Por Miguel Ángel Cid Cid
El cabaré, contrario a la barra, es sitio de prostitución. Pero el mostrador —llamado barra— es parte del burdel. Lo que hace presumir que, ahí radica la confusión entre barra y prostíbulo señalada en la entrega anterior.
Pero en la época, los controles sanitarios eran precarios. Los inspectores de Sanidad, dependencia de Salud Pública, vigilaban que las prostitutas de los burdeles estuvieran sanas, certificaban su inmunización. Pero eran esclavos del soborno.
Los asiduos al rito de iniciación, por derivación, terminaban infectados. Sufrían callados por miedo a las burlas. No obstante, el secreto ponía en peligro a los familiares del contagiado. O sea, los hombres recién hechos, no eran tan hombres.
Sin embargo, el gobierno ni se enteraba. Entonces llegó el virus de inmunodeficiencia humana, VIH, causante del SIDA. Lo anterior obligó a las autoridades a arreciar la regulación. Y los prostitutos se volvieron precavidos.
El cabaré
Nunca lo incluyen en la canasta básica de los dominicanos. Pero debería estar. Porque el cabaré —antes y ahora— corta el presupuesto familiar de los pobres, igual que el de los ricos.
Lo bueno va apareado con lo malo. Se complementan. El prostíbulo honra esa ley dialéctica. En consecuencia, también genera fuentes de empleos y dinamiza la economía del menudeo.
Las frituras, los pica pollos, las fondas etc., por derivación, conviven con el lupanar. Hay casos, incluso, en los que se conjugan la fonda y el cabaré.
El cabaré es, dice la RAE, “Local donde se ejerce la prostitución”. Pero para ser un burdel amerita de una cantina, delimitada por el mostrador o barra, en cuyo frente se colocan bancos giratorios.
Las mesas —mirando la cantina y la barra— se distribuyen en el salón. Cuatro sillas por mesas. Si los beodos son más, se juntan mesas hasta que entren todos.
La entrada es al través de una puerta que abre para los dos lados, tipo cantina de baqueros. Pero en la parte de atrás hay una cuartería para los servicios de entierros.
O sea, el lupanar se divide en un salón para la bebentina, la cuartería, fuera de la vista del público y la fonda —no siempre— para vender comidas.
Otros prostíbulos tienen reservados, cuartuchos donde entran dos personas sentadas. Los usan para evitar ser vistos y soltar las riendas a la lujuria.
El funcionamiento del prostíbulo depende de un encargado que vele porque todo marche bien, al tiempo que debe tener los “coj….” para tranquilizar a los revoltosos.
Limpieza y seguridad. La primera, brega con las inmundicias de los borrachos y el mantenimiento de las habitaciones. El segundo, que nadie se escape sin pagar los servicios virtuosos de las mujeres. Igual le dicen guaremate.
Las ciudades delimitan las zonas de tolerancia. En el Distrito Nacional se conoce La Bolita del Mundo, El Malecón, El Conde y la Avenida Independencia, incluyendo el Parque. En Santiago se cuentan: Gurabito, Nibaje, Avenida Valerio, La Joya, etc. En Puerto Plata, la calle 30 de Marzo, entre otras.
Sería imprudente dejar de mencionar —por lo menos— El Invierno, El Baturro, Zoila, Morillito y Las Cuatro Rosas. Son una muestra de los burdeles de Santiago que marcaron una época.
Los cueros
Imposible un prostíbulo sin cueros. Estas damiselas son el alma vibrante del cabaré, así como las más golpeadas y estafadas.
Poco ponderadas, las prostitutas son el desahogo de sus detractores. La sociedad en general y los dueños de lupanares la maldicen. Pero se desviven por sus amores y caricias lujuriosas.
A los clientes, así estén en la barra, mesas o reservados —si los hay— a las putas les toca ponerlos a consumir. Los atributos alucinantes son clave para estos fines.
La lista de epítetos para nombrar las estrellas del burdel son infinitos. Le dicen prostitutas, putas y jineteras. Los dominicanos la llaman cueros, mujer de la vida alegre, vagabundas, mujer de la calle y pelotera, etc.
Con el boom tecnológico la llamaron chica beeper. Porque los maipiolos les activaban un beeper para localizarlas cuando un cliente requería de sus servicios. Y las inscribían en la universidad para fingir inocencia.
La mayoría de los cueros tienen un chulo, amante que satisface sus deseos sexuales. Por lo regular, ellas lo mantienen de bebidas y otros vicios.
Se dice que “los cueros siempre tienen hambre, por eso la proliferación de negocios de comida cerca del cabaré”. No estoy seguro de que tengan razón.
Pero, lo que sí se puede decir sin temor es que son incontables los mozalbetes que —luego de estrenarse— se encariñan con su doncellita. Entonces terminan ahogados, como dice Joaquín Sabina, en “un delirio de alcohol”.
Miguel Ángel Cid
Twitter: @miguelcid1