Es una ola de cambio que se extiende por todo el Sahel. Preocupa a Europa la posibilidad de que se produzca una nueva ola migratoria desde los países africanos. Los mercenarios rusos del Grupo Wagner garantizan la seguridad en la explotación de uranio, oro o diamantes por 10 millones de dólares al mes
Por Gustavo Sierra
Cuando aparecieron las banderas rusas entre los manifestantes que la semana pasada salieron en Niamey, la capital de Níger, a vivar a los militares golpistas corrió un viento helado por la espalda de Occidente. No sólo se estaba perdiendo a un aliado fundamental en la región del Sahel para el combate del extremismo islámico en el norte de África, sino que se cerraba el último reducto prooccidental en una zona conocida como el “cinturón golpista”. Y al mismo tiempo, entraba un jugador inestable, como es el ruso, que ya controla resortes económicos fundamentales en al menos otros siete países africanos a través de la intervención de los mercenarios del Grupo Wagner.
La pugna por África en el tablero global no es nueva en esta tercera década del siglo XXI. China y Rusia vienen compitiendo y las empresas chinas dominan la economía de varios países africanos. También juegan algunos poderes regionales como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes. La Unión Europea viene perdiendo terreno en una zona en la que había puesto mucho dinero y expectativas ya que es el muro fundamental para detener la migración masiva de los africanos del centro y el sur hacia el Mediterráneo. Y el gran perdedor, fundamentalmente, es Francia que en 1980 era la potencia dominante con influencia en 16 países y que ahora sólo la mantiene en tres con perspectivas de perderlos muy pronto.
El líder golpista Abdourahmane Tchiani (centro) durante una manifestación de apoyo en un estadio de Niamey (Níger), el 6 de agosto de 2023.Balima Boureima/Anadolu Agency / Gettyimages.ru
Apenas unas semanas antes del golpe que derrocó al presidente Mohamed Bazoum e instaló en el gobierno de Níger una junta militar liderada por el jefe de la guardia presidencial el general Abdourahmane Tchiani, había estado de visita en Niamey Josep Borrell, el alto representante de la Unión Europea de Política Exterior y Seguridad. Se lo pudo ver con un turbante azul típico y muy contento de entregar 66 millones de euros en inversiones. También anunció un nuevo acuerdo para el entrenamiento de los oficiales nigerinos por parte de la OTAN. Evidentemente, la diplomacia europea no tenía idea del descontento que había con el presidente Bazoum y mucho menos de los preparativos del golpe.
En menos de un año, ya son tres naciones africanas las que han dado el portazo a París y exigieron que las tropas francesas abandonaran su territorio: primero fue Mali, en agosto del año pasado; luego vino República Centroafricana, en diciembre; y Burkina Faso se sumó en enero. Ahora hizo lo propio Níger. Unos 6.000 soldados franceses regresaron a sus bases en Europa u otros países africanos. “El ejército francés, impregnado de ideología colonial y atrapado en esquemas obsoletos de la ‘Guerra contra el Terror’, es incapaz de analizar correctamente la situación”, escribió el periodista francés Rémi Carayol en su reciente libro, “El espejismo saheliano”. Los tres países terminaron en las garras del oso ruso, que ofrece un protectorado en materia militar a través del Grupo Wagner. Por un pago que ronda los 10 millones de dólares mensuales (que puede efectuarse mediante la concesión de minas dentro de las naciones implicadas, a falta de efectivo), los mercenarios hacen el trabajo de los franceses sin supuestas ataduras colonialistas.
Tres países de la región mantienen viejos lazos con Moscú que se remontan a la ex Unión Soviética: Ghana, Guinea y Mali. La injerencia soviética en África fue generalizada, con ayuda económica y militar a gobiernos de tendencia socialista y milicias que luchaban en guerras de liberación. En ese momento era una forma de oponerse a la herencia colonialista europea y la agobiante influencia económica estadounidense. Ahora, son meros intereses comerciales que tienen que ver con las inversiones de los influyentes oligarcas rusos, particularmente en la explotación de las minas de oro y diamantes de la República Centroafricana y Sudán, donde los mercenarios del Grupo Wagner controlan el poder.
Y si bien China supera ampliamente a Rusia en el comercio en general con los países africanos, estos dependen fundamentalmente de las importaciones de granos y alimentos que le entregan los barcos rusos que a pesar de la guerra siguen saliendo por el Mar Negro. A esto hay que sumarle que también proporciona el 40% del armamento a los ejércitos africanos. Una influencia que se vio reflejada en las Naciones Unidas donde Rusia salió airosa de varias votaciones en la Asamblea General gracias al apoyo de los países africanos.
“El año pasado, los manifestantes ondearon banderas rusas tras un golpe de Estado en Burkina Faso. Este año le ha tocado a Níger. Si los líderes estadounidenses y europeos quieren evitar que se repita este patrón, tendrán que cambiar de rumbo”, escribieron esta semana en la revista Time los expertos en el tema de la Universidad de Denver, Collin Meisel y Adam Szymanski-Burgos. “Para invertir la tendencia, Occidente debería comprometerse aún más a ampliar los lazos comerciales y la inversión en África. Los acuerdos comerciales anteriores han sido calificados de “beso de la muerte” por promover una competencia desleal que perjudica a los trabajadores africanos. Los nuevos acuerdos deben ser justos y sostenibles, fomentando el desarrollo de las industrias africanas y la reducción de la pobreza”.
El general Tchiani afirma que destituyó a Bazoum por “la degradación de la situación de seguridad”, en referencia al conflicto con los grupos yihadistas de la región. También citó la corrupción y la mala situación económica como razones para arrebatar el poder a Bazoum, que fue elegido presidente en 2021 en la primera transición democrática de Níger desde que se independizó de Francia en 1960.
Aunque Occidente veía con buenos ojos a Bazoum, muchos de sus 24 millones de habitantes, casi la mitad de los cuales viven en la pobreza, no tenían la misma visión. Sus duras vidas se volvieron más desesperadas por los ataques de grupos islamistas vinculados al ISIS y a Al Qaeda. Se han vuelto cada vez más activos en África en la última década, llevando a cabo atrocidades que Francia, a pesar de enviar tropas a la región, no logró erradicar. Los golpes de Estado en Malí y Burkina Faso se justificaron por este fracaso, prometiendo los militares hacer más para proteger a la población de los yihadistas.
La mina de uranio a cielo abierto Tamgak en las instalaciones de minería de uranio Somair de Areva en Arlit, Níger. (REUTERS/Joe Penney)
En los últimos meses, aumentó la presencia en el desierto del Estado Islámico en el Gran Sáhara y la filial de Al Qaeda Jama’at Nusrat al-Islam wal-Muslimin (JNIM). La semana pasada aparecieron en las redes sociales escenas de una enorme movilización de milicianos yihadistas en camionetas y motos dentro de una nube de arena que parecía salida de la película Mad Max. A esto hay que sumarle el grupo Boko Haram que opera en las vecinas Nigeria y Chad. África Occidental registró más de 1.800 atentados extremistas en los seis primeros meses de este año, que causaron casi 4.600 muertes, según datos del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La mayoría de esas muertes se produjeron en Burkina Faso y Malí, y 77 en Níger. La amenaza extremista también se está expandiendo hacia el sur, con atentados en Ghana y Costa de Marfil.
Y está el uranio. Níger es el séptimo productor mundial y la mayoría de la producción la exporta a Europa. Según la Asociación Nuclear Mundial, Níger produjo en 2022 poco más de 2.000 toneladas de uranio. Hace 10 años, producía 4.500 toneladas. La proporción del país en la producción mundial cayó del 7,6% al 5%. La empresa francesa Orano, que antes se llamaba Areva, es la encargada de extraer el combustible, en colaboración con las autoridades locales. Pero de las tres explotaciones mineras de la compañía francesa, sólo una sigue funcionando. El primer yacimiento se agotó y se abandonó en marzo de 2021, después de haber funcionado durante treinta años. De todos modos, es un golpe a las ambiciones del presidente Emmanuel Macron que el año pasado anunció un ambicioso relanzamiento del programa nuclear francés, con la construcción de 14 nuevos reactores.
Otro motivo de alarma en Europa es la posibilidad de una nueva oleada de migrantes a través del Mediterráneo como consecuencia del golpe. Bandas de contrabandistas transportan a los inmigrantes a través del desierto para llegar a Argelia o Libia y desde allí cruzar el Mediterráneo. Hasta ahora había un acuerdo por el que las autoridades argelinas intentaban detener la inmigración ilegal subsahariana en su frontera con la ayuda de las tropas francesas y el dinero que aportaba la UE. Níger funcionaba, en ese sentido, como un policía europeo para contener a los migrantes. En Niamey se habían levantado varios centros de acogida de migrantes donde se les proporcionaba ayuda para regresar a sus lugares de origen y no emprender el peligroso viaje por el desierto. Estaba financiado por varios programas de la UE con unos 800 millones de euros al año.
La situación en Níger sigue siendo muy inestable. La junta militar aún no pudo consolidarse en el poder y el presidente depuesto sigue llamando a sus aliados occidentales para que lo ayuden a regresar a la presidencia. Pero la tendencia en toda la región es la misma: un creciente descontento con los europeos -los franceses en particular- que los lleva a abrazarse de Rusia. La pregunta es si Moscú puede tener alguna generosidad en particular hacia estos países cuando se encuentra empantanado en una guerra incierta con Ucrania y los mercenarios de los Wagner aparecen en desbandada tras protagonizar un frustrado alzamiento en su propio país.