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LIMA– Hacía seis años que Perú se preparaba para sus primeros Juegos Panamericanos, el mayor acontecimiento deportivo de América, y su inauguración este viernes fue por todo lo alto, en una ceremonia apoteósica y multitudinaria, que ensalzó todos los elementos distintivos del país, desde su historia hasta su comida.

Altice

No era para menos, después de la ardua contrarreloj que afrontó para tener listas a tiempo todas las obras prometidas en 2013 pero de las que nada se había hecho hasta 2017.

El intenso esprint culminó en esta fiesta de música, luz, color y fuegos artificiales en el Estadio Nacional de Lima, que no llenó sus 50.000 localidades, que tenían precios de hasta 400 soles (120 dólares).

El espectáculo ensalzó en dos horas y media la riqueza cultural y natural de Perú, desde sus milenarios orígenes con la aparición de las primeras civilizaciones en América hasta los tiempos actuales, con la gastronomía como insignia de una tierra que conjuga mar, desierto, montaña y selva.

Delegacion d
La república Dominicana tiene una representación de 209 atletas en estas competencias

Todo sobre el imponente y simbólico escenario de una nevada cima de los Andes, en peligro de extinción por el calentamiento global, que está dejando a Perú sin el mayor sistema de glaciares tropicales.

Esa cúspide que cambiaba de color con cada escena fue testigo de un desfile de 1.700 artistas y parte de los 6.680 deportistas que competirán en los Juegos.

La celebración comenzó con un poema al Perú de Marco Martos, un guiño a la literatura peruana, que no solo dio a un premio Nobel como Mario Vargas Llosa sino a reputados literatos como el poeta César Vallejo o el cuentista Julio Ramón Ribeyro.

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La pieza se declamó en algunos de los 48 idiomas que se hablan en el país, entre ellos el quechua, la lengua de los incas y el idioma indígena más hablado en el continente.

Así se dio paso a la cosmología inca con un personaje que bajó del cielo gris de Lima, una quimera que mezclaba al cóndor, puma y serpiente, los tres animales de la trilogía inca, que simbolizaban el cielo, la tierra y el inframundo.

El Antiguo Perú siguió presente con los “caballitos de totora”, las embarcaciones de caña que sirvieron a los mochicas y los chimú, pueblos anteriores a los incas, para domesticar el océano.

A ritmo de marinera llegó la flor de Amancaes, presente en el logotipo de los Juegos, un espécimen amarillo endémico de Lima, que solo aparece en los cerros que rodean a la ciudad en estos meses de invierno gracias a la acumulación de niebla.

Luego fue el turno del cajón peruano, ese que encandiló al maestro Paco De Lucía para introducirlo en el flamenco y llevarlo a un nivel aun superior.

Tras el desfile de los atletas, la Amazonía, se hizo presente gracias a un pago a la tierra, como se llama en Perú a la ancestral ofrenda que todavía en estos días se hace a la “pachamama” para que traiga prosperidad y aquí, medallas a los deportistas.

De la “pachamama” también salen la papa, el maíz o la yuca, alimentos que aparecieron para poner en relieve a la gastronomía peruana, el último gran motivo de orgullo de los peruanos, que no podía faltar aquí, justamente con los ojos América puestos este día en la considerada capital gastronómica del continente.

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Entre danzas para celebrar el producto de la tierra, irrumpió de la montaña, y en una silla voladora, el chef limeño Mitsuharu Tsumura, dueño de Maido, considerado uno de los mejores restaurantes del mundo.

Los coloridos tejidos andinos fueron el último homenaje de la cultura local antes de los momentos musicales, con el tenor peruano Juan Diego Flórez y el cantante puertorriqueño Luis Fonsi como plato fuerte.

De telonera hizo la violinista Pauchi Sasaki para encandilar con una versión futurista del inconfundible “El cóndor pasa”.

Flórez, la voz más universal del Perú, tuvo tiempo de emular una de sus óperas antes de cantar junto a la voz de la siempre inmortal Chabuca Granda, con la que entonó “La flor de la canela”, ese himno no oficial de Lima ante el delirio del público.

Los discursos de las autoridades y el encendido del pebetero en lo alto de la montaña por la exvoleibolista Cecilia Tait, medallista en Seúl 1988, sirvieron de transición para el turno de Fonsi.

El boricua puso la guinda al pastel con sus temas “Imposible”, “Calypso”, “Échame la culpa”, “Date la vuelta”, “No me doy por vencido”, “Party Animal” y, como no, el “Despacito”.

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