El temor a una guerra nuclear no se fue del todo con el fin de la Guerra Fría. Es cierto que la hipótesis de un conflicto de ese tipo decayó considerablemente tras la disolución de la Unión Soviética, pero en los últimos años resurgió —en mayor o menor medida— con el aumento de la tensión entre Estados Unidos y Corea del Norte, China y, por supuesto, Rusia. En este contexto, muchas veces se ha mencionado el papel clave de los doomsday planes, o aviones del juicio final, en caso de registrarse un escenario bélico devastador. Aunque no siempre se ha logrado diferenciar los mitos y las realidades en torno a estas aeronaves, y por ello queremos dar un vistazo un poco más profundo a sus características y capacidades.
Lo primero que debemos aclarar es que “aviones del juicio final” no es una denominación oficial, ni tampoco se asemeja a una. La misma comenzó a utilizarse en la prensa estadounidense en los setenta, durante el desarrollo del Boeing E-4. Dicha aeronave se creó a partir del Boeing 747-200, con fuertes modificaciones para funcionar como puesto de mando avanzado y célula de supervivencia para el presidente de EE.UU., los integrantes de la línea de sucesión presidencial y el secretario de Defensa, en caso de una crisis que incapacite sus operaciones terrestres.
Pero ojo, esto no significa que Estados Unidos sea el único país con aviones de este tipo. A la fecha, Rusia es la única otra nación que posee su propio doomsday plane con especificaciones similares a las de su contraparte norteamericana. Se trata del Ilyushin Il-80, conocido como Maxdome por la OTAN, que también ha sido pensado para soportar los efectos de una guerra nuclear.
Si bien no estamos hablando de aviones secretos, sí existe muy escasa información con respecto a la tecnología que incorporan. Y con razón, considerando la gravedad del escenario para el cual se han preparado. Es cierto que en los últimos años se han divulgado algunos datos más concretos por las vías oficiales —el sitio web de la Fuerza Aérea estadounidense, por ejemplo—, pero nada que comprometa detalles clasificados. En términos más sencillos: solo sabemos de estas aeronaves lo que quieren que sepamos, y es algo absolutamente comprensible.
Una historia que se remonta al punto más caliente de la Guerra Fría
Como hemos mencionado en incontable cantidad de oportunidades, la Guerra Fría fue el escenario que permitió algunos de los avances tecnológicos y aeronáuticos más importantes de la historia. La carrera entre Estados Unidos y la Unión Soviética por el dominio técnico, científico y armamentístico se gestó en un contexto en el que una guerra nuclear parecía inminente e inevitable. La crisis de los misiles de Cuba, en 1962, fue una prueba cabal de ello.
El primero de los aviones del juicio final fue un Boeing KC-135 Stratotanker modificado, que comenzó a volar en 1960 para la Operación Looking Glass. Mientras que desde 1964 se utilizó una variante especialmente preparada, conocida como EC-135C. Dicha aeronave presumía las mismas capacidades de comunicaciones, comando y control que el Comando Aéreo Estratégico de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Esto permitía activar el lanzamiento de misiles balísticos intercontinentales en pleno vuelo, en caso de que un ataque nuclear soviético destruyera los centros de mando en tierra.
La misión del EC-135C era volar todos los días, las 24 horas, a la expectativa de lo que pudiera ocurrir. Lógicamente, se produjeron varias unidades de la aeronave para cumplir con tamaña responsabilidad. Los vuelos permanentes se mantuvieron ininterrumpidos hasta 1990, cuando se decidió que ya no eran necesarios. Desde entonces, los aviones se mantuvieron en alerta en tierra, preparados para despegar inmediatamente en caso de ser necesario.
El Boeing EC-135 mutó en otras variantes destinadas a fines similares. Entre ellas, la EC-135J, con la que se ofrecía protección al presidente de Estados Unidos en caso de un ataque nuclear. Esta se reemplazó finalmente en los setenta con el Boeing E-4, del que hablaremos con mayor detalle en las próximas líneas.
Vale marcar que, desde 1998, los Boeing EC-135C se sustituyeron con los Boeing E-6 —más precisamente, la especificación E-6B— de la Armada de Estados Unidos. Esta aeronave está actualmente a cargo de la continuidad de la Operación Looking Glass; puede comunicarse con la flota de submarinos equipados con misiles balísticos y, a su vez, controlar a distancia el lanzamiento de los misiles balísticos intercontinentales terrestres LGM-30 Minuteman operados por la Fuerza Aérea.
Boeing E-4B, el principal referente entre los de aviones del juicio final
Pero si hablamos de aviones del juicio final, es imposible no centrarnos en el Boeing E-4B. Al fin y al cabo, es la primera referencia al hablar de los doomsday planes. Como mencionamos al comienzo, se trata de una aeronave desarrollada a partir del 747-200 de pasajeros. Sin embargo, tiene poco y nada que ver con la versión comercial de la histórica aeronave.
El avión es operado por la Fuerza Aérea de Estados Unidos y está preparado para soportar las condiciones inhóspitas de una guerra nuclear. Es capaz de comunicarse directamente con las fuerzas militares, coordinar acciones con autoridades civiles y “ejecutar órdenes de guerra de emergencia”, según explica la USAF en su sitio web.
En la parte superior del fuselaje se aprecia una suerte de joroba en la que se ubica su avanzado instrumental satelital. Y, como se puede ver en las imágenes, todas sus ventanas —con la excepción de las del cockpit, lógicamente— se encuentran selladas y bloqueadas. Esto se debe a que el fuselaje cuenta con una protección térmica y nuclear especial. Además, el Boeing E-4B puede soportar los efectos de un pulso electromagnético.
Si bien esto último ha sido confirmado por la propia Fuerza Aérea estadounidense, no queda claro el alcance de esta protección. En más de una oportunidad se ha mencionado extraoficialmente que los aviones del juicio final no utilizan ningún tipo de equipamiento moderno; y que prevalece la tecnología analógica para evitar problemas en caso de quedar expuestos a un PEM. Sin embargo, nunca ha sido confirmado o desmentido por las autoridades. Lo que sí indica la USAF es que el Boeing E-4B posee “un sistema eléctrico diseñado para soportar electrónica avanzada y una amplia variedad de equipos de comunicaciones”.
En total son cuatro los Boeing E-4B que forman la flota de aviones del juicio final destinados a proteger al presidente de Estados Unidos y/o sus sucesores en caso de una guerra nuclear. El primero de ellos entró en servicio en 1974 bajo la denominación E-4A, la misma que utilizaron otras dos unidades fabricadas por Boeing. El cuarto fue entregado en 1980, ya bajo la denominación E-4B, y para 1985 los tres primeros fueron reconvertidos a dicha especificación. Todos están asignados al 595° Grupo de Mando y Control que opera en la Base de la Fuerza Aérea Offutt, en Nebraska, y al menos uno se encuentra en alerta permanente, las 24 horas, los siete días de la semana.
El Boeing E-4B es capaz de transportar un máximo de 112 personas y cuenta con una autonomía de hasta 12 horas. Vale aclarar que el avión se puede reabastecer en pleno vuelo, en caso de que no sea seguro aterrizar. La Fuerza Aérea estadounidense habría llegado a mantenerlo en el aire por más de 35 horas durante un entrenamiento, aunque, en un caso extremo, sería capaz de volar ininterrumpidamente por hasta una semana. De todos modos, este último es uno de los tantos datos en la delgada línea entre el mito y la realidad.
Los doomsday planes nunca fueron baratos
Es sabido que Estados Unidos destina cifras incalculables a su presupuesto anual de Defensa, que incluye a los aviones del juicio final. El plan original era gastar 482 millones de dólares en siete Boeing E-4, seis operativos y uno de investigación y desarrollo. Pero los números aumentaron considerablemente con el paso del tiempo.
En el año fiscal 1998 se estimó que cada Boeing E-4B costó $223,2 millones, unos 405,5 millones de dólares actuales. Pero lo verdaderamente brutal es el coste por hora de vuelo, que lo ubica —por lejos— como el avión más caro de la Fuerza Aérea.
Según publicó Business Insider en 2016, cada hora que el Boeing E-4B se mantenía en el aire le costaba 159.529 dólares a los contribuyentes norteamericanos (o 196.000 dólares de 2022, si ajustamos por inflación). Esto lo ubicaba bastante por encima del bombardero furtivo B-2 Spirit, cuyo coste por hora de vuelo por entonces era de 130.159 dólares.
En 2006, se anunció la intención de retirar estos aviones del juicio final a partir de 2009. Posteriormente, el plan mutó a dar de baja solo uno de los E-4B de la flota en 2007; no obstante, la determinación se revirtió posteriormente. Se estima que a las aeronaves todavía les queda vida útil por delante, y podrían llegar a volar hasta 2039.
No obstante, la Fuerza Aérea de Estados Unidos ha comenzado a planificar el desarrollo de un reemplazo. A comienzos de este año, el Cuerpo de Adquisición Táctica Avanzada de la USAF emitió una serie de recomendaciones a considerar para desarrollar sus próximos aviones del juicio final. Queda claro que se trata de una etapa inicial y, por ahora, se desconocen los plazos de esta nueva iniciativa.
Operaciones más allá de una hipotética guerra nuclear
Hemos dejado en claro que los aviones del juicio final de Estados Unidos —tanto el Boeing E-6B de la Armada, como el E-4B de la Fuerza Aérea— se desarrollaron con el fin de entrar en acción en caso de una guerra nuclear. Sin embargo, el segundo también es utilizado en operaciones cotidianas y que no necesariamente se relacionan con un escenario tan extremo.
Cuando el presidente estadounidense viaja a otros países con el Boeing VC-25 (conocido popularmente como Air Force One), un Boeing E-4B lo acompaña como respaldo. Pero no suelen operar desde el mismo aeropuerto, sino desde una ubicación secundaria. Además, el doomsday plane sirve habitualmente como transporte del secretario de Defensa durante sus misiones internacionales.
En años más recientes, el Boeing E-4B también ha brindado soporte a la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA). Específicamente, como centro de mando y comunicaciones en caso de desastres naturales como terremotos y huracanes.
Articulo publicado originalmente por Gabriel Erard en Hipertextual.