Por JUAN T H
Un gobierno es como un juego de béisbol: el campo de juego es el Estado, el estadio es el país donde todos estamos sentados viendo el partido. Cada quien tiene sus propias simpatías, por un equipo, por un jugador. Todos con banderas, nadie es independiente o ajeno a lo que ocurre en el terreno. Para los fanáticos la verdad es un espejo roto en mil pedazos: cada uno tiene su verdad, se manera de ver las jugadas. El árbitro canta, grita o pita una jugada, pero una parte de los observadores no está de acuerdo pues tiene su propia apreciación en función de su militancia, simpatía o interés.
El mánager de un equipo, (el presidente de la República), se reúne con sus jugadores, traza la estrategia, coloca a cada uno en su posición: primera, segunda, tercera y el centro (short stop), los jardines, (Outfield) un cácher y un pitcher. En el “banco” están los reservistas esperando su oportunidad para entrar, lo cual ocurre cuando el mánager lo considere oportuno. La última palabra siempre la tendrá el “capataz”, el jefe, el que pone y quina. Sus decisiones no están sujetas a discusiones ni consensos.
El presidente Luis Abinader es el mánager del equipo. Los ministros y demás funcionarios forman parte. Cada uno tiene una “base” que jugar. Deben jugar de manera coordinada y evitar errores que le resulten caros al equipo. Siempre se cometen errores porque son humanos, no robots. Pero hay que jugar bien. Saber desplazarse de un lugar a otro, correr hacia adelante, hacia atrás y los laterales. No todos los peloteros (funcionarios) son estrellas ni superdotados. (No hay muchos como Pedro Martínez, Juan Marichal, Felipe Rojas Alou, Manuel Mota, Rico Carty, Alex Rodríguez, Albert Pujals, Vladimir Guerrero, Moisés Alou, Chilote Llenas, ni Melvin Mario Soto)
Cuando un jugador (funcionario) no rinde, no da lo que el dirigente quiere, cuando está bateando por debajo de su promedio, es tiempo de darle un descanso, igual que cuando un pícher no tiene dominio de sus lanzamientos y le están bateando con facilidad, hay que sustituirlo. El amiguismo, la familiaridad no tienen cabida. Los sentimientos hay que echarlos a un lado para lograr la victoria. Los resultados son los más importantes. Si un jugador (funcionarios) comete un acto reñido con las reglas del juego, usa drogas, apuestas, bate alterado, se corrompe, etc., hay que expulsarlo, no importa quien sea. Los reglamentos deben ser cumplidos rigurosamente por todos.
El éxito o el fracaso de un equipo dependen en gran medida de la química entre los jugadores (funcionarios) y el jefe. Si no hay química, entendimiento, comprensión, disciplina, será muy difícil salir “por la puerta grande”.
El mánager y los jugadores (el equipo completo) tienen que saber que lo más importante es el fanático, es decir, el pueblo que lo observa desde las gradas, y que cuando termine el partido le pedirá cuantas si pierden y lo subirán en un pedestal histórico si triunfan.
Luis Abinader es el mánager del equipo (PRM) que está en el terreno de juego. El pueblo lo observa con atención. Debe hacer que sus jugadores den el cien por ciento de su potencial para lograr el triunfo, de lo contrario tiene que sacarlos y sentarlos en el banco colocando a uno de los que están en el banco. Un mánager es un comandante. El don de mando es imprescindible tanto en los deportes como en la guerra para derrotar al enemigo y lograr la victoria. ¡Play ball!