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JUAN T H

Altice

Esta no es la carta al compadre Mon, de don Manuel del Cabral, el gran poeta ignorado. Nada que ver.  Este Manuel es alguien que conocí hace más de 35 años. Él era un hijo de su padre, yo del mío, pero con una diferencia inalcanzable. Éramos iguales, solo que en esta sociedad, como he dicho otras veces, unos iguales son más iguales que otros. Y él era –y sigue siendo- más igual que yo. Mucho más. Pero nunca lo pude llamar por su apellido. Siempre lo llamé, Manuel, como si fuéramos amigos o algo parecido.

Yo, orgulloso de mi padre –ya muerto-, él orgulloso del suyo –aún vivo por fortuna- viviendo en dos mundos paralelos, sin que fuera un problema de clases sociales antagónicas. Al fin y al cabo habitamos el mismo pedazo de tierra.

Pero llegó el Partido de la Liberación Dominicana al poder con todas sus miserias humanas y quiso hacer sin una revolución proletaria ni socialista, que todos fuéramos iguales, pero sin la tesis marxista-leninista  de que a cada quien según su capacidad y a cada quien según su necesidad. ¡No! de ningún modo. No pretendía el partido de Bosch erradicar los privilegios y crear una sociedad justa, equitativa y democrática. Ese no era el propósito. Era adueñarse de todo, instaurar una dictadura perfecta, legitimada por elecciones fraudulentas y mercuriales que lo eternizara en el poder. Y para eso era necesario pervertir, corromper, enajenar y envilecer en la pobreza del conocimiento a todos, ricos y pobres, para igualarlos en la corrupción.

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En la medida que se fue apoderando del Estado y sus instituciones, el PLD se fue aposentando en todos los rincones de la sociedad cambiado el espectro cultural del pueblo dominicanos incluyendo sus antiguos valores éticos y morales. Si durante casi dos siglos no sabíamos lo que era nuestra idiosincrasia, hoy lo sabemos menos. Lo autóctono, lo propio, incluyendo el idioma han desaparecido lentamente. Más del 60% de los jóvenes se quieren marchar del país. Ya no hay motivos para sentirse orgulloso de ser dominicano. No hay razones. Ahora somos uno de los países más corruptos del mundo, uno de los más viciosos, donde se consume alcohol y otras drogas más que en cualquier otro lugar del planeta. Hay más bancas de juegos de azar y loterías, que escuelas, hospitales, universidades y centros deportivos y culturales, juntos. (Más de cien mil puntos de drogas en 48 mil kilómetros cuadrados)

Los valores del éxito dejaron de ser el trabajo, la honestidad, la palabra empeñada, la austeridad, el sacrificio, el ahorro, el “caminar por la derecha” y aquello de que los “sueños se realizan trabajando”, como decía mi padre. Ahora es robando, atracando, matando, instalando puntos de drogas que militares y policías custodian celosamente.

Los pobres y los ricos han existido a lo largo de la historia humana desde que el modo de producción permitió que alguien dijera: “esto es mío”, desde que nació la palabra “Yo” como dicen los marxistas y lo dijo no hace mucho Pedro Mir en su “Contra-canto a Walt Whitman”, el poeta de la naciente burguesía estadounidense. Es cierto, pero cada uno tenía su lugar en la producción y en la historia. Mi padre, zapatero y chófer de carro público, lo veía como algo natural. El trabajo era lo suyo. Pobre viejo.

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En la Era del PLD todos somos iguales: piratas y filibusteros, contrabandistas y evasores, ladrones y traficantes, asesinos y corruptos. Enajenados, envilecidos, pordioseros del mal, sin valores ni principios. No hay familias honorables, ni de trabajo. El que no hace una cosa hace la otra. Entre un partido y otro no hay grandes diferencias; entre un líder y el otro no hay enormes contradicciones. Es un cambalache. Como escribiera Enrique Santos Discépolo en los años 30 del siglo pasado: “hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Los inmorales nos han igualado!”

Ya lo dijo don Pedro Mir, “este es un país que no merece el nombre de país, sino de tumba, hueco, féretro o sepultura”. Así es mi querido Manuel. ¡Lamentablemente!

Históricamente todos somos culpables de lo que está pasando en el país, aunque históricamente algunos más que otros.

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