Por Miguel Ángel Cid Cid
¿Quieres descifrar los códigos de conducta en el ambiente de un colmadón? Para ello es preciso tener la mirada larga y pausada. Los clientes asiduos, en su mayoría, nunca observan los patrones, menos los hábitos. Ellos disfrutan. Punto.
La entrega anterior: “La pulpería, ¿qué vendrá después del colmadón?” establece: “El colmadón es una especie de negocio” difuso. Es decir, carece de una definición. Bien podría ser “pulpería, colmado, burdel o cabaret”; o todos a la vez.
Una tarde de domingo
Pausamos la perorata anterior. Intentaré descifrar los códigos del colmadón. Observar durante varios domingos en diferentes establecimientos podría revelar lo habitual. Veamos.
Era domingo aproximadamente las 3:00 de la tarde, llegué al Colmadón el Camellón, pendiente de evitar la resaca al día siguiente. Evitar un lunes insoportable.
Las notas en la libreta de bolsillo —para confundir al enemigo— justificaban las cervezas consumidas.
Mientras, un señor llegó con una mujer morena agarrada de mano. Le doblaba la edad y la ñapa. Andaban en una yipeta Montero Sport, modelo 1998. Él lucía de 40 años, ella de 20, según ellos.
Cuando los vi llegar me dije:
— Estos pican como la pimienta.
Los tortolitos entraron y salieron del vehículo cuatro veces, querían estacionarlo bien. Cuando parecía perfecto, ya sentados y con cervezas en las manos, la morena exclamó:
— Mi amor, tú sabes que los envidiosos sobran. Por eso, la yipeta ponla donde podamos verla enterita.
El don le hizo caso. La faja que ella traía ceñida al cuerpo le dificultaba moverse. A su pesar, se paró frente a la yipeta para dirigir por señas a su galán.
Luego se le sumó un joven ataviado de prendas: cadenas, brazaletes y anillos ¿de oro? Era tímido y de poco hablar. Pero la morena lo pellizcaba y se le insinuaba sin dejarse ver del acompañante de juventud acumulada.
En la otra esquina del cuadrilátero —al poco rato— se apostó una pareja de jovenzuelas. Las chicas bebían cervezas en el mismo vaso. Pero lo que ruborizo a muchos de los presentes fue que, de rato en rato se pasaban sorbos de una boca a la otra.
En la tercera esquina del ring un hombre flaco y solitario tomaba cervezas mezcladas con clamato, al tiempo que masticaba chicles. Para desaprobar el comportamiento observado, a ratos movía la cabeza de derecha a izquierda y viceversa.
Luego llegaron dos mujeres que habían dejado el meridiano bien atrás. Las muchachonas se sentaron —cervezas en manos— en el centro de la arena. Querían ser la atracción de todos. Querían que las vieran.
El hombre solitario se paró, en la retirada cruzó tan cera de mí que casi me rozó el hombro izquierdo. Y entre dientes dijo:
— Ellas se creen que están vivas.
No bien se paró el Llanero Solitario, vino a ocupar su esquina un personaje con traje dominguero. Lo peculiar es como lo recibieron como cliente de primera. El señor es todo un personaje. Y también el flú que vestía.
Los presentes, ninguno podía explicarse como soportaba un saco de gabardina en poliéster a pesar del calor infernal que hacía. La chaqueta era parte de la parafernalia del personaje.
Mientras, la faja sigue trozando la morena que se mueve sólo por los efectos alucinógenos de la cebada fermentada. Entre risas y coqueteos lleva seis pequeñas, cada cerveza trae un nuevo escenario. A ningún cliente le faltó su respectivo recibimiento y una atención lisonjera. ¿El novio? Bien gracias.
Pareciera que a él lo tenía como una de traquear, excelente para hacer sombras. Pero él parecía ilusionado viendo su mujer moviéndose como una veterana. El conuco estaba listo para un chapeo bajito.
Las bachatas y el reguetón reinaban sobre el son, la salsa, el merengue, baladas o boleros. No. nunca falta la música a todo volumen.
Entonces, ¿qué es un colmadón?
El colmadón es un lugar donde se vale todo. Un negocio que conjuga otros hasta el infinito. Pero cuidado, las cuerdas del ring tienen buenos soportes en las esquinas.
El delivery es el protagonista dentro y fuera del colmadón: se encarga de que la mercancía llegue al cliente en tiempo real. Muta a camarero cuando no hay despacho para llevar. Pero la versatilidad de este servidor extraordinario amerita otro artículo.
Integrados al negocio de bebidas y alimentos están, por ejemplo, las bancas de lotería y las deportivas; la venta de recargas telefónicas y paquetitos de internet.
Los buhoneros también forman parte del colmadón. Dígase, la señora que de rato en rato llega a vender chocolatillos, el que ofrece dulces de maní o maní tostado. Nunca falta —menos si es fin de semana— el chicharronero y el que vende ostiones.
— Oye, dale a él todos los ostiones que quieras. Mi amor, come ahí para que te pongas como’e.
Luego de chuparse varios dijo que no quería más, pero ella insistía. Al ver el impase, una de las doñas sentadas en el centro vocifero:
— Oiga patrón, si esa mujer le está diciendo que coma más, por algo es, siga comiendo que luego usted entenderá el por qué. Se lo aseguro.
Lo cierto es que hay colmadones que venden lo que pidas, sin excepción. Desde queso hasta jamón serrano, bien una cerveza como un litro de tequila. U ordenar —si apeteces— una torta de harina de maíz o bollitos de harina blanca y si quieres un perico en la estaca, también.
¿Para comer o para inhalar?
El colmadón, a fin de cuentas, es la arena donde te enfrentas al cielo y al infierno, y sales airoso. Es un buen punto. Y cuando escribo punto, me refiero al punto en todo el amplio sentido de la palabra.
Miguel Ángel Cid
Twitter: @miguelcid1