Hace un par de años que entré en fase menopáusica. Pensaba que siendo un asunto completamente natural en las mujeres podía ser algo llevadero, por lo que decidí, en contra de mi ginecólogo, aguantar “con dos ovarios” lo que me venía encima.
Confieso que algunas cosas me tomaron por sorpresa. Aunque uno ha escuchado quejas y chistes menopáusicos desde siempre, la verdad es que hasta que no te enfrentas a los síntomas no te imaginas del cuento la mitad. Yo tengo una menopausia de libro, no creo que me falte experimentar nada de lo que dicen los textos y algunas manifestaciones propias.
En esta etapa no solo pasas del calor al frío y viceversa, también experimentas cambios físicos importantes. No se rebaja con nada, todo lo contrario. La lechuga y el agua se convierten en grasa y se ubican en el abdomen, mientras todo lo demás va cayendo. La fuerza de la gravedad es estática hasta que se encuentra con un cuerpo menopáusico y lo destruye como absorbido por un hoyo negro.
Se te olvida todo, hasta el nombre. No sé si por efecto del calor o de la edad, pero es absolutamente normal quedarte en blanco pensando o conversando. Tres minutos después aparece la palabra que estabas buscando, pero ya has olvidado la conversación. Así das siete vueltas por la casa intentando recordar por qué das vueltas en primer lugar.
Se te reseca todo, hasta los intestinos. Por suerte existen productos para la piel, el pelo y todo lo demás para evitar que las cosas pasen a mayores.
El sueño es una quimera. Tenía fama de dormirme desde que mi cabeza tocaba la almohada. Desde hace unos meses el sueño se ha vuelto tan elusivo y ligero que he tenido que tomar cartas en el asunto. Sé de muchísimas amigas que tienen que “empatillarse”, otras hacen ejercicios para caer extenuadas.
Ninguna de las dos cosas me gusta, por lo que he optado por hacer cambios en mi rutina antes de acostarme. Encontré una infusión natural que me está ayudando, pero definitivamente es imposible que no te ataque el calor o el frío dos o tres veces cada noche para interrumpir el sueño y volver a la lucha contra las sábanas. A veces me levanto y la cama parece que sobrevivió una batalla.
Cuando hablan de “calores”, el calor menopáusico tiene un capítulo aparte. Sudo en lugares imposibles, a horas imposibles, a temperaturas imposibles. A veces estoy entre la gente, sonriendo, pero sintiendo cómo los huesos se van calentando y un hilo de sudor baja desde la nuca hasta donde la espalda pierde su buen nombre. Imposible no desesperarse o disimular, haya gente o no.
Después que te acostumbras a sudar en la parte externa del codo y en la parte posterior de las rodillas, entonces la máquina de calor se acomoda entre pecho y espalda, donde ha estado el último año. Al salón de belleza se va para sentirse el pelo limpio, porque no hay peinado que aguante. ¿Pelo suelto? Ni en el ataúd. Mis compañeros de trabajo se han acostumbrado a verme con colitas y cintillos como cuando tenía 8 años. Hay que sobrevivir.
El carácter se va calentando con la temperatura corporal y varía porque sí. Y te pica todo el cuerpo y lloras por cualquier cosa. Hay días que eres un amor y otros no tanto. La paciencia desaparece y encuentras nuevas palabras en tu vocabulario para dedicarlas a los Amets. Hay días que te levantas con toda la energía, en otros pareces un zombi.
Cada día con la menopausia es una aventura que hay que vivir. Entiendo que con ciertos tratamientos los síntomas se alivian o desaparecen. Yo decidí vivirla como las abuelas, es una decisión consciente y personal, como la de compartir mi testimonio y mis ochocientos síntomas con todos ustedes. Sin complejos y sin vergüenza, como siempre.
Un gran aplauso a los maridos, las parejas, los hijos, las mascotas y todas las familias que tienen que lidiar con una mujer menopáusica entre las costillas. No intenten entendernos… ¡ni nosotras mismas podemos!