La detección precoz del cáncer es fundamental en las ciencias médicas, ya que cuanto antes se diagnostique mayores serán las posibilidades de recuperación de los pacientes. Ahora, un equipo de científicos franceses ha constatado que las hormigas pueden detectar «con fiabilidad» las señales tumorales.
Si bien se trata de investigación básica y aún son necesarios más experimentos, los resultados «son prometedores», asegura el investigador principal, Baptiste Piqueret. Las conclusiones se publican en la revista Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences.
El olfato animal es un método que puede aumentar la tasa de detección precoz del cáncer, describen los científicos en su artículo.
Las células tumorales se caracterizan por un metabolismo alterado, que produce patrones únicos de compuestos orgánicos volátiles (COV) que pueden utilizarse como biomarcadores del cáncer. Según los autores del estudio, mediante el aprendizaje asociativo olfativo se puede entrenar a los animales para que detecten estas sustancias.
Por ejemplo, los perros adiestrados pueden detectar tumores en muestras celulares o en muestras de olor corporal, pero no son los únicos capaces, relatan.
Entre los insectos, las hormigas -y especialmente «Formica fusca»-, han demostrado una notable capacidad de aprendizaje con olores ecológicamente relevantes; las hormigas tienen un olfato «muy fino» y pueden entrenarse fácil y rápidamente, aseguran.
Entrenamiento
Para su estudio, los investigadores injertaron células tumorales de cáncer de mama humano en ratones y comprobaron que las hormigas pueden aprender a discriminar el olor de los roedores sanos del olor de los animales portadores de tumores.
«DEMOSTRAMOS QUE LAS HORMIGAS PUEDEN DETECTAR LA PRESENCIA DE CÁNCER EN LA ORINA DE RATONES DESPUÉS DE UN BREVE ENTRENAMIENTO», RESUME EN SU CUENTA DE TWITTER BAPTISTE PIQUERET, DE LA UNIVERSITÉ SORBONNE PARIS NORD.
El equipo entrenó, en tres ensayos distintos durante unos minutos, a un grupo de hormigas para que asociaran el olor del tumor a una recompensa de azúcar.
Después las dejaron en una arena donde había orina sana y con tumor, pero sin ninguna recompensa, y midieron sus preferencias.
«Descubrimos que pasaban más tiempo -un 20 por ciento más- al lado del olor aprendido (orina con tumor) que junto al otro», explica Piqueret, ahora en el Instituto Max Planck de Ecología Química.
Los análisis químicos confirmaron que la presencia del tumor modificaba el olor de la orina, lo que corrobora los resultados conductuales.