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JUAN T H

Altice

Cuando nací, hace ya muchos años, era raro encontrar un homosexual o una lesbiana en el barrio. De ese tema no se hablaba. No era necesario. Supe de su existencia –muy reducida- cuando prácticamente era un adolescente, pero sin causarme ninguna importancia. Siguió siendo así hasta que me convertí en padre de siete hijos; cuatro varones y tres hembras. En mi familia no se habló de “preferencia sexual” nunca. Entre mis hijos, tampoco. Dejé que su sexualidad fluyera libremente.

He creído –y lo sigo creyendo- que la naturaleza es sabia al concebir la procreación entre una a hembra y un macho, que unidos en un gozo extraordinario permite la  continuidad de la raza humana con sentimientos y actitudes tan grandes como el amor, el placer, la solidaridad y el trabajo que genera riqueza y progresos científicos que prolongan la vida.

Como les dije, era “raro” ver o conocer a un homosexual, hombre o mujer; ahora es una “moda” que se estimula y promueve en los medios de comunicación como prueba de tolerancia, libertad y apertura democrática. Estoy desfasado, lo sé. Soy un hombre anticuado. Antes era “raro”, ahora a es una “moda”. Espero haber muerto cuando sea una “ley”. En lo que llega seguiré deseando amanecer desnudo abrazado cálidamente a una mujer, que a un hombre. (Perdónenme, las arrugas y las canas no mienten, sigo creyendo igual que Mario Benedetti, que “una mujer desnuda  y en lo oscuro/ es una vocación para las manos/para los labios es casi un destino/y para el corazón un despilfarro/una mujer desnuda es un enigma/y siempre es una fiesta descifrarlo”.

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Que se entienda, no tengo prejuicios, cada quién es dueño de sí mismo, tiene derecho a hacer con su cuerpo y con su vida lo que desee siempre y cuando no perjudique o dañe a los demás. La homosexualidad ha existido siempre. En determinadas etapas ha sido perseguida y castigada, lo mismo que las creencias religiosas y políticas. Por fortuna esas épocas han sido en gran medida superadas.

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Aprendí a respetar, admirar y valorar a las personas, no por su color de piel, religión, ideología,  partido o “preferencia sexual”, sino por su condición humana, porque al final –lo digo siempre- es lo que importa. Si usted se siente orgulloso de su homosexualidad, yo me siento orgulloso y gozoso de mi heterosexualidad; es decir, de que me gusten las mujeres, no los hombres, porque entre muchas otras razones, “una mujer desnuda y en lo oscuro/genera una luz propia y nos enciende/el cielo raso se convierte en cielo/y es una gloria no ser inocente”.

Convertirme en padre, algo que no puede hacer un homosexual o una lesbiana, fue una satisfacción indescriptible que me hizo más hombre, más humano y más consecuente con la madre naturaleza. Que conste, no soy homofóbico. Soy muy liberal en todos los sentidos. ¡Libre albedrío! ¡Prohibido, prohibir! ¡Haga usted lo que quiera con su cuerpo y con su mente, y déjeme a mí hacer lo mismo!

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