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Ellas son las que escuchan los estómagos vacíos de sus hijos e intentan cambiar el sabor del agua hervida

Altice

Por EBBABA HAMEIDA (Enviada especial a Somalia) / PABLO TOSCO (Fotos)

“Quiero contar mi historia”, así se presenta Mariam Hussein, una mujer de 45 años que aparenta más edad de la que realmente tiene, con un caminar pausado, pero decidido y una mirada firme que resulta imposible de penetrar. Es alta, muy alta. Su esbelta silueta se insinúa bajo las dos telas con las que viste, morada la de arriba y en varias tonalidades de amarillo y lila con bordados de flores, la de abajo. Vive en Sincaro, una aldea pequeña que alberga a unas 500 personas en el norte de Somalia. “Llegué aquí hace seis años. Vine sola, con mis siete hijos pequeños”, comienza su relato.

“No tengo marido. Murió hace diez años”, intenta explicar lo que la diferencia de las demás mujeres que nos han recibido en una de las localidades más golpeadas por la sequía en el norte del país. Como era costumbre, ella se casó a muy temprana edad y tuvo siete hijos. Tenía medio centenar de camellos que le daban para vivir desahogada, pero al morir su marido se encontró sola al frente de la familia y de todo el ganado. Ella y otras mujeres necesitan explicar por qué se sienten las primeras víctimas del cambio climático.

Las mujeres son las que más sufren la sequía, en todos los aspectos de su vida, especialmente durante la menstruación. En este campo de desplazados internos se puede decir que son ellas las que tienen que responder a las hostilidades de las consecuencias del cambio climático. Ellas son las que tienen que escuchar los estómagos vacíos de sus hijos y pensar en soluciones imaginativas, como poner a hervir agua y buscar algo para cambiarle el sabor y que parezca una sopa. Ellas son las que tienen que renunciar a sus necesidades básicas para que los demás puedan beber, exponiéndose a la violencia en los trayectos para buscar esa agua. Ellos emigran, ellas se quedan.

Mariam: madre viuda y emprendedora
La vida de Mariam ha sido un auténtico viacrucis, cargado de dificultades e infortunios. La sociedad somalí es tradicional y le cuesta aceptar que una mujer pueda ser autosuficiente, ello añadido a la aridez del territorio que obliga a estar en continuo movimiento en busca de pastos, supone una auténtica audacia en uno de los países más inseguros del mundo. “Mis siete hijos eran muy pequeños, los saqué adelante yo sola”, insiste. En la sequía de 2017 estuvo al borde del colapso. “Todos los días me encontraba con algún camello muerto o enfermo”, calcula que en total murieron 48 camellos. Le quedaron dos para moverse ella y sus hijos hasta conseguir llegar a un sitio con agua.

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Mariam es madre viuda y vive en Sincaro, una aldea pequeña que alberga a unas 500 personas en el norte de Somalia. PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)

“Los camellos son resistentes, pero estas últimas sequías están siendo muy hostiles”, asegura. Mariam se ha convertido en una experta. Sin miedo se ha ido moviendo y gestionando su pequeña economía familiar. Se siente orgullosa de haber mantenido a dos camellos a lo largo de estos años que se han ido reproduciendo. Hasta hace un año su rebaño había crecido a seis ejemplares, pero previendo esta sequía se decidió a vender tres para garantizar la supervivencia de la mitad y “así tengo algo de dinero ahorrado”, asegura sonriendo.

En Somalia, la supervivencia de la mitad de la población se ha convertido en un verdadero reto. El país aún no se ha recuperado de las anteriores hambrunas, las consecuencias de la pandemia de la COVID-19, la sistémica inseguridad que hace casi imposible el reparto de la ayuda humanitaria en las zonas rurales, y la desertización que se ve acelerada por el cambio climático. Más de 7,1 millones de personas están en riesgo de hambre extrema.

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Kaltum Mohamed es una mujer de 40 años que se dedica a vender té en Sincaro en el norte de Somalia PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)

Kaltum: “Solo tenemos un vaso de agua para lavarnos las manos”
“Esta es la peor sequía”, dice Kaltum Mohamed, una mujer de 40 años que se dedica a vender té. Ella se refugia en una tela más oscura. Un rosario de cuentas blancas ilumina el hiyab negro que le cubre la cabeza. Las uñas teñidas con restos de henna. De su rostro redondo destacan unos labios oscuros que esconden una sonrisa blanca. “Solo tenemos un vaso de agua para lavarnos las manos”, dice esta mujer de 40 años, madre de siete hijos.

Nos recibe en su casa, una choza construida con palos y cubierta de telas y mantas de colores. La ha construido ella con sus propias manos, asegura. Del palo central que hace las veces de viga de carga cuelga una improvisada balanza hecha con cadenas de metal de las que penden dos platillos en equilibrio, vacíos. La usa para pesar el té que vende. Tiempo atrás había tenido dos camellos, pero murieron a causa del clima tan adverso en el que vive. “Esta sequía tuvo un gran impacto en nuestras vidas”, dice también con resignación y cansancio.

Nadie habla de las personas que mueren de hambre por las consecuencias de la sequía. Lo importante es la supervivencia de los que están. Hablan de las enfermedades que provoca el hambre. El futuro no existe. El entretenimiento con las labores del hogar y el cuidado. La pequeña cocina tiene un par de cuencos de acero vacíos, una especie de olla que no contiene nada dentro y vasos boca abajo.

“La pequeña cocina tiene un par de cuencos de acero vacíos, una especie de olla que no contiene nada dentro y vasos boca abajo.“

La sequía afecta de sobremanera a las mujeres. Con los desplazamientos aumenta la violencia de género y las afecciones mentales, son ellas las que soportan la constante demanda de comida de los hijos, y además, coinciden, no tienen suficiente agua para cubrir sus necesidades básicas. “Si tenemos la regla usamos telas y luego las tiran, antes por lo menos las podían lavar”, asegura Hodan Mohamed, coordinadora del proyecto de agua financiando por OXFAM Intermón en Sincaro aunque la comunidad ha querido aportar el 20%.

Sin agua no hay intimidad
Con un metro, Hodan señala las lindes de la instalación e indica a los operarios donde deben construir la barrera de seguridad para evitar accidentes. La aldea es importante por estar en equidistancia con tres regiones muy afectadas por la desertización. Las 500 familias que la habitan han ido llegando de zonas mucho más afectadas. “Sincaro es un punto de encuentro”, señala. No solo de personas, sino también de ganado.

Para Hodan, esta es una construcción dirigida especialmente a las mujeres. Es sobre todo para ellas. “Son las que más se ven afectadas por la sequía”, asegura. Coincide en que siempre se quedan solas. “Los hombres se van en busca de pastos e intentan que sobreviva el ganado”, dice lamentando que se olviden del resto de las cargas familiares.

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Hodan Mohamed, coordinadora del proyecto de agua en Siraco, reunida con un grupo de mujeres PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)

Hodan señala a unas chicas jóvenes que miran de reojo en la reunión. Las niñas cuando tienen la menstruación se recluyen y no salen de casa. “No hay agua para lavarse, manchan la ropa y se avergüenzan de ir a escuela”, explica. Utilizan telas porque no tienen compresas ni tampones. Pero las telas hay que lavarlas, lo que resulta difícil por la escasez de agua. Por otro lado, afirma Hodan, se dan múltiples casos de abortos espontáneos para las que tienen que traer agua desde muy lejos. Esto se suma a las infecciones y a las enfermedades que produce emplear agua no potable. “¿Dónde están las medicinas, vendrán en camello?”, dicen irónicamente.

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Hodan: el impulso y la respuesta de las jóvenes
Mariam y Kaltum miran a Hodan con admiración. Esta joven de 27 años, es la responsable de un proyecto de vital importancia para su comunidad, es capaz de traducir los relatos de las aldeanas, mientras da órdenes a los operarios que están construyendo el pozo de agua. Les fascina verla con el chaleco de una organización internacional y un montón de papeles en las manos con caracteres ilegibles para la mayoría. Ella es de las pocas graduadas en ingeniería civil y actualmente trabaja en proyectos de saneamiento de agua.

“lla es de las pocas graduadas en ingeniería civil y actualmente trabaja en proyectos de saneamiento de agua.“

Nació en Hargeisa, en el norte del país, y se graduó hace un par de años. Recuerda que de los 40 estudiantes de su promoción, solo dos eran mujeres. Sus padres no querían que estudiara carrera por ser una formación muy masculinizada, pero ella no se arrepiente, ahora en tiempos de sequía, siente que su trabajo y su formación sirven para dar respuesta a situaciones tan desesperadas como la de Mariam o Kaltum. Comienza con un lenguaje técnico, pero vuelve a un lenguaje más coloquial para dar las directrices a los operarios que deben perforar los pozos de agua e instalaciones de placas solares para que todo el sistema funcione. Está en continuo movimiento por la región norte, donde supervisa los proyectos de instalaciones de agua. Es consciente de que representa a una nueva generación de mujeres que quieren romper con las tradiciones que las relegan a estar en casa.

“Aquí se casan muy pronto, pero yo tengo 27 años y aún no lo he hecho”, afirma, poniendo el ejemplo de cómo están cambiando las cosas. Antes de fallecer su padre, hace cuatro años, le decía que una mujer no necesita trabajar. Pero finalmente, cuando se graduó, le explicó a su madre la importancia de formarse y ser independiente.

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Hodan Mohamed, coordinadora del proyecto de agua en Siraco, reunida con los albañiles que van a terminar de construir un pozo. PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)

En esta sociedad existen muchos desafíos. No creen en las mujeres, pero a ella sí le hacen caso. El jefe de la comunidad, los albañiles y las demás mujeres. La respetan y acatan todas sus órdenes. Ella encontró en la oenegé una oportunidad y un reto para paliar la falta de agua. Cada vez que se instala un pozo en una aldea hace que reviva. “En este pueblo implementamos un pozo poco profundo, incluida la construcción del tanque de agua elevado, la energía solar de la instalación de bombeo, así como un bebedero para los animales”, explica a la congregación. Muchas personas han llegado a esta aldea tras conocer la noticia de la construcción del pozo. “Habrá bebederos para cabras, ovejas y camellos”, dice orgullosa. La multitud a su alrededor comprende el significado de lo que dice y aplaude con euforia. Un puñado de hombres se dirigen al pozo y canta mientras sacan agua. Para la aldea de Sincaro, la visita de Hodan representa la lluvia que les esquiva desde hace cinco estaciones.

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