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Por JUAN T H 

Altice

Al sociólogo Cándido Mercedes.     

Me he preguntado muchas veces, tal vez los estudiosos de la sociología, la psicología, la psiquiatría, los historiadores o los politólogos me puedan explicar por qué siento que el pueblo dominicano no avanza o lo hace muy lentamente, como en un círculo vicioso, cuando tiene todas las condiciones materiales, con hombres y mujeres excepcionalmente buenas, inteligentes y trabajadoras, ubicado geográficamente en un lugar privilegiado del Caribe, “en el mismo trayecto del Sol”, donde comenzó la historia con la “conquista”, no con el “descubrimiento”, del llamado “Nuevo Mundo”, por parte del imperio español en 1492, en tres embarcaciones comendabas por el delincuente de Cristóbal Colón.  

Si en la isla Hispaniola o Española -no importa- fue donde comenzó todo; si hemos sido los primeros en muchas áreas del conocimiento, si tuvimos la primera universidad, la primera biblioteca, la primera catedral, la primera ciudad colonial; si aquí, en estas tierras se produjeron las primeras luchas  indígenas, el primer grito en defensa de los Derechos Humanos, el primer levantamiento de lucha popular, el primer movimiento guerrillero; si fuimos de los primeros en  proclamar la Independencia en la lucha contra los haitianos que ocuparon el territorio durante 22 años; si tuvimos pensadores como Juan Pablo Duarte y los Trinitarios -que hicieron “teatro para hacer política, no política para hacer teatro”, venciendo a los anexionistas de la época, ¿Por qué seguimos siendo un país del tercer mundo, enajenado, empobrecido, sin educación ni cultura, que no avanza hacía el desarrollo como otras naciones con menos condiciones, con menos historia y menos recursos que nosotros? 

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Sin dudas muchos historiadores, tanto del pasado como del presente lo hayan explicado elocuentemente. José Gabriel García, Emilio Rodríguez D. Américo Lugo, Peña Batlle, Roberto Cassa, Frank Moya Pons, Juan Bosch, Cándido Gerón, Juan Isidro Jiménes-Grullón, Andrés L. Mateo,  Diógenes Céspedes, entre otros, nos han relatado la historia; algunos como “una sucesión de sucesos, sucesivamente sucedidos” , desvirtuando o falseando los hechos a partir de concepciones clasistas, políticas e ideológicas enajenantes y embrutecedoras, otros, tal vez los menos,  como una verdadera ciencia que busca la verdad para explicar lo que somos como pueblo, nuestra idiosincrasia cultural, porque los pueblos que no conocen su historia, que no saben de dónde vienen, jamás sabrán hacia donde van.  

Sociológica y antropológicamente, ¿qué somos en verdad? ¿por qué seguimos actuando como rebaño camino al matadero del hambre y la miseria, por qué no nos emancipamos colectivamente y nos ponemos los pantalones largos del crecimiento y el desarrollo? 

¿Por qué hemos permitido que los oligarcas, los sectores más retardatarios, reaccionarios y conservadores se hayan impuesto siempre sobre los sectores más liberales, progresistas y revolucionarios? 

Los trinitarios fueron derrotados y con ellos el ideario de Juan Pablo Duarte, que terminó en el exilio, solo, triste y abandonado, hasta morir en Venezuela. Esa ha sido la historia: los intentos progresistas y liberales han terminado sucumbiendo desde la propia fundación de la República el 27 de febrero de 1844, hasta nuestros días. (Ulises Francisco Espaillat, Juan Bosch, Caamaño, para solo citar algunos ejemplos de la tragedia nacional) 

Tras el asesinato de Trujillo (“el miedo terminó en el baúl de un carro”, suele decir Guido Gómez Mazara) pudimos dar un salto enorme, porque el país le pertenecía al sátrapa. Matamos a Trujillo, pero no al trujillismo, su ideología, su cultura, sus valores conservadores, que siguieron y sigue, de algún modo, vigentes. No aprovechamos la ocasión.  (Las oportunidades son calvas dice la gente y hay que tomarlas por los pelos. No lo hicimos y los sectores más conservadores y retrógrados, se mantuvieron en el poder, hasta hoy, por más que hayamos avanzado. 

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El mundo se cae a pedazos, pero nosotros, en este punto del mapa global, “colocados en el mismo trayecto del Sol y de los huracanes,” seguimos actuando como si no pasara nada, como si el mundo, que está “patas arriba”, no se estuviera derrumbando lentamente. Seguimos en el mismo círculo vicioso de hace años, inventando un país cada cuatro años, sin planificar proyectos de largo alcance que trasciendan en el tiempo, preocupados por problemas intrascendentes, en “chismes de patio”, “discusiones de comadres” y discusiones sin ningún valor ético o moral. Como decía un poeta nicaragüense: “Mi país es tan pequeño que hasta los pleitos callejeros los resuelve el presidente de la República”. 

Ojalá que mi buen amigo, el sociólogo, catedrático y profesor Cándido Mercedes, o cualquiera de los antes citados, vivos aún, puedan contestar las razones de nuestro atraso y subdesarrollo, que, al parecer, se prolongarán en el tiempo, e manos, claro está, que se produzca una revolución que, espero no sea violenta ni traumática, es decir, que no sea “más cara la Sal que el Chivo”. 

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