la vacante no debería ser ocupada hasta que tengamos un nuevo presidente”, dijo el líder de la minoría en el Senado, Chuck Schumer.

La declaración es una irónica y directa referencia a Mitch McConnell, líder de la bancada oficialista, quien emitió esas mismas palabras en 2016 a la hora de justificar su reticencia a confirmar el candidato de Obama. Las contrastantes posturas plantean un nuevo foco de conflicto de cara a la recta final hasta las elecciones, ya marcados por niveles históricos de polarización y una virulencia política completamente extendida a la vida diaria de la sociedad.

Nominada por el expresidente Bill Clinton en 1993, Ginsburg era la jueza de más avanzada edad de los nueve que conforman el tribunal y en los últimos años había tenido problemas de salud que habían forzado varios ingresos hospitalarios.

La jueza llevaba años luchando contra el cáncer: en 2009 superó uno de páncreas; en 2018 tuvieron que extirparle unos nódulos malignos de su pulmón izquierdo; y en el verano de 2019 reapareció el tumor en el páncreas. El cáncer también le arrebató al amor de su vida, su esposo, Martin Ginsburg, fallecido en 2010.

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