El retraso en la detección impide tratamientos oportunos y agrava el deterioro; expertos alertan sobre factores silenciosos que afectan el cerebro
Un reciente estudio internacional reveló que desde la aparición de los primeros síntomas de deterioro cognitivo hasta el diagnóstico formal de demencia pueden pasar más de tres años, lo que representa una brecha crítica para el tratamiento y la calidad de vida de los pacientes. Esta demora se vuelve aún más alarmante en los casos de demencia de inicio temprano.
La investigación, publicada en el International Journal of Geriatric Psychiatry y liderada por los investigadores Olubunmi Kusoro y Vasiliki Orgeta de la University College London, analizó datos de más de 30,000 personas en países como Estados Unidos, Reino Unido, China y Australia.
El estudio determinó que el promedio de espera para recibir un diagnóstico es de 3,5 años. Para quienes sufren demencia de inicio temprano —personas menores de 65 años— la demora asciende a 4,1 años, y en tipos como la demencia frontotemporal el retraso supera los 4,2 años.
Estas cifras preocupan a los especialistas, ya que los pacientes sin diagnóstico no acceden a tratamientos adecuados, terapias de apoyo ni adaptaciones en su entorno, lo que acelera el deterioro cognitivo y limita su calidad de vida.
La demencia no es una enfermedad única, sino un conjunto de síntomas que afectan funciones mentales como la memoria, el lenguaje y el juicio. Puede estar causada por enfermedades como el Alzheimer, aunque hay tipos menos frecuentes que presentan síntomas atípicos y por eso son más difíciles de detectar.
Uno de los factores silenciosos que inciden en el deterioro cognitivo es la pérdida auditiva no diagnosticada. Según el neurólogo Jaydeep Bhatt, de la Universidad de Nueva York, una audición deficiente altera el procesamiento del lenguaje en el cerebro, debilitando gradualmente la memoria.
Por esta razón, se recomienda realizar pruebas auditivas regulares, especialmente a partir de los 60 años. Ignorar la pérdida de audición puede llevar a una reducción del estímulo cerebral, lo que favorece la aparición de síntomas de demencia.
Otra amenaza silenciosa para la salud cerebral es la hipertensión y el colesterol alto. Aunque están comúnmente asociados al corazón, también afectan la circulación en el cerebro, lo que puede provocar microdaños y pérdida progresiva de funciones mentales.
Afortunadamente, una dieta balanceada y la actividad física regular son medidas eficaces para reducir estos riesgos. Las frutas, vegetales, granos integrales y el ejercicio aeróbico moderado, como caminar o andar en bicicleta, protegen el cerebro de la degeneración vascular.
El equipo de investigación concluyó que es urgente mejorar los sistemas de salud para detectar la demencia en sus primeras etapas, ya que cada año de retraso representa una pérdida significativa en las oportunidades de intervención temprana.
La educación a médicos y familiares sobre los síntomas menos evidentes, especialmente en personas jóvenes, puede ser clave para reducir esta demora. Cambios de personalidad, dificultades en la planificación o pérdida del sentido de orientación pueden ser señales iniciales a considerar.
Además, los investigadores proponen implementar campañas de concientización pública para eliminar el estigma en torno a los trastornos cognitivos, lo que podría motivar a las personas a buscar ayuda médica a tiempo.
El diagnóstico temprano permite no solo iniciar tratamientos médicos, sino también preparar a la familia, adaptar rutinas y entornos, y acceder a redes de apoyo que mitigan el impacto de la enfermedad.
La prevención sigue siendo un factor determinante. Los expertos insisten en cuidar la salud cardiovascular, mantener la mente activa, cuidar la audición y realizar chequeos médicos periódicos como estrategias clave para mantener un cerebro sano a lo largo de los años.
#eljacaguero #Demencia #DiagnósticoTardío #SaludCerebral #Alzheimer #Prevención #Memoria #Neurología #EstiloDeVidaSaludable